I. Andanza poética
I.I Disonancia, la ausencia presente
En su “hondo anhelo de olvido” (“Queja en futuro imperfecto”), la noción literaria de la política suele excluir la presencia de la mujer en la poesía masculina. En nombre de lo social —“la rebelión agraria…doctrina proletaria”— la mujer no existe. En este tachón se cumple el augurio de Rosales y Rosales, quien vaticina la lucha interpretativa de los hombres por poseer la verdad po-Ética, elemento femenino de prestigio y autoridad. La “armonía femenil” de la rosa (“Mi maestro…”) le pertenece “al agreste pájaro”, alter-ego del escritor en su canto (“Tercera canción sin palabras”). Intenta monopolizarla el poeta —el crítico literario— quien triunfa luego de una ruda acometida en la esfera de la política cultural. El galardón lo recibe entre “arcos de genios y mujeres” (“Mi maestro…”).
En Rosales, la omni-presencia de la mujer la transfigura de rosa a patria y a poesía —según se describió. Vuelta objeto del deseo masculino, los hombres combaten a su vecino hasta apropiarse de ella. Pese a su revestimiento místico, en su figura se anuda el cuarteto arquetípico borgeano. La errancia y la búsqueda de la rosa culminaría en el retorno al lecho de “la hilandera griega” (“El bajel”) —“a la paz del hogar” (“Celos”)— no sin cierto percance que recuerda el sacrificio necesario para alcanzarlo. La poesía no sólo brota de lo cósmico —que el poeta alcanza en su misticismo. Retoña también del “fatal deseo”, terrestre y carnal, que “da rosas” en su triple sentido (“Lirio celeste”). “”Flor de chabacano maduro para mi cálido amor”…porque yo, como los brutos,/tengo la sangre bravía” (“María Concepción”).
Pero “nadie recuerda el cromo” (“Gris”). En cambio, un doble requisito formal y político —estructura del verso en filiación generacional; compromiso social— elimina la mujer. Tal es un axioma fundador de una teoría literaria que la remite a la fantasía y a la metáfora, sin un cuerpo vivo y terreno como el del hombre quien ambulante la busca. El alma sin cuerpo —el espíritu sin materia; el día sin noche; el sol sin luna— sólo existen en la imaginación del hombre que niega a la mujer y sus transformaciones de género, en amanecer y atardecer de la identidad. Basta una somera revisión de los poemas incluidos en su “Antología” (1959) para verificar la presencia terrena del espíritu femenino.
A continuación, se desglosan las citas más relevantes de la omni-presencia femenina denegada por la convención crítica en boga. La segregación —la exclusión de la mujer— fuera del Reino Político, Po-Ético de este Mundo, la decreta el ideal de unidad viril sin derecho a la diferencia.
Se llame “hilandera griega”, “Adela…tu nombre me desvela como el de la rosa” (“Adela”), “voz virginal” (“Cántiga”), “ninfa del amor salvaje” (“Playera”), la odisea es el paso diario de las horas en su pesquisa. “El mundo se va en el día/como empujado por remos” (“Emociones de la tarde”), en “fuga desnuda de ninfas“” (“Dualidad”). La mujer “da rosas” en “un fatal deseo” (“Lirio celeste”), “secreto amor que no supiste” (“Tumularia”), “tu carne sagrada en flor” (“María Concepción”), “siluetas de mujer/vagan en mi memoria” (“Monólogo y coro de los euterpólogos”), “tu desnudez” (“In memoriam”), “peruler a la mujer” (“Sonatina”), “Maruca…sonriendo a mi lado” (“Excéntrica”), “antiguo llanto de los sexos” (“Drama”), “saco la navaja si no me das la pierna/Si no barres la casa…” (“Fábula), “¿viejo pirata raptó a la niña” (“Endecha”, ¿acecho a una menor?), “Provocaba en mi ser tu aéreo roce…la resina viril” (“Altivez”), “dardos femeninos…cielos extasiados” (“Nocturno”), “coquetuela, colegiala, perseguida…bajo el ala del sombrero del poeta” (“Demi dena”; ¿acecho a una menor?), “fiebre femenina…tu desnudez muriendo” (“El signo sideral”), “tu cuerpo liviano” (“Conturbación”), “el dúo de la carne de estirpe femenina” (“Belleza”), “tu azul desnudez”, réplica del cielo” (“Bosquejo cosmogónico”), “que de una caña suspire una mujer” (“La muerte”), “el mar que juntos exploramos…la clave de los amores” (“Nocturno”), “recuerdo a Elena con cuyos labios saboreé los higos” (“Ellas”), “las mocedades que apetezco a solas” (“Modista”). La mujer omni-presente en la poesía recibe la tachadura mordaz del doble compromiso con lo etéreo y con lo social.
En informe satírico, la lucha a muerte por la interpretación correcta —reconstruir el nombre de Dios, IHVH— la reitera “La muerte y la brújula” (1944) de Jorge Luis Borges. El réquiem sagrado corona la exégesis lógica cuyo itinerario rastrea los cuatro puntos cardinales de un arduo recorrido citadino. En pugna masculina, el delincuente-escritor asesina al detective-intérprete quien —en su andanza arquetípica— pretende controlar la significación del relato: ¿lo femenino ausente e inalcanzable? En honda ironía (Witz) romántica, “la muerte” le facilita al analista la revelación absoluta. “La brújula” apunta al destino místico y celeste del alma poética al descifrar el enigma divino. El amor (Eros) por la Verdad desemboca en su opuesto complementario, Thánatos. Como en el Zohar, en Borges la travesía urbana implica la búsqueda (derasha) incansable por la interpretación correcta del sentido críptico del mensaje. Las adivinanzas populares —los dichos y refranes— anticipan el discurso letrado al atrapar al comentarista en su ingenuidad infantil que confunde los sonidos con el sentido oculto y verdadero. La celada borgeana señala el embrollo mortífero que engaña casi toda exégesis hasta conducirla al descalabro. La haggadah —el “decir” de toda lengua— equivaldría a una alegoría confusa en intriga. En trampa que el hablante (Yo) le tiende al oyente (Tú).
A continuar: II. Coda sintética
PARTE I: “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales
PARTE II: “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales (II)