A cuarenta años de haber llegado a los Estados Unidos de Norteamérica, Lázaro Ayala, produjo con el director de cine Nick Alexander el documental “Ilegal”, sobre su propia historia, como migrante y su trayectoria de vida o muerte, para alcanzar el “sueño americano” y a la vez “su sueño salvadoreño”, documental que fue presentado en premier, en San Ildefonso y en el Museo de la Palabra y la Imagen.
La vida de Laz Ayala es como de película. Un niño adolescente migrante, que sale en medio de la guerra civil de El Salvador, con la decisión de llegar a su destino. Caminantes, viajantes, como nubes que se desplazan entre una esperanza y un refugio, en busca de trabajo y protección. Entre el tiempo y sus cápsulas, va dejando huellas, que no pueden borrarse, porque son el hilo de su éxito. Pero no un éxito solo material, sino un éxito de humanismo y la alegría de compartir lo recibido, fruto de su intenso trabajo.
Originario de San Ildefonso, en el departamento de San Vicente, un pequeño pueblo, con tejados de barro y gente trabajadora, cercano a la represa Central Hidroeléctrica 15 de septiembre. Lázaro vivió el dolor por la muerte de su madre a los 8 años. En el pueblito, los paseos al río, su casa de lámina, varas de bambú y plásticos, todo eso era cotidiano. La incertidumbre llegó. Pero tenia a su familia, a su padre y sus hermanos, eran cinco: Javier, Gloria, Laz, Ena, Irma.
Cuando tenia 14 años, su hermana que ya vivía en EEUU, arriesgó la vida para salvar a los suyos, y regresó al país para llevarlos en un viaje por tierra, “de mojados”, porque su espacio, su comunidad, su país era un lugar que se había convertido en constante peligro. No había paz. El pueblo estaba lleno de paredes ametralladas, fuego cruzado entre soldados y guerrilla, bombas caían desde el cielo y destruían todo a su paso. Laz fue testigo cercano de una masacre a una familia entera, Los Melara, donde él se salvó de milagro. Algunos de sus mejores amigos de infancia, Gavelo, Necho y Olga fueron capturados, torturados y asesinados por la guardia. Huber Chacón también desaparecido. Muchos nunca encontrados. La pobreza no veía salida. Sentían opresión y miedo. Iniciaba una década marcada por el conflicto, y concluiría muchos años después. No podía esperar. Era quedarse o irse. El ambiente empeora cuando ocurre el asesinato de Monseñor Romero, en marzo de 1980, uno de los años mas sangrientos. Su padre, había sido amenazado por los escuadrones de la muerte y ya estaba en una lista. Estar en esas listas era una declaratoria de muerte.
Con el rostro empapado de lágrimas, sale de San Ildefonso en bus, transbordando hasta la frontera, la madrugada del 8 de diciembre de 1981 junto a su padre, su hermano, e Irma, su hermana que se vino desde allá donde ya estaba establecida para regresar con ellos por tierra. Nadie quería irse de su pueblo. Pero la violencia parecía no terminar, cientos de personas de El Salvador decidieron en esos tiempos irse para salvar su vida. Querían trabajar y ayudar a su familia, querían regresar y vivir su sueño aquí. Aunque sus raíces son móviles y el amor no tiene fronteras.
Ese trayecto que pareciera fácil no lo es. Ese joven pensaba que no volvería, lloraba viendo las carreteras y el avance del viaje. Pasaron todo lo que vive un migrante. Malas miradas, discriminación, calles, ciudades, desierto, amaneceres y atardeceres, la belleza también es parte del recuerdo, el dolor de dejar atrás y empezar de nuevo. Y llegan a Tijuana, donde el 20 de diciembre de ese año 1981, suben en una cajuela de un vehículo, escondidos los cuatro hasta cruzar y entrar a la tierra donde habían decidido llegar. Vivieron con su hermana. Estudia en una escuela de Colton, California. El idioma fue el primer obstáculo, y la cultura; pero estudió y aprendió, comenzó a jugar futbol. Se defendía gracias a su carácter firme y alegre. Aunque se sentía un pez fuera del agua, siguió, se esmeró, perseveró. Hasta que cursando bachillerato, se salió de estudiar, y a los 16 años comienza a trabajar. Obtuvo su diploma de bachillerato después. Con sus propios esfuerzos entra a la Universidad de San Bernardino Valley College, pero tuvo de que salirse debido a su estatus legal.
El raudal de la vida le lleva a conocer inesperadamente a un agente de bienes raíces, quien le muestra como es ese trabajo. Con su primer esposa y unos ahorros, se fueron a buscar una nueva vida y llegaron a Oregon. Un lugar con bosques, lagos y clima estupendo. Empieza de cero en Medford, una noche, una semana, y deciden quedarse. Ese hombre con anhelos, siempre en su mente ayudar a su familia salvadoreña. Pero antes, tenia él que encontrar su “gracia”, el don de una sonrisa, el don de poder estrechar la mano, absorber los conocimientos sin saber nada de eso, comienza a trabajar en lo que quería, ser agente de bienes raíces. Ese rubro le ha dado muchas satisfacciones, sin miedo al trabajo, se esforzó día y noche en la agencia Century 21. Unos años después, decide iniciar su propia agencia. Donde contribuye a las comunidades y se relaciona, desde la construcción de casas y vecindarios hasta filantropía.
Incansable en el trabajo. La abundancia quizás sea un retorno de sus buenas prácticas. Apoya diversas iniciativas para niñez, como Kids Unlimited donde hasta hay una liga de fútbol con su nombre. En Ashland, lugar sede de la Southerm Oregon University, apoya con becas a estudiantes de Latinoamérica que llegaron en su niñez a EEUU, conocidos como “dreamers o soñadores” y se inspiran en esa historia de Laz, para continuar ayudando en un futuro. En su constructora, hacen complejos vecinales con un sentido ecológico, siempre pensando en el bienestar común. Siempre va mas allá. Y contribuye con su ejemplo y energía. Lo invitan a entrevistas en radio y televisión. Siempre sencillo, siempre con sonrisa en rostro.
La reciente proyección por primera vez en el país del documental “Ilegal” en el MUPI, es un inicio de actividades para reflexionar sobre la situación de los migrantes salvadoreños. Se pretende con el documental, mostrar que las historias transforman la fortaleza y decisión de nuestros migrantes. Y da protagonismo a esas personas que están en la frontera de México-EEUU, varadas, sin dinero, con lágrimas en su rostro, ofreciendo calidez fraterna. Convirtió su historia en un mensaje de humanismo y abraza la causa migrante, la entiende, la dignifica dándole voz a los que no tienen voz sin distinción de nacionalidades, donde nadie debe ser ilegal.