El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

Serenata de fantasmas

por Redacción


Intuye la migración y la errancia como salida del desgarre.

 “Rota la música que la abrigaba” (2019) de Luis Alvarenga

Alma en pena, el fantasma brota del pasado irresuelto y del futuro inconcluso…

1. Vocación de taltuza

Hoy que varios países se vuelven seguros —safe, secure and sure, protegidos, salvos y ciertos­— me confirman.  Ya casi nadie sale ni entra.  Hay territorios vedados e infalibles.  En eco reverbera la famosa canción de Chavela Vargas, “No volveré”.  Por eso, recibo pocas visitas.  Los conocidos y extraños que suelen asomarse, prefieren no abandonar la casa.  Sin ser árboles, en el lugar natal, arraigan bulbos en lo profundo.  En el sedimento de la piedra enredan raíces.  Sin ramas ni hojas que esparzan los frutos fuera de su sombra.

Las semillas ya no estallan en vuelo de morro.  Olvidan la usanza ancestral de Tepehua en fuga estacional.  Tampoco lanzan retoños hacia la lejanía del frijol saltarín.  Apenas caen paralelos al tronco.  De brotar, la simiente lo hace ceñida al tallo del cual se desprende.  Expone un movimiento vertical que niega el horizonte.  Distante e intocable como sus celajes.  Carece de palabras que lo describan, salvo el rumor.  Un ruido seco de hojarasca emerge cada otoño.  Ya todo es fantasma.  Incluso yo mismo me diluyo en el amanecer y atardecer sin olas que entibien la amistad.

Empero, la vigilancia precisa no impide que varios migrantes indebidos se filtren sin aviso y me entreguen cosechas ilícitas hoy.  Tal es el caso de las taltuzas.  Luego de carcomer las raíces, en el jardín de mi hermana, acuden a regalarme recuerdos de días abolidos.  De contrabando llegan el sabor extinto de la guayaba perulera.  El olor del mango manila y la acidez del arrayán al descender la colina.  De igual manera, bajo tierra, las taltuzas me ofrecen “Rota la música que la abrigaba” (2019) de Luis Alvarenga.  Viene contra toda prohibición de viajar sin visa.

No me extraña que ese poemario logre burlar las murallas subterráneas.  Se cuela entre las cuevas más hondas.  Entre Cuzcatlán y Aztlán, viceversa, las cavernas conectan antiguos lugares familiares, que ahora ignoran su parentesco.  Desde el inicio, la trova reconoce que “las voces de los otros” —“los espectros pretéritos”— producen ecos distantes.  Por los sonidos de una lengua ajena, por las imágenes de una biblioteca cercana, o por la travesía hacia un universo, la memoria pervive en la inversión del espejo.  Imagen del otro.

Esa búsqueda de lo perdido inicia la escritura.  Radicalmente, distingue la poética de la historia.  La conciencia de la ciencia.  A lo objetivo se opone el sentimiento.  Según el enfoque neutral, no habría amistad ni amor que enturbien su perspectiva.  Tampoco desdén ni hostilidad.  Sólo en el extravío intelectual —dicen— el afecto transcribe su complemento (inter)subjetivo.  Empero, el poeta reclama lo memorable en su duplicado indirecto.  Anota las impresiones emotivas que la escucha de lo ajeno provoca en sus “adentros”.   La objetividad le circula en la “cabeza”.  Se vuelve sangre que le irriga el cuerpo por las venas.  Aire que respira.

En ese reconocimiento inicial, la exigencia objetiva se vuelve cariño.  Lo pasado es responso, réquiem, misa de muertos, cantata a los difuntos.  También es pesadilla.  A todos esos géneros musicales la ciencia los tilda de desvío.  Insensible, lo imparcial nunca expresa una sola simpatía que el pasado hunda en el estupor de la Muerte.  La Muerte de los seres queridos el decreto científico la vive con la misma objetividad que la fórmula química, calco de la tristeza.  Mientras la historia habla de los Muertos; la poesía platica de los fantasmas.  Los hechos se vuelven hechizos por las impresiones lógicamente ocultas.

“Envolver mis lágrimas” para usarlas de tinta equivaldría a teñir la historia de poética.  Hacer de las gráficas matemáticas, una metáfora.  De los números, un tropo.  Tal es el atropello que ninguna comisión científica admitiría en sus revistas.  Ni tampoco aceptaría el desvío político que remata su propósito inicial.  La poética define la verdadera vocación de taltuza.  Indaga los estratos emotivos, apenas recubiertos por la superficie aritmética y tenue de lo positivo.

“El ancestro”, Leonora Carrington.

“El ancestro”, Leonora Carrington.

Trayecto

Sin embargo, a menudo, los espectros del pasado no distinguen la diferencia entre la lógica y las figuras de estilo.  Por filiación familiar —por rencor no declarado— los afectos afloran al investigar o al aplicar sus resultados.  Por ello, como el día y la noche, los opuestos siempre confiesan su inevitable transformación.  En el instante del luto —en el momento del regocijo— la historia se declara “mutilada de hermana”.  Ya no puede mirar la “mano” que escribiría el contraste oscuro del quebranto.

La tinta que tiñe el papel la certifica la angustia.  De su seno se esparce esa “serenata de fantasmas” que encabeza este ensayo.  La misma deuda con un ser querido explica la locura de múltiples personajes que pueblan la ciudad poética.  El dolor más intenso proyecta su aflicción en alucinaciones.  El cosmos lo pueblan estrellas u ovnis.  En la noche —bajo el telón oscuro sin luna— las almas de los desaparecidos ascienden a recordar que perviven en la memoria.  Vuelan como ánimas en pena.  Hay dos climas fríos y nublados.  Uno se halla afuera —en el entorno del poeta— el otro persiste “bajo mi piel”, en reflejo del cosmos nocturno.

Las letras atardecen matizadas del mismo color que la lejanía del “niño”.  Bajo la mutilación del amor.  Empero esa revelación —el adentro en lo afuera, viceversa— siempre tropieza con el silencio que resiste transcribir la totalidad del testimonio.  La evidencia guarda para sí un secreto.  Un subterfugio incita quizás la curiosidad de la lectura.  Así sucede con “el novio perdido” —¿de quién?— al provocar una “garganta” en lloriqueo semejante a la “corriente” del “Lempa”.  En coro, lo replica “el poeta idiota” quien, por su estupidez, contamina el ambiente natural.

Al descarrío personal se agrega lo social.  La desmovilización hunde cuerpos que “escupen fuego”, desde las entrañas de la tierra.  Hacen erupción ante la desorientación de un ideal frustrado.  Al desmoronarse esa noción de futuro, el poeta inventa otra forma de escritura.  La llama una “tinta dis-tinta”.  En su matiz, lo material provoca una nueva aparición de fantasmas.  El sonido estalla en varios sentidos, como el cuerpo en almas diversas.  La frustración social se añade al dolor personal.  Acaso se trata de dos lesiones que resquebrajan el temple natural.  Fuerzan la huida.

La escritura intuye la migración y la errancia como salida del desgarre.  No importa hacia donde huya.  El arraigo y el regreso al origen resultan imposibles, ya que ni el migrante ni el país se identifican.  Sin conocer directamente esa experiencia, el poeta confiesa su vocación de ladrón de testimonios ajenos.  Estas declaraciones confirman el descalabro.  Ahora arde la ciudad natal debido a una paz más sangrienta que la guerra.  Desde “el año 92”, la utopía se carcome en su arribo postergado.  Promesa interrumpida.

En esa sospecha de un futuro mejor, la poesía anhela transcribir lo soñado, sea propio o ajeno pese al robo que esto implique.  La vida es un juego en sesentaiocho (68) casillas y hexagramas equivalentes.  Por su tablero se mueven piezas “dis-tintas”.  En “sermón” barato declaran su descalabro.  Obscenidad, drogas y desechos líquidos.  Sin embargo, el poeta sabe que incluso “la pesadilla” le impone el quehacer de referir ese desorden ilógico.  El de la lengua hablada y vivida que la academia disfraza de “diccionario” correcto.  La verdadera poesía consiste en descubrir la magia de las palabras en el “instante” mismo del habla.  En el discurso escrito, automatismo surrealista a reprimir.

Sólo esa inventiva sin regla fija recobra las voces de “las esposas” quienes confirman que “el dulce hogar” es un “truco” similar a la tinta que “mancha” la página inmaculada.  A menudo, los “números” disimulan los sentimientos.  Hechos flores (anthos, xochitl), la constancia del fantasma testimonia su fluidez en la trova y  en el deseo.  Entre el “bostezo” y la “tristeza”.   Ante el pretérito revocado —“pupilas de cadáver”— el poeta languidece ya que anhela “eternizarme”.  Persiste en sí lo efímero de la vida.  Lo fugaz se desgrana entre una beatitud en penumbras y “un olvido eterno”, mientras los poemas se dispersan como abejas en la flora.

No importa la hora del día.  La congoja aprisiona la identidad personal y social, desviada de su proyecto original.  Hoy trastocado, ya “no hay en el mundo un lugar…mío”.  Pese al día asoleado, “el agujero es profundo”.  Ya no se diga en la noche, cuando la “horca” y el “negro ojo” declaran su caída.Lara 2

 

 Coda

En ese doble enlace —lo personal y lo social; lo propio y lo ajeno— no sólo se rompe la música que “abriga” a la hermana del escritor.  A la vez, toda melodía que resguarda un ideal caduco desarmoniza con la compañía que protege.  ¿“Revolución o muerte”, sin fantasmas?  Vivimos un mundo carente de sintonía.  La ciencia ya no se acomoda a la conciencia; ni el orden técnico se corresponde al designio ético de la justicia.

En cambio, la hostilidad constante entre la comunidad y su propio ideario malogra toda noción de futuro.  De la hermandad, al dulce hogar y a la utopía social, Alvarenga consigna la discrepancia entre el presente y el porvenir.  La doctrina imperante ya no prescribe sino la disrupción entre su defensa exterior y su abandono interior.  Entre la promesa y su realización truncada, el poemario compone una sinfonía discordante.

Sólo el fantasma colma la objetividad de una superficie que siempre oculta su trasfondo pasional.  Al calcar “los sueños de la razón”, en el mes de mayo, su presencia versátil retoña como piedra, semilla y hueso bajo el impulso de las primeras lluvias.  Nunca desaparece, sino soñoliento goza del sol en el espléndido verano de iguana, a cresta escarpada y verde.  Como el cerro ante el volcán de Izalco en fumarola.  Siempre en giro constante de la cruz de jiote a la corona de ciprés.  Y al revés, en el eterno retorno de lo mismo.