Según Juan Preciado, el rescate del legado difunto define el quehacer ignorado
de la poética. Su validez ritual la confirma la ciencia en la memoria anual de lo ausente…
Mientras el suelo esparce el amarillo pajizo del otoño, la copa de los árboles niega ofrecerme su sombra. Ambos estamos ahora sin flor. Las hojas resecas por el frío amortiguan los pasos. Las ramas arañan el aire, curtido de roces en llaga. Afuera, sólo el ruido de la hojarasca enturbia el silencio. Casi no hay nadie. Todos huyen de las ráfagas del polvo vegetal y de los chiriviscos que anuncian el invierno sin temple. Existe un temor a fragmentarse en pequeños pedazos como las plantas que se marchitan.
Al entrar al edificio central, de inmediato advierto la equivalencia humana estricta. La exigencia del otoño en cultura. Noto una mesa a mantel blanco y platos del mismo color inmaculado. Casi de casamentera virgen. Una copa a servilleta roja incandescente contrasta, a manera de corbata en una elegante camisa de vestir. Otro día se cambia en bandera tricolor. La silla vacía expresa la esperanza de la llegada del comensal ausente. El Espectro quizás nunca vendrá. Pero su presencia fantasmal la evoca ese discreto altar de muertos a hojas desmembradas. El recuerdo anhela revivirlos. Como “la novia robada”, el albor de la pureza huye angelicalmente del mundo. La fronda marchita se vuelve nube.
En efecto, al lado de la mesa, una plegaria invoca a los soldados caídos en combate. Por ellos hay que rezar en precepto científico. Recogerse en oraciones personales y voluntarias a diario. Venerar el sacrificio es el fundamento de la libertad. En un edificio contiguo, una mesa a mantel colorido prosigue el sermón religioso que aúna el nacionalismo al ejército. No importa el tipo de discurso que se mantenga: físico, químico, biológico, bíblico, etc. Salvo excepciones, lo militar se percibe en cimiento sólido, ineludible de la paz. Por ello, la armonía pervive al interior del país.
Si ciertos lares divinizan los héroes de la pluma, igualmente discreto, aquí el otoño glorifica los héroes de la pericia y del fusil. En universal, cada cultura nacional imagina su utopía florida en retoño de lo difunto. Unas la proyectan hacia la poesía (anthos); otras, hacia la técnica (tekhne, ars en griego), sin anotar el enlace. Poiesis-Tekhne-Ars. A cada quien sus Muertos, en reverencia presente del ideal futuro. Mientras mi subjetividad errónea los supone hojas resecas en otoño, hacia el trópico se vuelven lírica y en el desierto, fórmulas matemáticas. Invariablemente plasmadas en hojas…
Las distintas identidades y fronteras las forjan los altares, los escritos y los demás cultos que honran la Muerte. Conmemoran el legado de la ausencia. Siempre en la tristeza, la observan entre sus allegados. La ignoran en lo ajeno (Romero, Jesuitas en NM…). El recuerdo de lo propio conlleva el olvido del extraño. Por enfriamiento global —natural y personal— ya no interesa la Muerte de las hojas. Tampoco al recuerdo tecnológico le concierne relacionar dos eventos contemporáneos —“America and Central America”— separados por el análisis de historias nacionales disímiles. Tan distintas, aseguran, como un algoritmo exacto y un sentimiento pasional.
En cambio, la noción surrealista de “azar objetivo (hasard objectif)” exigiría la presencia de dos altares en diálogo. “Veterans Day” y la Masacre de los Jesuitas suceden hacia la misma época—la semana del 10-16 de noviembre— en su ignorancia mutua. Sin contar el altar a las hojas, esto es, al Mundo natural cuyo derrame nos sustenta.
Tal omisión confirma la manera en que la tecnología de punta recicla el nacionalismo estrecho, por el recuerdo selectivo de una Muerte sacralizada. Una sola, la que le es familiar. La geo-política nacionalista le impone su ley a la geografía científica. Aún resulta un anatema implementar una educación técnica que evalúe ambas facetas de un conflicto. Lo propio sacralizado y lo ajeno humillado. Casi nunca se evalúa el dorso roto de las gloriosas guerras nacionales.
No en vano, sin conexión, una canasta de soldaditos de plástico reemplaza aquel amor roto, que Joaquín Sabina entona hacia la lejanía de su ex-amante argentina. Mejor en la versión de Adriana Varela. Si unos gendarmes son de juguete y de plata, efímeros como el amor carnal; los primeros son sagrados y perennes. Los bendice el fervor técnico que, pese a su caída, los protege en estos edificios. La coincidencia entre el exterior —hojas desgarradas en el suelo, a imagen de ángeles— y el interior —querubines armados— pasa desapercibida. Tal es la exigencia del análisis que califica de ficción todo vínculo que eluda su objetividad restringida. La época natural y la temporada cultural sólo se intersectan en la síntesis de la fábula. En el azar objetivo de una po-Ética que conecta “America and Central America”.
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Tampoco el ideal tecnológico del progreso —el orgullo desarrollista— reconoce un enlace con lo antiguo. Si hasta hoy creen imaginar que la ciencia resolverá los conflictos políticos y los dilemas éticos de este mundo (Barcelona, Bolivia, Chile, Hong-Kong…), por primera vez, también, la actualidad piensa la estrecha relación entre lo militar y lo sagrado. La sueña tan innovadora como la inteligencia artificial. De nuevo, a mi disparate, nada le sorprende más que la conversión de los altares mexicas en retablos militares nacionalistas, en aras de la democracia. Igualmente me asombra que los guerreros mexicas —muertos en combate— ahora se doten de nuevos atavíos. Pese a su indumentaria y armamento modernos, un halo religioso los santifica a ambos. El uno primitivo, sin explosivos ni detonaciones masivas; el otro, vigente en la plegaria científica del algoritmo en misil teledirigido. Sin enterarse, la religión técnica —the STEM (Science-Technology-Engineering-Mathematics) education— recicla mitos ancestrales. En su devoción numérica, interroga quiénes deben entregar su sangre —en sacrum-facere (hacer lo sagrado)— para salvar el mundo de su descalabro. Para salvaguardar nuestra existencia.
Según la Ley de Thánatos y Mnemósine, lo universal es simple. “Dime cuáles muertos reconoces en tu ronda anual de recuerdos, y te diré a qué grupo social perteneces”. En mi caso, jugado desde cipote por La Sihuanaba, reconozco en las hojas a esos ángeles caídos. Por esta sinrazón, migrante perenne cada otoño calco el destino de hojarasca en ese vuelo de ave llamado cirugía. Anualmente, las hojas se desdoblan en fronda de renuevo vegetal y en papeles sucios de tinta en reciclaje.
Agradezco a los estudiantes de NMT que sacaron las fotos de este ensayo…
Trasfondo musical por Naïssam Jalal
“Quest of the invisible”. https://www.youtube.com/watch?v=GmMBs6fDGg0
https://www.youtube.com/watch?v=izojIYHCeIM&list=PLUkF-dqBcgpap-jNnYJnRzkAF3kSN9_ST
“Al-Maadiya” / نسيم جلال – المعدية
https://www.youtube.com/watch?v=6N3o4cCDdlc