Al académico Ralph Sprenkels
Esa fotografía inserta en la pared me ha observado desde hace días, su mirada incisiva ha rasgado mi conciencia que palpita en todo momento.
Sus múltiples ojos reclaman mi atención, desde el día que entré por primera vez. Me miró, fingí no verla. Lo primero que hice fue dejar mis cosas en la silla junto a la mesa. Luego recorrí la galería de forma inversa. De tal manera que la última foto era la primera, luego estaba esa fotografía. Contiene imágenes de niñas, niños de todas las edades, también una señora. En ese momento el maestro de turno hizo un saludo, salió a paso ligero.
Ahora, por fin, después de varias jornadas de acercarme a la fotografía, ha decidido hablar. Sobre la señora que se encuentra acostada, en una cama improvisada de madera, dentro de la foto.
— Fotografía — hace muchos años la señora ayudaba a labrar la tierra a su esposo. Solía llevar varias semillas autóctonas de maíz en múltiples colores. Ese arcoíris llenaba a su familia de felicidad. Alimentos que guardaban en graneros comunitarios. Aquellos días estaban plasmados de bellas estampas, que en el campo, pretendían historias de vida feliz. En los montes recogía algunas flores y frutas que ayudaban a la dieta familiar. Por ahora esas memorias quedan en su alma, como testimonio de esos amaneceres que un día intentaron alargar. El conflicto armado ha sido cual desde tiempos anteriores, aún lo es. Ahora solo quedan los amargos hechos que un día cosecharon sin querer.
Su recuerdo navega por las aguas del rio, que un día albergaba peces, camarones, cangrejos, que algunas veces sustentaba a la comunidad, ahora solo hay bolsas, basura, químicos que envenenan la vida. El río saciaba tierras, plantas y demás seres vivientes. En su inmensa bondad ofrecía agua que bebían y compartían. Disfrutaban nadar en la poza del encanto. Bañaba sus días. Atestiguaron su sobrenatural brillo al fondo. Sus hijas e hijos ahora la tienen a ella, preguntan por su padre en el recuerdo. Han regresado a esas tierras, arrasadas por los estragos del conflicto armado. Su recuerdo viaja por el campo. No sabe en qué lugar se encuentra el cuerpo de su esposo. Es una cifra más que cuelga en la pared de algún lugar inexistente. Por ahora.
Ella trabajaba la tierra pero un día al salir en una guinda, se desvió, paso sobre una mina que explotó casi toda su extremidad. Por suerte su hija que aún es una bebé, la llevaba una mujer que metros antes se ofreció ayudarle con la niña, sin imaginar que una mina arrebataría la extremidad de la señora. Todo pasó tan rápido, como pudieron amarraron un paño limpio a su pierna y unas cuerdas de cáñamo. No había tiempo para más, debido a la explosión recibieron una advertencia, se aproximaba un helicóptero del ejército. Si los descubría sería su fin, pese a ser civiles. Salieron sin pensarlo, las niñas y niños lloraban horrorizados, la gente imploraba al cielo de diferentes maneras que les concediera vivir. Unos echaron las pocas cosas que salieron volando por todas partes, mientras los otros salían huyendo del lugar con la señora a cuestas.
Por suerte era fuerte como las caobas inmensas que hace más de quinientos años habitaban el lugar, lograron escapar de ese horroroso monstruo mecánico, que lograron burlar gracias a los escondites que les obsequió en ese momento una ceiba. Los abrazó por largas horas, mientras el peligro pasaba. Luego los devolvió. La señora fue llevada a una casa-hospital, la dejaron reposando en una improvisada cama de madera…
— Cierran la galería, debo irme. No sé si vuelva a encontrar a esta fotografía alguna vez. Voy a tomarle una foto para seguir hablando con ella.