La adivinanza enseña el diferencia radical entre el sonido y el sentido. Para las revistas estatales, la apertura dictatorial la completa el encierro democrático…
La “Revista del Ministerio de Instrucción Pública” (1943-4) demuestra una paradoja. Su apertura editorial señala una neta distinción entre la dictadura martinista y la democracia actual. A un año de la caída de Maximiliano Hernández Martínez (1944), todos sus presuntos oponentes intelectuales publican sin restricción en la editorial oficial. Por ello, la verdadera lectura crítica citaría cuáles revistas estatales e independientes les permiten a sus contrincantes políticos desarrollar un protagonismo similar sin censura. Acaso la aprobación militar —incluido el despegue poético de Oswaldo Escobar Velado (1919-1961)— culmina en la condena democrática presente a la diferencia de opiniones: diálogo sin opositores. Las adivinanzas obligan a reconocer las contradicciones entre el dicho y el hecho. El sentido real no se deduce de la materia sonora. La estructura lógica de las oraciones tampoco dicta su significación ni su encadenamiento en un discurso. Por ello, existe una memoria sin archivo. Al olvidar adrede los archivos nacionales, la memoria histórica del presente declara su vocación poética por el desdén. Por la ley de las adivinanzas —remedo del espejo, Yo X Tú— la memoria afirma lo contrario de lo que dice, el olvido de la documentación primaria. En efecto, de la lista que un prestigiado historiador estadounidense anota cómo oponentes al martinato en 1941, varios aparecen publicados en 1943 (https://elfaro.net/es/201707/ef_academico/20600/Para-el-general-Hern%C3%A1ndez-Mart%C3%ADnez-todos-eran-enemigos.htm). Con mayor razón, sus nombres los difunden revistas oficiales anteriores —distribuidas por las embajadas como “Revista El Salvador de la Junta Nacional de Turismo”— las cuales la historia científica se jacta en suprimir. Lo contrario a la dictadura —que la democracia editorial admita la disidencia documental— es inédito, ya que el boicot de la diferencia es la regla del diálogo actual. En breve, tal es el contraste: la democracia censura la crítica; la dictadura, la edita.
Como no existe historia sin lengua, en remedo de Juan Preciado, la poética prescribe lo obvio. El descenso del historiador al pasado siempre defiende el legado de su padre, Pedro Páramo. Por ello, condena revelar las redes intelectuales del baldío y, en nombre de la memoria, oculta el archivo indeseable. Así la adivinanza impone su ley. A la apertura del martinato a sus críticos letrados se contrapone la censura democrática actual.