El Salvador
viernes 22 de noviembre de 2024

La po-Ética lo-Cura…

por Redacción


El ritmo de las letras lo dictan las “huellas del tiempo” cuyo coral “tañen los fantasmas del pasado”. Por este tatuaje inscrito en la piel, todo futuro promisorio —“socialismo nuevo”— lo prescribe el recuerdo paradisíaco de los comienzos.

Al insinuar un refrán popular —“de  poeta y loco, todos tenemos un poco”— el poemario a comentar de Alfonso Velis Tobar reclama una larga tradición de lo irracional.  Inscribe la poesía en el lado opuesto y complementario de la razón. Quizás en sus “sueños” o en una región aledaña.  El legado lógico siempre produce ideas insensatas en verso, a su reverso.  Al sistema de la ciencia, “Despojos de la locura” no contrapone el desorden, sino expone la improvisación de la ocurrencia.

Se acerca al laboratorio —digo yo— a escuchar cómo resuena el eco coral —ooommm— de quienes contemplan el universo entero desplegarse en la Tabla Periódica de los Elementos.  En la poética, todo propósito lineal lo sesga siempre la coyuntura azarosa del futuro hecho presencia.  Lejos de Delfos —sin oráculo ni consulta del I-Ching— el vaticinio científico carece de la magia que le otorgarían los arcanos mayores del Tarot.  Para el número, el futuro siempre implica un a-Sombro.  Como toda estancia encerrada, la fórmula matemática se halla a la sombra de la creencia que representa lo inexistente aún.

El azar lo reclama el poema inaugural: “¡Despojo de símbolos malignos!”.  A vuelo de “pájaro”, “escribo sobre una servilleta”.  El objeto a la mano, más inmediato, apoya la letra que calca la mirada directa del escritor.  El programa en secuencia anticipada cede ante el paso furtivo de la transeúnte.  “Pobre viejita tan débil” a quien el poeta anhela “mitigar su hambre”.   Acaso ella define el ansia misma del poemario en la búsqueda —“trova”— de su propio cometido.

El ritmo de las letras lo dictan las “huellas del tiempo” cuyo coral “tañen los fantasmas del pasado”. Por este tatuaje inscrito en la piel, todo futuro promisorio —“socialismo nuevo”— lo prescribe el recuerdo paradisíaco de los comienzos.  “No había despojos”.  “Era un utópico comunismo primitivo”, en anuncio infalible del venidero.  El porvenir —“asalto final del cielo”— lo anticipa un “sueño” de hembra, en el instante detenido cuando ese “cuerpo” se vuelve “patria ausente”.  Acaso la re-Volución, en giro de los astros hacia el amor de los comienzos.   Tal vez…

En ese “quizás mañana”, el poeta habla “en nombre de los trabajadores”.  La justicia reclamaría el pasado distante —tan lejano del escritor en el exilio como el “regazo de la madre”.  Su amparo se funde con el país del recuerdo.  Tal es la búsqueda ansiosa del poema donde el trazo de letra restaura el enlace madre-patria-trabajador-hembra-infancia.

De su ausencia perdura el nombre que —efectivo en su creatividad— proyecta el pretérito revocado hacia el futuro promisorio.  Por esta esperanza, en su retorno a la patria, la angustia del poeta vislumbra el “vuelo de las golondrinas”.  Bajo la lluvia del invierno —“extranjero” en su propio país— Velis Tobar sueña con las aves que anuncian el “verano”.  Acaso añora la reintegración que lo transforme de “visitante de mi propia tierra” en compatriota pleno.

El ave agorera rescata “los juegos de los niños” en preludio del “socialismo nuevo”.  Más que novedad resulta el reinvento de un antiguo legado cristiano.  Si al inicio del contacto destruye el socialismo primitivo —“vino la cristianización / su santa inquisición”— por el eterno retorno de la infancia, “Jesús, ese héroe revolucionario” anuncia el descalabro de los “Césares”.  Como el poeta, el profeta regresa “de los exilios”. Acaso el final utópico sea la restauración de los comienzos.  Esta reparación —se dijo— implica la verdadera re-Volución en el sentido original de rotación estelar.  Constante y anual.

En el “sueño que no fuimos”, “la memoria del mar” corea su oleaje en altibajos perennes.  Oscila de la esperanza a la desesperación, del sueño a la pesadilla.  Al reintegrarse a la matria —“¡patria mía!; ¡madre mía!”— el poeta teme que sus

“anhelos patrióticos” se esparzan “al borde del abismo”.  Entre el “amor” y el “odio”, su vida quedaría “lejos del mar y de Dios”.

La “guerra” de liberación ya sólo es memoria.  Truncada, el exguerrillero vive en el exilio.  Ya no clama “¡revolución o muerte!”, sino su anhelo marchito canta que la muerte llega en el destierro.  “¡Migración y muerte!”, según lo cumple lo actual.  Desde esa doble lejanía —en el Espacio y en el Tiempo— el poemario concluye en su evocación a los “poetas mártires”.  Declara su vocación original de ser meta-poesía.  Es la palabra viva de otra palabra difunta. La Muerte pretérita resucitaría en utopía, ya que la revolución restaura la vivencia generacional de los comienzos. La infancia, en la vejez.

Si el poeta alude a la locura, esta enfermedad mental no define su propia sensibilidad, ni una afección maligna que lo invada internamente.  En cambio, Velis Tobar declara su vocación de recolector quien tapisca (Logos) los “despojos” de su entorno social en crisis perenne debido a la violencia.   Sea la guerra civil salvadoreña cuyo ideal guerrillero no realiza su objetivo: ni la revolución ni la muerte, salvo para quienes ya no escriben.  Baja la tumba florida (Anthos; Xóchitl) inspira —se dijo— la meta–poesía de una generación.

Sea el exilio sin retorno de una población considerable del país.  Antesala del actual dilema migratorio que raya en la xenofobia y en la tragedia.  Sea el desarraigo y la adaptación a una nueva identidad híbrida.  Las continuas guerras internacionales por controlar materias primas a exportar.  La locura global abre las fronteras a los más variados productos, pero la clausura a sus productores humildes.

La poesía no pretende resolver problemas sociales tan complejos —bélicos, migratorios, etc.— ni propone un programa político razonado para solventar la pobreza.  A falta de compasión y oferta laboral —de ayudas sociales— quizás no lo hay.  En cambio, investido de trovador, Velis Tobar encuentra los desperdicios de una sociedad sin justicia.  Testifica la desconsideración por otorgar una vida digna a todos sus habitantes, al implementar la injusticia y la desigualdad que la poesía condena.

Los “Despojos de la locura” de Velis Tobar testimonian la dificultad de aceptar el presente.  “La realidad del instante” encierra la presencia absoluta.   En este momento único de vida plena, el pasado fogoso de la infancia conjuga el ideal futuro.  Los sueños de la niñez se confunden con la utopía porvenir, ya que todo proyecto futuro proviene de una proyección pasada.  Empero, esta conjunción de tiempos dispares sucede en la lejanía geográfica.  No se trata sólo de una revolución social que nunca llega —un “nuevo socialismo” siempre postergado.  Su revolución sinódica no la mide el breve año lunar, el solar, ni el alargado año venusino.  La llegada revolucionaria la calcula la vasta órbita de una estrella distante a ciclo inconmensurable.

Además, si el tiempo acontece en el espacio —palpita en el alma— el problema central lo explica el destierro mismo del sujeto.  El poeta pertenece a una generación marcada por la guerra civil.  Compleja, la guerra no sólo es lucha de clases en conflicto, sino también lucha fratricida, lucha de compañeros en la misma clase.  Sin predicciones estrictas, causa el desarraigo de un enorme porcentaje de la población salvadoreña.  En esta aceptación, lo verdaderamente re-Volucionario sería el retorno al inicio.  El cambio abrupto lo viviría el poeta en su intimidad.  De regreso a la patria, ya no es el mismo.  No sabe si vivirá este nuevo Espacio-Tiempo-Sujeto/Energía como “visitante” furtivo.  O, por lo contario, se arraigará siempre como flora inmortal, pese a las lluvias del desamparo y a las “golondrinas” del verano. A saber si tales son varios signos zodiacales de esa locura poética.  Ética que lo cura.  Poética, ¡qué locura!