III. Principio descriptivo
Soy peludo, soy dentudo
Capa verde y ombligudo…
III. I. El pentágono del mensaje en re-cado
El tercer procedimiento recomienda el uso de la creatividad descriptiva al definir la palabra que refiere a un objeto concreto, o a una idea abstracta. Como la fórmula lógica de la gramática —“you broke my phone/heart”— la definición del diccionario no basta para determinar la significación. Sólo la metáfora explicaría que destrozar un teléfono formalmente equivale a un fracaso amoroso, sin precisar otros sentidos como “breaking news/the law”.
Asimismo, en el despiste —sin pisto ni pista— uno queda despistado y, roto en pedazos, “you’re broken” (donde “you” refiere un impersonal (se) del habla coloquial). Sólo los frenos —“brakes”— detienen la incesante dispersión del sentido, o bien “if you take a break”, “si haces (se hace) una pausa”. Igualmente “quebrada/quebrantada” resulta una persona que se fracture corporal, sentimental o financieramente, así como se resquebraja la última noticia o la ley transgredida.
De hecho, el dictamen científico —la significación correcta— lo dilucida un hablante (Yo) cuya autoridad la hace pública el carácter impreso de su tesis, a veces en imperativo. De multiplicarse en un comité —la Real Academia de la Lengua (RAE), por ejemplo— el doble sentido concurre al asegurar su autoridad. The Real is the Royal (Monarchy)”. En castellano, “Real” connota lo “real and royal”, lo real y lo regio, como si la realidad del mundo natural y social la nombrara un edicto político, monárquico y real. De incluir el tercer sentido de “real” —“moneda de plata”— el acceso a la realidad y la realeza evocan el dinero, el poder financiero. El inglés no traiciona el veredicto castellano, ya que “real” deriva hacia “real estate; realtor” y “realice”.
Por decreto lingüístico no sólo la Realidad es Real. “I just realice that my real estate is as real as reality”, al apropiarme de una pequeña región —mi finca, “Regia”, en Comasagua— donde realizo mis sueños. Los linderos de esa propiedad —cercada de chichicaste— equivalen a las fronteras del sentido que impone la autoridad letrada. Toda crítica a las murallas nacionalistas implica reconocer el carácter migratorio del sentido. Fluctuante, el significado carece de pasaporte y de visa prolongada en su estadía en el habla cotidiana. Jamás las barreras del sentido podrán nacionalizar —no se diga naturalizar— los sonidos, al atribuirles una significación única y correcta.
Por esta dificultad, a la descripción pública del idioma —publicada por edicto— se contrapone la adivinanza. Jurídicamente, apela al derecho de expresión po-Ética, sin intermediario de una “Comisión Editorial”. La adivinanza no le otorga la facultad de nombrar sólo al “Tlatoani” (quien habla, Yo, el regente) o “the Speaker of the House” (I, Presidente del Congreso). En castellano se llamaría “Yo, el Supremo” (1974), según una clásica novela de Augusto Roa Bastos.
En cambio, el habla popular ofrece un retrato novedoso del objeto, según la perspectiva particular de ese emisor anónimo, quien desconoce los diccionarios autorizados. La cuestión central subraya la creatividad expresiva del locutor (Yo), múltiple, al igual que incita la diversidad cultural a perspectivas disímiles de las personas a quienes se dirige. Parecería que la adivinanza anticipa el procedimiento poético de la literatura moderna, Sin conocer la obra del poeta modernista francés, Stéphane Mallarmé, recita un postulado semejante.
“No hay que nombrar a las cosas, no hay que señalarlas simplemente y decir esto es un vaso, esto es un papel, aquello es luz, esto es un rostro. Hay que sugerirlas, hay que hacerlas sospechar. Cuando uno hace que las cosas estén presentes por ausencia, es cuando las cosas están” (Mallarmé). “Nombrar un objeto suprime tres cuartos del gozo del poema que consiste en adivinar”. Mallarmé certifica que el principio descriptivo de la adivinanza utiliza el mismo recurso poético que sus poemas simbolistas.
Si el diccionario afirma que la “lengua” es un “órgano muscular situado en la cavidad de la boca…” y “un sistema de comunicación verbal…” —sin mencionar quién ni qué le co-munica a otra persona— el dicho popular insinúa un desvío intencional del mensaje. El habla conlleva una “mentira”, ya que se halla en el recodo entre el propósito del emisor y la paráfrasis del receptor.
Guardada en estrecha cárcel,
Por soldados de marfil,
Está una roja culebra,
Que es la madre del mentir = la lengua.
Al abolir la censura de un Yo único, la descripción creativa popular revela una verdadera demografía o escritura (graphos) del pueblo (demos), desdeñada por la ciencia. El engaño y la farsa las juzga características esenciales de la comunicación, al enlazar los vértices del triángulo —hablante (intención) (1) à mensaje/mentira (2) (sonido/letra-sentido-referencia) (2-3-4) à oyente (interpretación) (5)— hasta desglosarlo en quinteto. La recepción transforma el mensaje en recado al volcar la intención primaria hacia un comentario en suplemento. El complemento de la escucha debe reconocer su compleja composición tripartita, esto es, la manera en que la materia sonora/gráfica oculta el sentido y, a su vez, disfraza lo Real.
Desde su encierro carcelario, la lengua enuncia lo falso. La “culebra” es el emblema del engaño; lo rojo, la encendida vergüenza. En verdad, el idioma jamás logra “llamar a las cosas por su nombre”, ya que las cosas siempre ignoran el nombre que la autoridad real les atribuye. La adivinanza no divulga mensajes neutros por simple deleite, sino reconoce una intención precisa. Hay que desorientar a la audiencia en culebreo continuo. Sea obtener un favor en mercancía, en apoyo político, financiero u otro, la “mentira” a descifrar oculta la verdadera razón comunicativa. Dicha siempre en el presente, toda promesa no la cumple una redención futura, un mañana inexistente que tal vez no llegará. Reiterando, la concluye el rédito actual que se traduce en respaldo oficial, en venta inmediata, u otro beneficio directo.
La adivinanza indaga el doble sentido de la palabra “lengua”: órgano muscular en el encierro bucal y facultad del habla. La oración final visualiza el lenguaje humano de manera distinta a la definición técnica presupuesta, sea la del diccionario o la que ofrece la convención social. De “tool of communication (instrumento de comunicación)” —sin una “warehouse where to find it”— el dicho popular lo concibe en despliegue de “mentiras”, quizás para embaucar el oyente. Esta función embustera del idioma la reiteran las “bombas”, cuya intención directa consiste en burlarse de la audiencia. Se transcribe sólo un par, que ejemplifica la picardía.
En el centro de la mar Desde mi tierra he venido
Suspiraba un tecolote Con mi cacaste en la nuca,
Y en suspiro decía: Sólo para venirte a ver:
Orejas de chucho jiote. Con esa cara de cuca.
En su serpenteo, el idioma engaña a la naturaleza misma, ya que jamás se identifica con el discurso que la nombra. Menos aún, la audiencia se reconocería en la guasa que la describe: “orejas de chucho; cara de cuca”. En la adivinanza, la fluidez ondulada del mensaje obliga a reconocer el enlace inicial —co(n)-, “with, compañía”— que corona la comunicación humana plena en la con-fusión. Como el día y la noche —hablante y oyente— tal es la dualidad constitutiva del estar-con en el lenguaje. Es sístole y diástole, cenit y nadir de un mismo mensaje desdoblado en espejeo conflictivo.
No en vano, los guardias de la lengua no sólo se perciben como el alimento cotidiano del maíz. También habitan a la entrada de un despeñadero. A imagen de la comida, quizás, el sentido se precipita hacia el abismo sonoro en doble eco interpretativo: Yo X Tú. El recinto de la lengua —dientes y boca— termina de tajo en un precipicio. En reincidencia, co(n)-municar es con-fundir en abismo.
En un barranco está un poco de maíz blanco = los dientes.
A la orilla de un barranco,
Hay dos surcos de maíz blanco = la boca.
A la lectura de interpretar por qué razón adicional la comunicación engendra lo falso, tal vez, el “barranco” del sentido. La adivinanza expone “el laberinto de los senderos que se bifurcan”, desde la intención secreta del hablante (Yo) hasta la desviación interpretativa del oyente: You = Ud./Tú/Vos/Uds./Vosotras/os, sin contar el “you”, impersonal, “how do you say…?”. La explicación técnica no sólo impersonaliza la comunicación —vuelta utensilio (tool) neutro— sino el verbo mismo adquiere un sentido intransitivo y sin participantes: “comunicar”. “Language serves to communicate”, me dicen. La neutralidad de la técnica enfrenta la enemistad popular ponzoñosa: “cara de cuca”. La presupuesta transparencia formal la complementa el rompecabezas gráfico-sonoro de la adivinanza. No en vano, una segunda descripción del órgano reitera el claustro como sitio desde el cual emerge la lengua antes de expresar enunciados.
Entre pared y pared
Hay una cinta encarnada,
Que llueva o no llueva,
Siempre está mojada = la lengua.
Además, al otorgarle un neto sentido de género cultural —la lengua hecha mujer— remite a la humedad quizás indescifrable. El regadío de sonidos provoca su fluidez deso hagoel sentido. A ciencia cierta, no lo sé. Pero las dos adivinanzas insisten en lo acuático como cualidad constitutiva de la lengua. Acaso se trata de una imagen metafórica del confuso derrame del sentido. Habría una fluidez incontrolable del sonido hacia el sentido.
Una mujer colorada y pelada,
Que llueva o no siempre está mojada = la lengua.
La segunda alusión —“entre pared y pared”— reincide en considerar la lengua como una prisión húmeda en su hábitat natal. De nuevo, la transparencia comunicativa de la técnica —a imperativo constante en los manuales— contrasta con la salida carcelaria y acuática de la perspectiva popular. El acertijo re-insiste en ofrecer una discrepancia esencial entre el imaginario científico —hablante y oyente neutros e iguales— con la disputa política del habla según la adivinanza. El problema de género —la lengua, no el idioma— reluce un hecho constitutivo del discurso. Es obvio, quien ordena —el letrado, el ingeniero— y quien cumple el precepto técnico no poseen el mismo estatuto. Como modo verbal, el imperativo implica una jerarquía social entre el regente y el ordenanza: Yo > Tú.
La enseñanza nodal propone establecer equivalencias inéditas para cualquier diccionario autorizado. Por esta razón, no hay una sola descripción de las palabras, ni del objeto referido. Ya no se diga de ideas abstractas intangibles: justicia, democracia, etc. En cambio, el regodeo del habla popular se complace en juguetear alrededor de los tres vértices del famoso triángulo lingüístico: Sonido-Letra/Significante – Sentido/Significado – Referente/Objeto. Mejor aún, el cuadro siguiente especifica la complejidad lingüística del acertijo. Incluir la intención oculta del hablante y la interpretación del oyente, en su jerarquía social.