II. I. Ciencia y doble sentido
Se prescinde de la primera parte de esta sección: los dobles sentidos de varios términos científicos (STEM, derivar, integral…), las metáforas técnicas y la tragedia de enlazar la tecnología a la política (Guerras Mundiales, Auschwitz, Gulag, Hiroshima, dictaduras militares, nacionalismos…). Abreviada se ciñe a la temática que propiamente refiere el habla popular salvadoreña y su perspectiva lingüística. Según las adivinanzas, hablar consiste en dibujar una línea de fuga sonora que cambia constantemente de sentido, a imagen del mundo actual a la deriva migratoria.
Sólo en los muros sin bejucos, los nacionalismos intentan frenar el eco de ese desvío sonoro que excluyen en esquizoanálisis. Si a un simple sonido /a/ —primera letra, preposición, admiración (ah) y verbo (ha)— le corresponden varios sentidos, con mayor razón las palabras y los textos multiplican la ambigüedad. Sólo un “jardín de los senderos que se bifurcan” explica el paso del sonido al sentido, esto es, de la intención del Hablante a la interpretación del Oyente. El principio teórico de la adivinanza establece el enlace estrecho entre comunicar y confundir, por el prefijo inicial —co(n), “with”— que determina la disparidad de interpretaciones. El hablante y el oyente se invierten según la ley del espejo que descifra cómo la intención primaria (Yo) se revierte en interpretación (Tú).
En ese laberinto del sonido al sentido —espiral del sentido al mundo empírico, “la palabra perro no muerde”— la adivinanza despliega un modelo de discurso en miniatura. A la audiencia le corresponde establecer el sinuoso trayecto en diagonal, ya que el mensaje es un tríptico. De la materia sonora-gráfica, atraviesa el oscuro túnel del sentido hasta desembocar en la realidad natural y social oculta tras la palabra. El idioma nacional reviste las cosas.
Si un objeto material y visible —“adivina-me-ésa, guess to me-that, table” (sección I)— se escabulle bajo la materialidad del nombre, ¡cuánto más una idea abstracta no se disfraza de manera similar! En sencilla lección de lingüística, el habla popular anhela confundir la interpretación del oyente (You), por ese desvío tripartito entre sonido/letra-sentido-referente. El recado o mensaje esconde una neta intención que siempre queda disfrazada.
Demos gracia à Democracia, según el espectro partidista actual y la época histórica… (Francisco Gavidia en la Universidad Nacional (1932) habla de “la democratización de toda América”, durante el “Centenario del Padre Delgado”).
A ese cambio del nombre, una “canción popular” de Angelina Ábrego, Profesora de Arcatao (junio de 1930), lo llama “Simplicio” (246-247). En oposición a la regulación lingüística, la interpretación tergiversada de las cosas causa el estupor de la comunidad entera. El habla de ese personaje no lo rige la convención social en boga. El “contrato social” exige “el rigor” borgeano “de la ciencia” al adecuar el mundo a la palabra única por obligación generalizada.
El acuerdo del léxico —avenida a sentido único— ofrece el calco correcto, al tildar toda creatividad poética disonante de locura y desquicio. Como hecho fundador del “animal político (zoon politikon)”, al “animal dotado de lenguaje (zoon logos ejon)” lo constriñe la idea dictatorial de regular la significación primaria y rigurosa de las palabras y de las ideas abstractas. A la lectura de averiguar si el antónimo de Simplicio —Complejicio— definiría la norma lingüística en su anhelo por estipular una vía directa del sonido al sentido, del sentido al mundo de las cosas y de las nociones.
La canción popular de Arcatao demanda lo simple. El hablante posee el derecho democrático de nombrar las cosas; el oyente, el de interpretar el mensaje en su triple desglose: sonido/letra-sentido-referencia, así como revelar la verdadera intención oculta antes de acatar imperativos. En contraste, lo complejo proviene de una ley ejecutiva a doble inciso. Los sonidos-letras de una palabra poseen un sentido exclusivo, así como de las cosas y de las ideas emana su nombre propio.
De vincular el proceder de Simplicio al epígrafe inicial —“no hay un sentido primario —otro derivado— sino la toma de poder de una significación dominante en una multiplicidad política subalterna, en deriva migratoria”— emerge una imagen del mundo que enturbia la idea actual de los escritos académicos a propósito lineal, casi exclusivo. De la introducción a la conclusión, el prólogo define las varias secciones y los resultados de antemano. Como las palabras, enuncian el nombre prescrito de las cosas.
En un mundo a la deriva migratoria, a nacionalismos álgidos, fronteras rígidas, el ideal de la escritura consigna el orden estricto del objetivo lineal y, por tanto, la ley del objeto de estudio. Habría una neta discordancia entre los datos y su calco en exposición, esto es, una confusión entre lo real migratorio y el formato convencional de presentación rectilíneo.
Sólo antiguamente, el influjo del surrealismo, del psicoanálisis, de la filosofía en rizoma permiten la escritura automática, el descoque diagonal en rayuela y el libre desvío jazzístico. Ahora en desuso, “el libro a imagen del mundo” —el ensayo, réplica del universo social— debería reclamar la diversidad del nombre que Simplicio le impone a su entorno natural y social. Esto es, la variedad de estilos a menudo entabla un diálogo conflictivo por la supremacía única de lo Real. Como en la música, el linde patriótico de los estados —«“country music” only from one country»— lo complementa el azar incierto en los géneros, la improvisación de los migrantes.
https://www.youtube.com/watch?v=bfV6X8smuvw / https://www.youtube.com/watch?v=3MjV9cCs00c.
Sorprende la sencillez narrativa de la profesora Ábrego de Arcatao. En el olvido, su transcripción del habla popular reclama la misma libertad poética de nombrar que un escritor consagrado. Si el guatemalteco, Luis Cardoza y Aragón escribe “le llamo a la Luna Sol y es de día”, Simplicio lo antecede “le llama noche al claro día”. Esta equivalencia no establece jerarquías entre el poeta canonizado y el habla popular.
Por lo contrario, al igual que la ciencia recicla términos coloquiales, la Ciudad Letrada reitera el acierto filosófico de lo popular. Los nombres no calcan los hechos, sin atribuirles a la vez la visión subjetiva del hablante. Se llama Simplicio, debido a su carencia de poder político y de certificación académica. Sin embargo, desde Arcatao confirma que los hechos han sido también hechos por la palabra. Incluso, la fórmula matemática los extrae de su escondite natural para transportarlos al aparador utilitario de la cultura.
Para rematar, se anota el sentido múltiple de estrellar que remite a los astros visibles nocturnos en el firmamento, al huevo preparado de cierta manera —y sin presencia directa en la adivinanza, también significa “chocar” y, hoy en día, remite al estrellato artístico.
¿En que se parece un huevo al cielo? = en que se estrellan.
A continuar: III. Principio descriptivo