Intento entrar en su mundo. Dibujante desde abrir los ojos. Trenzado el cabello, manos de diosa hechas para el arte y la costura. Pinturas con color intenso. Pinturas con memoria e historia. En pequeños formatos o grandes tapices. Historietas. No tienen fecha. Solo su nombre: “MAYA”, así, con mayúscula. Esa es: María Teresa Salazar Lardé “Maya”. La solitaria, la brusca y dulce, la musical y cantora, la escritora, la abundante multifacética, la hija de Salarrué y Zelié Lardé, brilla con luz propia. Una estrella desconocida de Cuscatlán.
Procedente de una familia de artistas, Salvador Salazar Arrué “Salarrué” (1899-1975) y Zelié Lardé (1901-1974), junto a sus hermanas, la mayor Olga (1923) y la menor Aída Estela (1926), conformaron un núcleo muy especial, en la casa que habitaron en la Colonia América, de la capital salvadoreña, hasta 1958 que se fueron a la casa de Los Planes de Renderos.
Nació en San Salvador el 26 de diciembre de 1924. A los tres años, Maya comienza a pintar “había agarrado el lápiz y hacía corazones”. Confirma su seriedad hacia el arte como un modo de vida. Salen en un bus sin rumbo, con sus hermanas, siempre juntos, llegan a pueblos desconocidos con Salarrué, dan de comer a los perros de la calle. Regresan felices a pintar, a esculpir, a dibujar, a relatar todo lo que ven. Viajan caminando por el cerro San Jacinto, lleno de árboles, un bosque precioso que amaban. Su escuela fue la observación.
Zelié, siempre en la costura, en el dibujo, cantora de ópera. En la mística. Viajando en buses. Siendo el pilar familiar. Son muy chicas, las niñas viven y saben sobre La Matanza ocurrida, el cuartel El Zapote es cercano a donde vivían, el general Hernández Martínez giraba órdenes a las tropas, se escuchaban bombas que las asustaban. Invadieron pueblos, cantones, sobre todo del occidente del país. Matando a más de diez mil personas, la mayoría hombres de doce años en adelante. En esa época su padre, el escritor, redactaba en el periódico Patria. Expone en 1935 en Costa Rica. Mientras, las niñas crecían sin ninguna opulencia. Con la sencillez y frescura de un camino rural recién caída la lluvia. Todo comunicaba, la tierra, los pájaros, los colores, las estrellas, las comidas, la compasión de ser vegetarianas, en su mundo familiar, en esa estrella de cinco puntas donde cada ser era una y una sola estrella.
Maya y sus hermanas Olga y Aída, realizan su primera exposición en octubre de 1942, en la Rotonda del parque Cuscatlán de San Salvador, parque que se había creado en 1939. El 12 de marzo de 1946, las hermanas “Salarrué” como se les conocía, realizaron una exposición en la segunda planta del Club Internacional, en el centro de San Salvador.
Salarrué, es designado como agregado cultural en Nueva York de 1946 a 1958. Solo la hermana mayor, Olga, es quien se radicó en Estados Unidos, y contrajo matrimonio con Bill Clark. Las demás, aunque se visitaron algunas veces, retornaron a El Salvador. Aida se casa con el mexicano Valentín Prieto, quien trabajaba en El Salvador y posteriormente se van a México. Además, el salario de su padre era poco, y tenia que alcanzar, apenas, a veces, en los archivos de las cartas de ellas, se puede leer la necesidad de comprar ¡zapatos, pinturas, pinceles! Y muchas veces, no había para eso.
Del 9 al 30 de marzo de 1951, en espacios como el United States National Museum y en la Smithsonian Institution, cuadros y tapices de Maya, pinturas de su padre y hermanas, entre otros pintores fueron expuestos durante una muestra salvadoreña. La obra de Maya expuesta fueron dos acuarelas y una obra en arcilla que desconozco el formato: Gabriel, watercolor; San Patrick, watercolor; The Sad Faun, clay.
Solo Maya de rebelde y moderna no, ella prefiere estudiar piano, pintar, escribir, hacer sus delantales de trabajo, hacer vestidos de muñecas, pensar, estudiar diversas culturas. En El Salvador junto a su madre, la pintora Zelié, mientras su padre trabaja como agregado cultural en Estados Unidos, continúan su vida, en continua comunicación a través de cartas, hasta 1958, cuando él regresa al país.
Maya estudia piano con el músico Ion Cubicec. Busca y busca, en diversas filosofías y religiones. Le fascinaban los dibujos de Gustave Doré. El sueño era el dibujo. No le voy a encajar solo en el “arte primitivo”. Es más. Lo tuyo era el dibujo. Siempre. En pequeños formatos, coloridos, únicos.
Me contó el pintor Ricardo Humano, donante del Legado Salarrué al MUPI el 26 de junio de 2003, y amigo de la familia, que entró a un monasterio en Panamá. Escribió una novela llamada “Rosas tempranas para un obispo griego” que se comieron las polillas. Estudió un poco de ruso y arameo. En ese monasterio también dio clases de dibujo. Pero regresa al enterarse que su madre estaba enferma, ella murió a finales de octubre de 1974, año en que se publica una edición de “Cuentos de Cipotes” de su padre, Salarrué, con sus maravillosas ilustraciones; ya en 1945 Zelié ilustra la primera edición de los cuentos. Un año después, la noche del 27 de noviembre de 1975 muere Salarrué, su amado Dagdito.
Desde septiembre de 2016, en el Museo de la Palabra y la Imagen, se muestran por primera vez dieciséis pinturas suyas en la exposición Maya: color y memoria. Creaciones en ingenuo, técnica mixta, tinta china, crayolas, témperas. La denominación naíf, del francés naïf, ‘ingenuo’, se aplica a la corriente artística caracterizada por la espontaneidad, el autodidactismo. Ni Maya, ni sus hermanas no fueron a la universidad. Respecto a su obra, Maya dice: “cuando yo quería hacer ingenuo, lo que hice fue fijarme, primero en las cosas que mi madre (Zelié) hacía. Pero lo que yo quería hacer era distinto. Habían unos niños chiquitos como de tres años, afuera de una casa. Se le veían tres lados a la casa. Entonces, lo pinté. Y tenía cuidado que no tuviera absolutamente nada de perspectiva. Porque los primitivos tratan de imitar la perspectiva. Entonces yo suprimí completamente la perspectiva. Si pintaba una muchacha con un cántaro, la mano estaba aquí, el cántaro aquí…”.
Esas pinturas revelan sutileza y dulzura, su trazo imperfecto es perfecto, su mirada. Quita la perspectiva y realiza su obra sin intentar copiar nada. Solo sentir. Ya ha visto muchas cosas. Los paseos dominicales, las danzas, la agricultura, el barro, los ancianos, el telar de cintura, la conversación, comidas. Denuncia la pobreza al dibujar a la niñez descalza, los tejados y techos de paja, el paisaje rural, el circo, el río, la mar. Por eso asegura: “algunas personas creen que es en la mano que está el dibujo, pero no, está en la memoria”.
Puedo imaginar su gozo al crear estas pinturas. ¡Maya! Puedo imaginar también que pintas sin bajar el rostro, siempre altiva, orgullosa de ella y su familia. Muchas de sus obras fueron compradas baratas. En los últimos días, las vendía para su sobrevivencia a galerías o coleccionistas también. Seguro adornan muchas paredes.
En las pinturas expuestas en el MUPI, revela la época, los árboles de maquilishuat llenos de flores rosa lila y otros árboles como el cortés blanco con flores amarillo intenso, en un solo cuadro. Y hay un tiempo cuando florean. Registra escenas que capta magistralmente. Además, hay una vitrina donde está un manuscrito inédito, la novela “El hombre verde”. También un legajo de papeles conteniendo el cómic Dick Turpin. Le gustaban muchas cosas, no solo hacía pintura naif. Me impacta mucho la pintura “La muerte tras la puerta”, no está expuesta, esa permanece en el Archivo Histórico, no es naif. En la colección del MUPI hay un manuscrito de Salarrué, que transcribí, donde habla de vos: “en Maya ha nacido de un lenguaje franco que hace florecer en forma inteligente una ingenuidad casi angélica, que despoja el dibujo y el color de toda vacilación y toda torpeza plástica, propias de la expresión infantil y sus restricciones. Un Sentimiento de abstracción, al mismo tiempo ensoñadora e informativa”. Maya, va mas allá de pintar por pintar. El dibujo es una pasión. Vivir para el arte. Vivir sin dejar el arte nunca. Una artista nunca se detiene. Pareciera que es otra pintora que no existe en El Salvador. Y ha dejado mucha obra dispersa. Las he visto también en Museo MARTE, Museo FORMA.
Entro al MUPI, te saludo. Veo tus pinturitas en la pared nívea. Estás aquí. Mas bien, ustedes están aquí, Los Salarrué, descansan y están juntos en el Archivo Histórico. Aunque realmente todos se han ido. Me llaman. Voy a ustedes. Gracias. Me falta mucho entenderlos. Una cápsula en el tiempo. Te pido permiso, para hablar de vos. Has vivido, has dejado la abundancia de la artista sin encargo, de la artista que existe y florece en la sonrisa de las niñas y niños que veo cuando ven tus pinturas. Y se sorprenden y te descubren. En esa sala donde se expone Maya, el MUPI ha colocado el Certificado que confirma El Legado Salarrué como Patrimonio Documental al Registro Memoria del Mundo de El Salvador ante la UNESCO, obtenida semejante mención en 2016.
Aun espero, es un sueño. La casa de ustedes se llama La casa del escritor. Surgen nuevas investigaciones y rastros. Rafael Lara-Martínez me abre los ojos y la mente a la investigación. Falta difusión de la obra Salarrueriana y de su familia, falta un Instituto Cultural dedicado a ustedes. Pero ustedes traspasan “de un brinquito” toda adversidad. Todo plano astral.
Ya eso no es extraño. Pasan los años, y siento que insisto demasiado, pero puedo expresarlo a través de las palabras. Que son lo único que tengo. La casa otra vez parece despintada, los jardines, el silencio. Ojalá pueda ser crisol vivo de nuevo, como cuando ustedes cantaban y pintaban ahí. Para la familia, para el pueblo, para la verdad, difundiendo entre conversatorios, simposios internacionales, viajeros que acuden ahí. No solo maquillado. Falta mucho más. Y claro, hay otros personajes.
En octubre de 2018, hice investigaciones para saber donde estaba la tumba de Zelié, la encontré en el cementerio Las Parcelas, del otro lado del Cementerio de Los Ilustres en San Salvador. Entre la maleza, y con las referencias que me dieron en la Alcaldía, fui a buscarla, y encontré la placa que decía Z de S, al ver los datos de muerte y nacimiento, confirmé que era Zelié. Realicé un homenaje ahí y callo una tormenta que después el cielo ser llenó con un arcoíris, los perros se asomaron, los trabajadores del cementerio también.
Maya, Cuida de tus padres hasta el final de sus días, y veinte años después, muere el 17 de junio 1995, sin un centavo en el Hospital Rosales. Es la única, de la estrella familiar, que yace junto a su padre Salarrué en la tumba que ella misma diseñó en el Cementerio de Los Ilustres, en medio del pueblo, del mercado central, con toda la pinta de un Cuento de Barro. La tumba está adornada con un angelito de cemento, una cruz y un corazón labrados en hierro, un ánfora de cemento que ya no está, una verja de hierro que permanece, y donde se leía en dos plaquitas, (pues ya solo): “Los niños le amaron, él amó a los niños”.
Ahí están, a veces voy sola, a veces vamos a pintar con Ricardo Humano. Ahí están, Maya y Salarrué, perdiéndose en el tiempo, bajo el sol y cielo de su amado Cuscatlán, al otro lado de la calle está Zelié, bajo el bullicio de la gente.
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