El Salvador
viernes 22 de noviembre de 2024

Los últimos días de Leonardo Heredia

por Redacción


Te llevé un almuerzo. Me dijiste ¡gracias por venir a verme y acordarse de mí! Era el 24 de junio de 2017. Pero ya hacía mas de un año que quería encontrarte.

Eran casi las dos de la tarde y me recibiste como un amigo de siempre. Nunca te había visto. Saliste con un viejo bastón, a la entrada del pasaje. Alto, trigueño, rasgos finos, bonitas manos, camisa roja manga larga a cuadros y sonriente. Me dijiste ¡Hola! ¿Vos sos la muchachita que me quiere entrevistar? Vos sos a la que estaba esperando. Es que estoy 99% ciego, así que casi no te veo. Y se puso a reír.

Desde que oí su voz me dije, sí, es él. Es él. Leonardo Heredia.

Te busqué hasta que te encontré, quería hablar con el mito. Quería conocerte. Fue una sorpresa. Miguel Ángel Chinchilla me dio un número celular. Después de eso, confirmé que yo sí te iría a buscar. En la Colonia Panamá, antes de llegar a Cuscatancingo. Llegamos con Alice en un taxi, le dije a don Amado que no me esperara, que no sabía a qué hora saldría. Ya estaba a punto de encontrarme con Leonardo Heredia de 86 años. La voz de El Salvador, un maestro de la comunicación, un irreverente, el perfecto, el único.

Realmente, no tenía en ese instante la dimensión del personaje a quien iría a ver para entrevistar. Quería llevarte algo, pero no sabía si un vino era lo mejor o frutas. Opté por uvas, muchas uvas. Te llevé un almuerzo. Me dijiste ¡gracias por venir a verme y acordarse de mí! era el 24 de junio de 2017. Pero ya hacía mas de un año que quería encontrarte.

Sentí un poco de tristeza. Pero me valió chonga y seguimos caminando hasta la verja de la casita donde vivías.

Era la casa de la señora Sandra y su familia, ahí estaba una habitación que era solo tuya. La que me mostraste al final de la visita, con un par de fotos enmarcadas de tus años de juventud, con tus lentes de aro negro, con un cigarro en el estudio, con tu traje, elegante siempre. Con todas las paredes llenas de herramientas ordenadamente puestas en clavos. Tu ropa, tus maletas, tus recuerdos.

No empecé de inmediato a entrevistarte. Esperé que almorzaras, esperé tomar un poco de confianza. Pero querías comenzar a hablar, y sin grabar ya estabas contándome sobre María Félix, y otras aventuras en México, siendo un niño-adolescente. Como el trabajo en un taller donde dormías y reparabas radios, y lo hacías también para la XEW, la catedral de las radios en América Latina y que estaba en el DF. Un viajero, libre. Un loco, un loco maravilloso. Un genio.

¡No! ¡Espere!. No comience todavía, a contarme todo. Tomaste un medicamento y me dijiste que estabas listo. Al preguntarte si podía tomarte unas fotos, me dijiste que sí, pero con cigarro en mano. ¡Ah! ¿me regala uno? Te dije. ¡Te voy a corromper niña! Volvió a sacar la cajetilla de Modern Cigarretes y me dio uno. Nos reímos a carcajadas. Luego, me dio elegantemente fuego con su encendedor.

Luego de eso, armé un “set” ahí mismo. Porque no había mucho espacio. Hacía calor. Pero comenzamos. Yo llevaba una preguntas en un papel, pero dejé aparte eso. Y mejor como siempre, comencé espontánea: Leonardo Heredia pionero de la radio y televisión en El Salvador…¿Cómo llegó a hacer radio?… Por la electrónica… (¡qué voz! Me decía yo en pensamiento)

La electrónica que amabas. Podías armar un transistor, hasta hacer funcionar una radio o la televisión. Tu familia había sido desintegrada tras la muerte de tu padre, el mexicano Rafael Heredia Reyes. Tu madre Zoila Paz Suárez, tuvo que criar sola a seis hijos con muchas penurias. Leonardo a los doce años y con su hermano mayor se fue rumbo al norte, llegaron a San Francisco, California, indocumentados. Pero de eso casi no me contó. También estuvo en México.

Era en ese momento una mezcla de ironía, tristeza, euforia. Sentí que él necesitaba contar todo eso. Que quería decirlo. Sin censura. Quería putiar chulo. Él era el hijueputa de los hijueputas, como él sabia serlo. Como él decía. Un verdadero hijueputa, en todo el buen sentido de la palabra hijueputa en guanaco. Hay que serlo, y lo lograste. El que se ofenda, pues no ha entendido.

En medio del humilde lugar, sillas antiguas de hierro forjado, mejor te sentaste en tu silla, apartando la que yo te puse. Una vieja silla de madera, donde estabas cómodo. Me contaste cuando dormiste en 1944 en el Parque La Aurora de Guatemala a los 14, y te hiciste amigo de Pedro Geoffroy Rivas, exiliado de la dictadura de Hernández Martínez. A los 17 años eras vecino de Roque Dalton. En 1948 obtuviste un trabajo en la radio YSAX, por entrevistar al escritor Miguel Ángel Asturias, que ya habías conocido en Guate, y hasta lo “almaganeaste” con Geoffroy Rivas para que te invitara a desayunar. Años después, de chiripazo te toca entrevistarlo en vivo, estabas de comodín, alguien faltó, y te ganaste el puesto por ser tan brillante y espontáneo, pero también por tu voz.

LEO

Una vida de suerte, y de actitud. Porque ante todo era la actitud. Tu originalidad. Tanto trabajo. La fundación del primer canal de televisión, Canal 6, donde presentaste el Telediario Salvadoreño. La fundación de radios como la YSKL, o La Femenina. Donde promoviste nuevos talentos jóvenes como Willie Maldonado. Cuando la radio mandaba. Cuando la locución era un privilegio. Mientras hablábamos y reíamos, el resplandor del sol de las tres de la tarde se colaba en el espejo y a través del patiecito. Pero no importaba donde estábamos. No quería dejar de platicar. Puliste diamantes, fuiste maestro de maestros. Te pregunté de Miriam Interiano y los hippies, la Nueva Ola. ¿Tu aporte a la radio?… ¡Tengo un rencor contra la radio!, me dijiste. Creo que es amor odio. Pero mas amor. Porque vi que sos amor.

La dirección en Radio Nacional desde 1969 a 1972 cuando renunciaste. La grabación en audio del poema Los Nietos del Jaguar de Pedro Geoffroy Rivas, y otras grabaciones como los cuentos geniales de Charada en Che como producto de la nostalgia del hablado del guanaco, las múltiples palabras con ch que tenemos, el variado significado que los salvadoreños dan a la palabra puta, por eso grabaste “El Hijueputa”. Cientos de comerciales. También grabaste historias sobre la guerra civil, la pobreza, la guerrilla y los cachuchudos o sea, los militares, con fondo musical de marimba, pito o tambor.

Cientos de cigarrillos. Siempre fumabas. Pero nunca fuiste un borracho, me dijiste que no tomabas. Hablabas bien, bien caliche. Bien serio. Durante la guerra civil te fuiste a vivir a Costa Rica, lugar donde también te reconocían por tu trabajo. Y realizaste un sin fin de cosas. Regresaste al firmarse la paz en El Salvador, en 1992.

La radio, tu musa. Y me dijiste que estabas arrepentido de haber dedicado tu vida a eso, porque “ha terminado siendo una mierda”. Por toda la corrupción de hoy en día. Dijiste que el día que cambiará todo eso, será cuando las mujeres LIMPIEN la radio. Pensabas que le habías hecho mucho daño al país por la radio, decepción por la violencia actual en la radio. Yo te dije que no, que yo creía en vos, y que sí eras alguien importante. Aventuras y desventuras de una extraordinaria vida. Abandonaste todo por la radio: “Pero mirá, a estas alturas, no tengo un hijueputa radio para oír radio, no me da para comprarlo”.

¡Vieras qué rico morirse! Me dijiste. Uy, ¿en serio? Si. Pero mejor todavía no, te dije. Nombreeee. Si yo ya me voy. Así que vení a verme.

Fue una tarde preciosa. Hablamos tanto. Que me pareció hasta breve. ¿Vamos a tomar sol? ¿Nos tomamos una foto ahí? ¡Si! Donde querás. Con mi vestido lila y sandalias negras, me dirigí al patiecito, llevé las sillas, las puse cerca de las plantitas. Y nos sentamos un momento. Él reía y me miraba.

Casi no tomé fotos, fueron pocas. Luego se dirigió a su cuarto, me lo mostró. Luego, salimos de ahí, me dijo que estaba agotado. Pues si, habíamos hablado mucho. Toda una vida. “Me voy a ir a dormir… antes tomemos la última foto”. Tomaste el cuadro donde estás joven y tomé esa foto. Tenés que venir, y me sacás a pasear, y si querés te acepto la comida vegetariana para darte gusto, me dijo.

Te seguí llamando, al celular de la casera, para saber cómo estabas. Regresé en otra ocasión. Era mediodía. Salí a la hora del almuerzo del museo. Tomé un taxi. Le dije que me esperara y me quedé hasta casi las dos de la tarde. Al llegar, noté con tristeza que no estabas muy bien. Me dijiste, “hoy si estoy bien jodido, hoy si viniste a tiempo que ya casi me voy. Tengo seis días de no comer, ya estoy directo, no tengo hambre”. Yo le llevé unos tamales y unas manzanas. Pero no comió.

Me comenzaste a contar mas cosas. Decidí hacer un video en directo en facebook con vos, y desde tu lecho te pregunté la creación de Charada en Ché. Reías. Y sabías que había gente viéndote. Al terminar la transmisión, de solo segundos, me dijiste, ¡qué hijueputa la tecnología!, mirá pues… ¡ahí se puede hacer todo hoy!. Si tuviera el poder, vos serias la nueva voz, sos valiente y algo loca, como debe ser, y viniste aquí. Me despedí, pero no pensé que era la última vez.

Muy temprano, el 15 de agosto de 2017, el periodista Iván Manzano me preguntó si era cierto que te habías muerto Leonardo. Averigüé, y lo confirmé. Sí. Habías partido. Y un par de días antes, cuando te llamé me dijiste, que fuera, que tenia que tomarte medidas y una fotografía, para que te hicieran una escultura de cuerpo entero. Quedé de llegar, pero te fuiste antes.

Lloré todo el día. Después reí, porque puse el disco que me diste: Charada en Che.

Ese martes, en la noche, bajo la tormenta decidí ir al velorio. Con mi mejor vestido negro y largo, con mis trenzas. Había poca gente. Estaba Sandra, tu hija Claudia a quien no conocía, medios de televisión y radio, entré y me puse a llorar. Ellas me dijeron que seguro estabas bien. Llevé un arreglo floral de jazmines y romero del patio de la casa. Lo puse  sobre tu ataúd. Una gorra negra con tu apellido, flores blancas, una foto sonriendo con tu dedo índice señalando al cielo. Premios, fotografías antiguas de la época de oro de la radio y televisión. Era tu despedida.

Me senté en primera fila. Desfilaban gentes, voces, hombres y mujeres. Conocí a Willie. Yo oía tu voz. Y me dijiste ahí: ¡A chis! ¡Vos ponétela si querés! ¿Y si me dicen algo? Le dije, en pensamiento. ¡A vos te vale verga! Dijiste. Así que me puse la gorra, me tomé una foto, y de nuevo lloré.

Al día siguiente, pasé tempranito a la funeraria y estabas solo. Hablamos de nuevo. Fui al medio día, habían puesto música tango, me contaron que te gustaba mucho. Pasé al atardecer de nuevo, y me fui amigo, maestro, abuelo, no sabés el cariño hijueputa que te tengo. Defenderé tu nombre y legado. Siempre te recordaré. Tu cuerpo, ahora es polvo. Es estrella viva. Es diamante celeste.

Leonardo Heredia y Tania Primavera