Encontré restos de vos. Sin conocerte. Consuelo Suncín me llevó a vos. El escritor y pianista de Guatemala que no llegué a conocer. Los hilos de la vida me llevan a personas. Que nunca vi. Que se fueron de mis manos como agua. Así como llegaron se esfuman. Queda la vida paralela que se nos cruzó en el momento. La solitaria vida. Sin pensarlo. Apareciste y me contabas cosas de París. Antes yo te encontré narrando sobre la vida del escritor Enrique Gómez Carrillo, tu paisano. Ese que recorrió mundo. Que también amó Paris, donde vivís vos. El cronista que no he logrado encontrar. En sus historias quiero entrar.
Y vos, y tus manos que nunca vi. Tenían lacitos tejidos por esos pueblos originarios, ancestros de Guatemala. Como de cuento. Escribías en tu apartamento. Tomabas fotos en las calles, donde sea. Recorrías la ciudad. Preferiste siempre el metro para lograr devorar libros con los ojos. El invisible escritor y músico. El paladar del lobo. Secretos de café con fin. Deja su país. Se marcha con su cabello castaño con aura incorporada. Luces así aun. Como un chico siempre curioso. Aunque las décadas pasen. No aprendo. La primavera te roba. Sé poco. Escribe a diario. Algo que no logro aun. Sus libros son como bosques. Llevan por todos lados. Y a ningún lado. Pero van como vaso con agua de manantial.
Consuelo me llevó a vos, ella que fue esposa del cronista Gómez Carrillo, ella que después de muerto él, aquel 29 de noviembre de 1927, continuo su vida y se casó con Antoine de Saint Exupéry. Pero… qué remolino me lleva a vos pianista escritor, de quien que ya no sé mas. La amistad se aleja. Te encontré en la tumba. Narrando la vida del príncipe de la crónica. El guatemalteco, que yace en esa tumba del cementerio Père Lachaise, ahí mismo él dio espacio para el reposo a Consuelo desde su muerte, el 28 de mayo de 1979. Ahí está La Rosa. La Rosa de El Principito, es ella. En la tumba, rosas siempre hay, alguien siempre te recordará.
Mientras ellos siguen en Paris. Ya no supe de vos. Entre el mundo de Disney, el piano, las lecturas, las historias y la hora mejor, tus noches. Te imagino, con tu humor negro. Con una copa de vino. Con tus años, siendo mas joven que nadie. Te perdiste. Irreverente. Loco. Dueño de vos como nadie. Pero qué alegre saber que existes. Sos abeja. Ave. Pan. Letra. Va y se aleja. Solo queda el encanto, el desencanto. Que vendrá. O que se fue.
A veces sin haber amanecido, viene la lechuza y aunque no crea en su canto triste, trae una noticia subliminal. Tengo el pequeño libro azul compartido en vidas, entre el trópico centroamericano y ciudades grandes de Europa. Va desvaneciéndose ya el sonido de tu piano tocando. Tengo la imaginación. Envío paz. Envía paz. Un trocito de vos en páginas “es ficción” dijiste. “A veces una mezcla, no creas que todo es cierto”. Tengo el libro tes-oro. Coreografía del desencanto.