V. Coda
En Bonilla Bonilla, el colorido silencio de la portada constata la paradoja conclusiva. Pervive el imaginario visual de una Ciudad Letrada difunta. Un perfil artístico clave del martinato ilustra la presencia, en un diálogo astuto entre la historia actual y la poética anterior. Tal sería el precedente de un verdadero diálogo. No rechaza la Diferencia de opiniones. En cambio, alienta su publicación en debate, aun si apenas la insinúe el tinte de la fachada. La Diferencia la recuperan las revistas que promueven imágenes perdurables, según la portada visual de una historia científica y crítica actual.
En “eras imaginarias” anteriores (J. Lezama Lima, “El reino de la imagen”, 1981), esas iconografías las difunden las embajadas y las “lecturas nacionales” (Flores, 1940, y antes, “La República”, 3 de marzo de 1933, “Los alumnos normalistas hacen obra cultural”). En efecto, “las lecturas nacionales” evidencia cómo los intelectuales —Salarrué y Calderón Ramírez, “Honorable Comisión Bibliográfica” del Ministerio de Instrucción Pública (3)— conforman una misma red gubernamental junto al Ministro de Gobernación, Gral. José Tomás Calderón en los “Agradecimientos” (Flores, 245). Su divulgación crea un intercambio entre el Estado, la Ciudad Letrada y la sociedad civil, la cual luego la recicla el simple tachón de los agradecimientos a las instancias estatales más incómodas. El intercambio engendra una amplia Esfera Pública de lectores y espectadores, desde las escuelas primarias y secundarias hasta el extranjero. Como posteriormente lo demuestra “Guión Literario”, a partir de 1956, las publicaciones artísticas oficiales instituyen una vasta red internacional, antes incluso del apoyo contra los desmanes de la guerra civil.
Sólo una nueva tachadura de la po-Ética —viceversa, de la historia— anhelaría hacer tabula rasa del pasado. Repetiría los anales precedentes, en la separación tajante de sus diversas aristas. Sin diálogo ni síntesis, habría dos nuevas Leyes aisladas por el análisis. Su utopía no dictaría la doble Extinción, sino el Reconocimiento de las tierras comunales —historia sin poética (Convenio No. 169 de la OIT, 1989)— y a lo lejos el Reconocimiento de lenguas literarias —poética sin historia. En réplica de las fechas claves aludidas —1882, 1910, 1935, 1967…— la actividad de esas dos instancias sociales jamás se encadenarían entre sí. Sin laberinto, la ficción borgeana señala la negación del tiempo como un objetivo implícito del análisis.
Hay que preguntarse si en el diálogo entre la historia y la poética, “hay algo reservado a los Muertos”.
Bibliografía sucinta sin compromiso
Esta sucinta bibliografía compila la manera en que las embajadas salvadoreñas difunden “el período de formación” de la plástica nacional hacia el extranjero (R. Cardona). El estado promueve una idea de nación fundamentada en el indigenismo en pintura y en literatura. Como lo predice Guerra Trigueros (1938), “el alba” de una formación plástica perdura en luz iniciática que irradia el esplendor diurno del futuro. Por este augurio, las imágenes que describen esta idea de nación perduran en la imaginación sensible como destello imperecedero. Toda discrepancia política la resuelve el acuerdo por exaltar ese despunte plástico, el cual exhibe un proyecto nacional a vindicar. Las imágenes comentadas definen un verdadero zahir borgeano. Despliegan un universo tan infinito como “el mango que te quiero mango”, el de ayer, el de hoy y el de mañana. El difunto, el presente y el porvenir se conjugan bajo una sola palabra o figura. El consenso generalizado a menudo silencia cómo el objeto re-presentado se halla ausente en el momento de la exhibición. El zahir borgeano del cuadro —el indígena ausente; presente en pintura— sustituye lo Real. En calco del adagio clásico, “de la rosa sólo queda el nombre de la rosa sin rosa”.
PRIMERA ENTREGA: 1882 Historia vs. Poética
SEGUNDA ENTREGA: 1882 Historia vs. Poética
TERCERA ENTREGA: 1882 Historia vs. Poética
CUARTA ENTREGA: 1882 Historia vs. Poética
QUINTA ENTREGA: 1882 Historia vs. Poética