Hablar de Toruño es hablar de un padre de inventarios, de un propulsor de las letras salvadoreñas, de un investigador, de un hombre de ensayos, de un escritor y poeta.
Traído curiosamente por vientos provocados por los dioses, Toruño desembarcó en El Salvador para ocupar un lugar privilegiado en las letras salvadoreñas. Al parecer las hazañas del destino lo prepararon, no para un Fígaro (revista cultural de Cuba), sino más bien para un Ateneo de El Salvado: Ubi Scientia ibi patria (Revista cultural fundada bajo el patrocinio del Dr. Manuel Enrique Araujo, el 19 de septiembre de 1912) para los aplaudidos Sábados Literarios de Diario Latino; donde destacarían las plumas jóvenes de la literatura salvadoreña como Oswaldo Escobar Velado y los aglomerados al Grupo Seis (Grupo Social en Ideas Superiores), donde se deslumbra una poesía desligada de lo hermético y clasicista, una poesía “antigloriosa”, como ya lo señalaba el poeta de Patria Exacta.
Toruño es uno de los pensadores y escritores más interesantes a nivel centroamericano, su trabajo no se resume simplemente a un estilo propiamente dicho, su búsqueda y su preocupación por absorber el mundo le permiten desarrollar quizá su obra más aplaudida y elogiada como lo es (Primer premio República de El Salvador 1957) Desarrollo Literario de El Salvador (Ensayo cronológico de generaciones y etapas de las letras salvadoreñas), siendo ello lo comúnmente conocido por nuestros estudiantes universitarios y lectores acuciosos. Pero nos interesa para este apartado, una de sus obras poco conocidas y quizá la más interesante de todo su inventario literario, sobre todo porque hace una antología de escritores salvadoreños como extranjeros, escritores que de algún modo (en casos muy particular), o los hemos olvido o nunca los leímos en realidad. Esto nos permite pensar en aquellos autores que sí transcendieron universalmente y ahora los seguimos leyendo de generación en generación; y, por otro lado, aquellos escritores que su producción fue minimizada al olvido debido a que esa producción literaria correspondió de cierta manera a un momento determinado (contexto político-social) y precisamente sujeta a cualquier acontecimiento, fue pensada, escrita y leída por una generación ligada a hechos de su época.
Los Desterrados llegó a mis manos de manera curiosa. Al principio no le tomé importancia por el mal estado del libro y sobre todo al darme cuanta que era Tomo I. Con los días me detuve a revisarlo minuciosamente y descubrí que en realidad se trataba de una obra en tres tomos y reunida en su totalidad en un solo ejemplar (empastado de tal modo) deteriorado por el tiempo y el dióxido. Mi fascinación no pudo esperar más y de inmediato me dedique a su lectura.
Mi intensión, antes que nada, es dejarles de algún modo la impresión de cuyos ejemplares de gran valor literario han sido olvidados por el lector en general y por aquellas instituciones, llámese Ministerio de Educación, Ministerio de Cultura, Educación Superior, etc., que de alguna manera no fomentan la lectura ni la investigación y debido a ello vamos perdiendo el poco por aquellos libros publicados en el extranjero y en El Salvador, sobre nuestros procesos históricos y culturales.
Toruño mismo explica que no se trata precisamente de un libro que pensó para ser publicado como tal, más bien fue el tiempo que fructificara la idea. Entorno a ello, nos dice lo siguiente: “En este volumen va contenido de opiniones particulares mías, acerca de poetas del nuevo continente. Son a manera de estudios, esbozos o ensayos”. Más adelante nos expone que “no los creía merecedores de un libro”. De igual modo, se antecede y justifica lo que el lector podría juzgar de una obra falta de análisis y profundidad literaria: “fueron escritos con la urgencia que el diarismo requiere”. Precisamente su inventiva literaria es expuesta semanalmente en el espacio periodístico que él mismo coordinaba. “Casi todos estos estudios han sido publicados en las ediciones sabatinas de DIARIO LATINO. Insinuaciones amigas, de dentro y de fuera del país, indujéronme a reunir estos trabajos”. Toruño se toma la tarea ardua y comprometedora de exponer en cada uno de estos marcos apreciativos lo que considera referencial para la época, y con todas las buenas intensiones del mundo, de no dejar en el olvido (ya para esa época) escritores y poetas que de alguna manera se habían dejado de leer.
El primer tomo, al parecer, fue publicado en 1938 por Tipografía “La Luz” de Diario Latino. El segundo tomo fue publicado en 1942 y bajo el titulo del mismo le agrega “Semblanza de Poetas de América”. El tomo tercero se imprime diez años más tarde, en 1952, bajo el lema editorial “Ediciones Orto”. Existe la probabilidad que esta obra se haya impreso en tres sellos editoriales distintos. Es claro que el mismo Toruño mostró cierto descontento entorno a la publicación del tomo segundo. “Este libro debió salir un año antes”. (Nos dice en la presentación del tomo II). “Circunstancias de tiempo, ocupaciones diversas y, sobre todo, la carestía en las empresas editoras, motivaron el atraso, pues que aquí no existen casas que por su cuenta tomen la publicación y distribución de un libro”. Nos queda claro que desde siempre, en El Salvador, el tema de financiamiento y publicación de libros no es un antropoide de pocos pelos.
Toruño inicia caracterizando el aura que debe tener el poeta, la forma de cómo debe sentir y observar el mundo, de cierto modo diviniza la percepción del poeta: “su pupila, oído y sensibilidad no son iguales a las de los demás seres. Sus atributos mentales están por encima de las cosas triviales”. En este sentido Toruño trata de manifestar que el poeta siente de manera diferente a como sienten los demás seres humanos, esto no quiere decir que el poeta viva en una pompa de jabón o que todo lo idealiza al punto de cambiar lo feo por lo bello. Manifiesta del mismo modo que el poeta a pesar de su permanencia en un estado superior, no se libera nunca del flagelo que le presenta la vida o el amor, está siempre subyugado a sufrir de manera diferente, las pasiones mismas. “El poeta es un desterrado de sí mismo. Vive porque obedece a una función cósmica”.
Muestra del índice, Tomo I de Los Desterrados. Este cuadro al menos nos da una idea del precepto lógico-literario seguido por Toruño. Su rescate es loable, por supuesto, aunque como él nos explica: “Sé que no están aquí todos los poetas que merecen figurar como representativos de la hora contemporánea y actual”.
Es de vital importancia citar mínimamente cuatro escritores salvadoreños que figuran en este Tomo I de Los Desterrados, interesan todos de manera general, por supuesto, pero para muestra un botón, basta con ellos, por la simple y sencilla razón de que no figuran dentro del canon literario salvadoreño, probablemente porque su producción fue breve y fugaz.
Cito textualmente a continuación a Luis Gallegos Valdés y su Panorama de la Literatura Salvadoreña.José Emilio Aragón (1887-1938), romántico y bastante improvisado. Pero poseía fibra, para el teatro. Actor y autor. Su drama Los contrabandistas fue elogiada por el gran actor español Ricardo Calvo. Otras obras de autor: La propia vida, La muñeca y la bendición del pan. (Pág. 162). Cada una de las obras citadas, son de difícil acceso, no figuran por ningún lado, al menos no en la Biblioteca Nacional o en la Biblioteca de la Universidad de El Salvador.
Contemporáneo a Aragón nos encontramos con José Valdés (Santa Ana: 1893-1934). Poeta y periodista. Trabajó en varios diarios y sobresalió como periodista. Su obra en este último aspecto fue recogida en un volumen: José Valdés, periodista, con prólogo de Manuel Andino, quien escribe: “Valdés empezó a publicar versos y prosas breves en 1910, en el Diario de Occidente, de Santa Ana”. (Pág. 200). Al parecer su labor literaria simplemente se delimitó a la actividad poética. Toruño nos hace partícipes de una séptima endecasílabo (verso de arte mayor) del poeta. Esencia pura y modestia idílica nos expone el poeta, renunciar a todo por amor a la poesía, dejar de lado lo terrenal para encontrarse rodeado de lo bello y divino, de ese vivir espiritual que sólo los poetas manifiestan.
“Es la canción del poeta, eterno enamorado de su Musa y eterno enamorado de esta ciudad bella y tranquila. Aquí nació Bernardino Zamora. Aquí nació el que siempre ha llevado como una virtud su modestia de hombre; sus anhelos de maestro y la dádiva sublime de sus versos…”
Bernardino pasa a ser otro de nuestros poetas olvidados en el tiempo, solitario, a la espera del cuyo estudioso remueva entre boletines, revistas, periódicos y hojas sueltas la esencia misma de sus versos, a la espera de ese especialista en catálogos para no dejarlo morir en la historia de la literatura salvadoreña.
Por último nos encontramos con un poeta totalmente desconocido, del cual Juan Felipe Toruño se dedica a elogiar pero no nos da ninguna muestra poética que de alguna manera nos acerque a su pensamiento. Comenta que fue Héctor Infante quien le hablara de Francisco Rodríguez Infante y a pesar de no encontrar en su poesía estilo “vanguardista, gusta él de los versos modernos, dándoles colorido y manteniendo el pensamiento acorde con la armonía, para que no haya incoherencia rítmica”.
A falta de una muestra poética propiamente dicho, Toruño nos cita un pequeño fragmento de una carta que Francisco Rodríguez Infante le mandaría en respuesta de querer publicarlo en los sábados de Diario Latino: “Soy joven. Amo profundamente, entrañablemente la soledad. Rehúyo el contacto con los demás y tengo para mi madre la devoción más alta y más constante de mi vida”. Toruño lo tilda de “Pseudo-Poeta” y espera que de algún modo cambie, “porque en nuestro existir, sobre todo en el del hombre de letras, para conocer necesita tener contacto y experiencia, aunque sea indirecto, con los hombres”.
Bienvenidos pues, al mundo mágico de Juan Felipe Toruño, el padre por excelencia del ensayo literario, de marcos referenciales. (Antecesor a él Román Mayorga Rivas con su Guirnalda Salvadoreña, 1884). Muy cercano a este esfuerzo, Parnaso Migueleño de Juan Romero (1942) y Literatura de El Salvador de María B. De Membreño (1955). Los Desterrados es más que un libro de apreciaciones literarias, es una experiencia cuasi orgásmica, un encuentro con los desterrados de La Republica de Platón, “por ser éstos inserviblemente luminosos”.