II. Nuevo discurso anti-hegemónico
Esta misma apertura hacia los letrados y artistas la realizan las dictaduras militares siguientes. De nuevo, el juicio actual propone un juego de los opuestos complementarios en condena y alabanza. Hacia los años cincuenta, lo demuestra el pintor comprometido Camilo Minero en su retrato de José María Lemus (1956-1960), quizás también anti-hegemónico mientras un poeta desconocido yace en prisión en 1959 (véase también la carta de apoyo de Salarrué a Lemus, desde su cargo diplomático, 1955). Acaso nuevo antecesor de la izquierda actual, el dictador militar redescubre cómo los mismos enunciados circulan de derecha a izquierda, viceversa, en péndulo de identidades. Anuncia “una filosofía propia para la clase obrera” en anticipo de su apoyo al subalterno.
Una vez más, la historia examina la “alianza terrateniente-militar” —a menudo tensa— pero elimina casi toda referencia a la Ciudad Letrada (Lindo y Ching, 7). Por exactitud científica, lo social implica eludir la poética y el arte, esto es, la voluntad creativa e intelectual, que propicia un renacimiento editorial y otro diplomático de difusión cultural. No en vano, luego de la Revolución del 48, en “Actividad literaria de El Salvador” (“Guión Literario”, enero 1958), Hugo Lindo aclama el renacimiento artístico gracias a las reformas sociales. El cambio también logra una coalición más sólida entre la Ciudad Letrada y el Estado militar regido por el Partido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD, 1948-1960) y por el Partido de Conciliación Nacional (PCN, 1961-1979), en seguida (Lindo y Ching, 256).
“Tres acontecimientos” que propician la prosperidad cultural son: “la creación, hacia 1950, de la Dirección General de Bellas Artes” y “Departamento de Letras”; “luego, en 1953 se creó el Departamento Editorial del Ministerio de Cultura” y, en fin, “en octubre del mismo año, de un Certamen Nacional de Cultura” (Lindo, “Guión Literario”, enero 1958). Pese a las críticas siguientes, al surgir la Generación Comprometida, “los poderes públicos” afianzan su enlace con la Ciudad Letrada. Por medio de una apertura administrativa y puestos gubernamentales, actualmente, casi nadie cuestionaría su aporte reformista creativo; tampoco, su difusión al extranjero.
“Guión Literario” certifica el amplio impacto que recibe la Ciudad Letrada, gracias a la renovación estatal, en la década de los cincuenta. Reproduce múltiples cartas de reconocimiento a la labor estatal, en una compleja red de contactos internacionales: EEUU, Centro y Sur América y Europa. Tal es la difusión mundial —mayor que el presente diplomático hacia la diáspora— que el “Diario Nacional” de Costa Rica se lamenta de no contar con un régimen estatal de ese calibre (julio de 1958). A falta de dictaduras militares, la Ciudad Letrada costarricense manifestaría su decadencia, ya que la obra de sus intelectuales no se difunden con el mismo ímpetu.
Menos aún, sin apoyo militar, los escritores y artistas ticos no obtienen puestos diplomáticos ni administrativos de prestigio que les asegure su labor creativa y espiritual. Décadas antes del “amplio impacto” de la “política cultural” de los sesenta (Lindo y Ching, 171), el Estado publica y difunde revistas —incluso bilingües— y fomenta exposiciones artísticas que le otorgan un reconocimiento internacional, hoy denegado. Los recuadros anteriores testifican la amplia acogida de la literatura salvadoreña en el extranjero, antes del auge del boom latinoamericano y de la generación comprometida. Reciclado por su potencialidad crítica, al borrar la editorial, se percibiría en antecesor del rescate actual de lo subalterno (véase: “Artists from El Salvador”, Smithsonian Institution, March 9 to 29, 1951, Salarrué, “Cultural Attaché”).
Por una extraña secuencia para la historia socio-política, un manifiesto semejante —imágenes idénticas— implementan proyectos antagónicos hacia ambos extremos del espectro partidista. Este calco exhibe el axioma más trivial en la poética, donde toda palabra abstrae el objeto que nombra: “la palabra perro que no muerde”; “el nombre de la roca sin roca”. Y por precepto borgeano, toda palabra remite a un sinnúmero de objetos tangibles: “el mango de ayer, el mango de hoy y el mango de mañana”, siempre bajo el emblema “mango que te quiero mango”. Ya no se diga la amplitud de las ideas abstractas. Su paradigma se multiplica al infinito, según la concreción política, religiosa y teórica en pugna constante.
Los lemas como “la redención del proletariado”; “la liberación del campesinado”; “apoyo al Minimum Vital”; “apoteosis de Masferrer”, “lo que El Salvador hace por el indígena” (“La República”, 1932 y ss.); “filosofía de la clase obrera” (Lemus, 1956) se juzgarían anti-hegemónicos. Basta acallar la fuente documental que las proclama —la del mismo gobierno militar— para otorgarles un giro hacia la izquierda re-volucionaria. La apertura editorial del martinato y, aún más, la de O. Osorio (1950-1956) y Lemus le ofrecen el modelo al discurso ideal del presente más radical. A esta presencia ingenua, según la cual las palabras son cosas; las ideas, objetos palpables.
Fuera de contexto, casi todo enunciado e imagen anteriores se tildarían de discurso marxista radical. Le correspondería a la izquierda, quizás a quienes reclamarían en Lemus un peldaño en ascenso lineal. Del arte indigenista —en defensa del subalterno durante el martinato— se escala hacia la utopía que, luego de los ochenta, el presente anhela realizar. Tal vez el esquema de esa continuidad se niega la ruptura predicha, al revertir el sentido del término re-volución hacia el giro sinódico de los astros: (à) Ciudad Letrada (arte e indigenismo en el martinato) à Renacimiento editorial y proyección extranjera (48 – Osorio – Lemus…) à “¡Revolución o muerte!” / testimonio y protesta à Ideal anti-hegemónico actual (à). Queda sin incluir la obertura operática del diálogo Gavidia-Darío, despegue de una nacionalidad literaria monolingüe, en silencio de la expropiación de las tierras comunales.
Al vindicar la esfera militar como anti-hegemónica a su propio mandato, la historiografía borra toda crítica radical que sería su verdadera antecesora. Por ello, revistas como “La Jodarria” —contemporánea de “Guión Literario”— quedan bajo censura, al igual que ya no se menciona “La Pájara Pinta”. Para el concepto de revolución —entre comillas constantes— nótese que resquebraja la trinidad masculina militar-iglesia-oligarca. Previo a la teología de la liberación, aún no se imagina que figuras como Monseñor Romero, hoy santificado, Rutilio Grande, los jesuitas, etc. cambiarían esa noción.
Para distanciarse del discurso ajeno —“revolución de 1871, del 48— el procedimiento usual aconseja las comillas. En su doble sentido, transcurre de la cita a la controversia, a diseño de contrapunto melódico. Empero, las palabras no se vuelven propiedad privada al rodearlas de un muro: “X”. El muro no representa el uso único y correcto, esto es, “el Mío”, dictador arrogante en este ensayo. Expresa la subjetividad política de quien escribe: el hablante (Yo), centro del acto del discurso en el aquí y ahora. De prescribir “Mi” uso correcto, anularía el diálogo ya que Otro (Tú), interlocutor, siempre posee el derecho de invertir el sentido del discurso.
Esta disparidad es mayor al hablar de un tiempo revocado cuya experiencia, por axioma poético, le pertenece a los Muertos (-Kujkul, Gespenst). La lengua —sus conceptos en palabras, “revolución”, “democracia”, “política de la cultura”, etc.— es un constructo colectivo. Su contenido correcto define la pugna partidista por apropiarse de la presencia viva de los Espectros pasados. Como en este instante yo mismo reproduzco documentos selectos, bajo la inspiración reseca de La Llorona.
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Hoy (marzo de 2019) que Andrés M. López Obrador (AMLO) pide que España se disculpe de la conquista, su honestidad no anota el error cercano. La Ciudad Letrada salvadoreña le impartiría la lección. Su auge (1882) —celebrado incluso en el compromiso— siempre omite inculpar al Ancestro cercano para proyectar el “abuso” hacia lo extranjero. El nacionalismo antecede toda evaluación crítica del “azar objetivo”: historia y poética. Se confiscan las tierras comunales indígenas —se instaura una educación y literatura más castellano-céntrica que la española. Empero, se acallan esos hechos triviales para celebrar el encuentro Gavidia-Darío e incriminar a una España lejana —en el tiempo y en el espacio— de las propias faltas independentistas.
Si “en 1871” ocurre “la Revolución” —quizás la primera en El Salvador— (Lindo y Ching, 33), su resultado provoca los sucesos antes mencionados. Así la verdadera disculpa sería la del Estado salvadoreño mismo. Incluso desde la izquierda se celebra el modernismo, mientras se acalla el destino de su indigenismo sin lengua transcrita ni tierras comunales. El silencio exonera a los héroes nacionales de la pluma y proyecta su falta a Otro lejano. Si la conquista “aún genera polémicas” (AMLO), parecería que la reforma liberal, el modernismo y sus secuelas no afectasen al Estado actual de la Nación. Del presente (2019) al pasado la secuencia cronológica invierte el trayecto al escarbar los estratos traumáticos a la inversa complementaria: 2019 à 1882 à Colonia à Conquista, sin anotar las omisiones intermedias del siglo XX y XIX. Estas acciones de colonialismo interno eluden toda revitalización lingüística indígena —y recolección de su literatura— así como evaden el reconocimiento de las tierras ancestrales. Tal sería el primer requisito de disculpa.
A continuar… de seguir vivito y coleando como la ilustración olvidada siguiente…