III. II. II. Del recuerdo en rédito político
Distraídas en razonar la inmortalidad, se hallaban las Armas y las Letras…La voz de la Ciudad Letrada repetía que el alma —su obra artística— era inmortal. Aseguraba que la muerte del cuerpo, el Estado Militar, era del todo insignificante y que morirse tenía que ser el hecho más nulo que pudiera sucederle a una institución social. El Espíritu siempre perduraría el descalabro de la Materia. La Ciudad Letrada componía versos en medio de tanques y bombas, al lado de los cuarteles, mientras una marimba despachaba infinitamente “El Carbonero”. En rima le propuso al Estado Militar que detonara las armas de inmediato. Así demostraría su persistencia…Francamente, no lo recuerdo. Adrede olvidé si esa noche —durante el golpe de estado en El Zapote— la Ciudad Letrada sobrevivió o, por lo contario, se levantó sin ningún rasguño que afectara su perenne trabajo espiritual. Plagio tergiversado de “Diálogo sobre un diálogo”, J. L. Borges.
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Siendo eterna, quizás el Alma reencarnó en el Cuerpo de su antónimo…
A continuación, los siguientes recuadros reproducen la estrecha filiación entre la Ciudad Letrada y los gobiernos militares pos-martinistas. A Espino se integran otros escritores de renombre quienes también recibieron puestos administrativos o diplomáticos. Por ese enlace entre el espíritu artístico y la materia militar, como en el relato borgeano, se selló la concordancia intrínseca entre el Alma nacional y el Cuerpo estatal. De nuevo se insiste en la disparidad de la crítica actual. La condena de la administración militar la compensa la exaltación de la producción artística que la acompaña. Así se repite la censura y la alabanza que con tristeza conmemora el 32, mientras celebra 1932 en su producción artística.
Recuadro XIII
“Guión Literario”, junio 1962
(Una reseña aparece en septiembre de 1962: “ultraísta”, “angustia existencialista”, “límites de accesibilidad”, cuyo enlace con lo político resulta ilusorio).
Recuadro XIV
“Guión Literario”, junio 1962
La objetividad de la historia —delinear los hechos pasados— la equilibra el objetivo de Juan Preciado, salvaguardar la memoria presente, intachable, de todos los Ancestros difuntos. Se trata del día y la noche de una misma objeción constante (véase: “Remotando el 32”, que cita una decena de revistas tachadas por la historia. Su estudio revelaría 1932 sin el 32: el silencio como hecho y la colaboración denegada). Siempre perdura el deseo po-Ético de iniciar la historia en el presente y someter el pasado a su designio. Así se condenarán los desmanes perversos de la Materia —del Cuerpo ahora corrupto— en alabanza de la perpetuidad Espiritual del Arte.
En la búsqueda rulfeana por Pedro Páramo —prócer primordial de una Nación sin Estado— México encuentra el infierno de Comala, mientras El Salvador recita el poema de su paisano Ramón López Velarde. Nada más triste que perder “el edén subvertido” de los comienzos. Durante ese tiempo mítico, la actividad espiritual de la poesía y del arte se ejercía en puestos administrativos y diplomáticos que hoy se perciben en oposición radical a la institución que los sustentaba. En esta añoranza por rescatar el espíritu sin la materia —“el ángel sin el hombre”, glosaría Claudia Lars— el cambio actual define una restauración conservadora.
El trastocado relato inicial a este apartado —diálogo entre Borges y Macedonio Fernández— intenta demostrar la dignidad de la “actividad cultural” de los regímenes militares. Tal sería el modelo a imitar en el presente. No en vano, hacia julio de 1958, una nota en “Guión Literario” aseguraba que “El Salvador se nos adelantó en 50 años con su Editorial Nacional”. El país le ofrecía el modelo a Costa Rica, que a falta de “soldados” carecía de “apoyo directo a estos intelectuales”. “Esta es la triste realidad” —concluía el artículo retomado del “Diario Nacional” de Costa Rica— a falta de dictaduras militares, la Ciudad Letrada manifestará siempre su decadencia.
La nostalgia por los clásicos la completa el anhelo de lo militar abolido, es decir, la antesala de un nuevo conflicto, acaso por venir. Y, por supuesto, el ascenso administrativo de los intelectuales. Esa Edad de los Poetas, la soñó Roque Dalton, un día impreciso, en discrepancia radical a la presente apropiación artística del pasado militar.
Recuadro XV
Sin interrupción, el mismo discurso aflora de derecha a izquierda, según la época, en vaivén de péndulo. Por ello, el enunciado “la linfa espiritual del proletariado salvadoreño” (Amparo Casamalhuapa, “Un pueblo cabe en un libro”, “Boletín de la Biblioteca Nacional”, mayo de 1934) se juzgaría en oposición al régimen dictatorial, cuya casa editorial erróneamente aceptó publicar a la enemiga. O quizás calificaría de apertura democrática —más amplia que la actual— en paradoja a la ”censura de prensa”. De igual manera, el pintor comprometido Camilo Minero retrató a José María Lemus quien aseguraba mantener “una filosofía propia para la clase obrera” ante el “altar de la Patria y de Dios” (J. M. Lemus Presbítero Juan León Montoya y Presbítero Dr. Ricardo Urioste, “Mensajes al pueblo salvadoreño”, 1956; Cuadro XVII, y J. M. Lemus, “Apuntes y reflexiones sobre la vida y obra de José Martí”, 1957). En legitimidad de lo militar, ambas vindicaciones espirituales figuran aún como antecesoras radicales del cambio actual.
Eso que llaman marxismo salvadoreño correspondería a un nacionalismo que legitimaba dictadores militares en turno, como los ejemplos citados de Martínez y Lemus. Sólo la ingenuidad actual la percibiría en antecesor de su proyecto democrático en boga. La lectura literal —cándida y presente— vuelca las palabras en cosas o en acciones similares, pese a la distancia temporal y partidista. De tal suerte, exaltar “el proletariado salvadoreño” al endosar el martinato, “la clase obrera” durante Lemus, y el apoyo al pueblo después de los Acuerdos de Paz, se identificarían en un cometido único hacia “la liberación nacional”. Igualmente sucedería con el indigenismo en arte que se exhibe en preludio del presente: “Ofrecen sus servicios de forma gratuita. Desprendida actitud de los Sres. Mejía Vides y Cáceres Madrid”, “La escuela y el arte” y “Gabriela Mistral y El Salvador”, entre otros (“La República”, 22 de febrero, 15 de octubre de 1933, exposiciones de artes plásticas durante el segundo mandato de Martínez) y exposiciones oficiales en el extranjero en los cincuenta y sesenta.
Cuadro XVII
Jamás habrá un verdadero “duelo ni melancolía” por 1932 —ni por otras fechas funestas en el país— ya que la celebración del Arte pervive el suicidio borgeano de lo castrense (Jacques Derrida). En el Cielo inmaculado de lo sublime, trasciende toda matanza terrenal. Así lo predijo el oráculo desde 1929: los “fanales tempestuosos” del Arte iluminan los deshechos políticos de la historia (Salarrué, “Un libro” en José Gómez Campos, “Paisajes psicofísicos”, 1929).
A la excelencia del análisis técnico y metafísico de la poética, se contrapone la tachadura de lo político. En verdad, ligada administrativamente a lo militar, esta esfera salvadoreña trascendental no expresaría un ámbito singular. De considerar el desarrollo del arte en el siglo XX se revelarían enlaces semejantes. Se llamen Vladimir Maikovsky (1893-1930) en la URSS, W. B. Yeats (1865-1939) en Irlanda, F. T. Marinetti (1876-1944) y E. Pound (1885-1972) en la Italia fascista, etc., el entronque del Arte trascendente con el Reino Político de este Mundo no se restringe a El Salvador (para Mussolini en el país, véase: “Cypactly”, febrero 28 de 1932 y Cuadro XVIII). Simplemente, tal conexión anuncia la denegada “residencia en la tierra” que encubre la historiografía literaria en boga (P. Neruda, 1933).
El problema actual lo expresa el anhelo de borrar la necesaria presencia del Arte en el Mundo al validar su faceta espiritual única. Esto es, “el regodeo en las zonas de creatividad artística” presupone eliminar toda referencia a “los intelectuales responsables” con lo político (E. G. Miller citando a H. Lindo y M. de Unamuno, en “Mañana”, 2015: 23). Esta negación de lo Terrestre excluye el axioma poético central que hace de los opuestos —Cuerpo-Alma; Armas-Letras; Estado-Nación— unidad indisoluble durante su breve “viaje a Ítaca” (Cavafis), cuya travesía debe prolongarse lo más posible.
A continuar…
PARTE I: Suprimir archivos I. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE II: Suprimir archivos II. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE III: Suprimir archivos III. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE IV: Suprimir archivos IV. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE V: Suprimir archivos V. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944
PARTE VI: Suprimir archivos VI. Miguel Ángel Espino: indigenismo – 1932 – 1944