Por esos augurios propicios que prosiguen la vereda en cruz, llega a casa el poemario “Doppelgänder” (2018) de Jorge López. Entre Aztlán y Cuzcatlán, vía en péndulo, siempre se viaja por el Camino Real. Al subir y bajar, en escalera a caracol, los vehículos y peatones transcurren a paso lento. Su ritmo lo sesgan los altibajos de la ruta. Las laderas curvas.
Se ignora su nombre antiguo, acaso entrecortado por la plenitud de lenguas que mantienen el sedimento en zócalo depurado hacia el altiplano. A veces en piedra de laja; otras en cascajo. Más frecuente, apelmazan la tierra para evitar el deslave. El desliz hacia la costa. El derrumbe sotierra las almas bajo la lluvia palpitante del trópico. A menudo, las despeña bajo el denso polvo y los chiriviscos flotantes del desierto reseco. De su paso en declive, retoñan nubes llorosas durante el otoño.
Apenas un par de sílabas —ujti; ojtli; k’in…— evocan su relevancia anterior. Ijkia. Recubierto de su nombre español, ya no se sabe si lo Real deriva de un nuevo invento que lo Real-iza, o del espejeo que lo suplanta bajo el atuendo de Real-idad. Ignoro también si por derecho legal, lo Real sólo lo calca la Real-eza. Ciertamente, unos transeúntes fluyen libres en vuelo de fianza, mientras a otros los detienen durante la marcha a pie sincero.
En seguida, a manera de aserrín transparente, un segundo empedrado de palabras precipita lo Real hacia lo subjetivo. El darse cuenta, advertir y percatarse los resume “Real-izing”. Por otra vigencia, el palabreo certifica que lo Real se vuelca en Real-idad frente al reflejo de lo imaginario, personal y colectivo. En las frases que lo nombran, “Real-izing it” recubre lo Real. Alrededor mío, firmes creencias arraigan ecuaciones. Siembran capullos traslúcidos de su dogma en calco.
Por un gesto único, lo Real se precipita al fondo del abismo. Junto a la poza sombría de la Siguanaba, duerme opaco arrullado por el ensueño a párpado oculto. Jugado de niñez, ya sólo emerge en Espectros (Kujkul; Gespenst), unos materialistas certeros, dicen; otros, espíritus en fantasía. Vivos, al atardecer relucen ambos bandos en celaje. Imitan a Xolotl-Xulut, quien guía el acaecer de las estrellas. La Luna en altibajos en las estrías de “las cicatrices” corporales.
Tal es el Espectro, esa luz vespertina del astro que anuncia la caída. El descenso de lo Real hacia la oscuridad. La Real-idad aún no se Real-iza, al profetizar hechos futuros incorpóreos. Tampoco “it is Real-ized” en hechos pretéritos difuntos ni en presencia intangible. De esta conciencia de lo inédito —agotado, actual y porvenir— surge la visión: Real → Real-idad → Real-eza → Real-izar → Rea-lizing. Surte la poesía en brisa que reconoce el susurro extinto. Transcribe el murmullo nómada del páramo. El que hace de un solo sonido (Real-) múltiples sentidos.
En los terrenos baldíos, el Espectro imprime huellas indelebles. Casi nadie las reconoce como escritura. Dictada en fonética reciente, la letra suplanta el sentido múltiple que genera en su trayecto. Una vasta estepa desolada se dispersa desde el sentir profundo a su ademán visible.
Se abandona la inscripción. Cristal roto, el emblema plasma ideas previas a su vocablo en sonido audible. También la grafía acalla el textil, cuya lectura a glifos la juzga inerte. Bajo el musgo colorido, la piel deshecha su vocación de pergamino. Códice viviente, las cicatrices tatúan el calco de la experiencia prenatal e iniciática. La vivencia juvenil y adulta la tallan a caligrafía lenta. Hay que descifrar las estrías. El arado de la vida las inscribe en surcos hondos para sembrar la semilla de la experiencia personal. La del legado colectivo. Cifrar el sudor en tinta de la memoria; la sangre, añil de los poros. Y las verrugas, en enciclopedia.
Su cronología alfabética persigue el Sol (Tunal) natal, a giro constante alrededor del centro del cuerpo: -xik. Jamás la piel despliega una página en blanco. Un manuscrito de ideogramas parlantes sella los poros, antes de toda palabra oral. Tal es la paradoja del tiempo. Es ánima tensa, cuya vivencia anterior la sitúa ante sí en ideal futuro. Lo ignoto a su vivencia. “Way back” percibe siempre la leyenda precedente. “Way back” transcribes what happened before; what happened before is after”. Desecho de la memoria. La paradoja revive el dilema poético de la historia objetiva. Por pleonasmo, el antes se halla ante sí; lo posterior hacia atrás, en lo imprevisto.
Sólo si anticipa, prevé la experiencia sensible de lo acaecido. Así relega la incertidumbre del porvenir. En rima, el oráculo yichingesco invierte los contrarios. A manera de textil, teñida de tatuajes, en la piel inscrita, el pasado resuena siempre en flor (anthos), mientras en reversa el futuro dudoso desconoce su paradero. Siempre a la espalda. Oculto entre la niebla, temprano humedece la montaña y la arena le cierne el paso sosegado en el desierto.
“El sueño de la razón” histórica escribe poesía. Acepta la noche —la Luna de los comienzos, a fases diversas. Consiente el cuerpo humano, grabado desde el inicio. Y comprueba el sujeto hablante que recobra lo natural y objetivo, vestido en lengua. La desnudez de lo Real se condena en impudicia.
Como el poemario de Jorge López, “aquí sólo me saludan los Espectros”. Sólo llegan Kujkul, ahora resurrectos en su valor ancestral. Gespenst, validados siempre por su “determinación en última instancia” de lo material. Sin alma que los anime, los Gespenst científicos ratifican su desfallecer ante el retoño inesperado de los Kujkul. Ahora, espontáneos los deshojan durante el ciclo frío del otoño. Eso certifica el forense, quien atiza la vasija de barro antes de entonar el réquiem.