El Salvador
jueves 21 de noviembre de 2024

Entre MAL-etas

por Redacción


Los últimos años, mi vida transcurría a paso lento entre arbustos opacos. Su silencio sustituía las espinas del nopal, condimento del sueño.

Jamás había caminado tanto entre árboles tornasoles a manera de flor. Ya había olvidado el motivo del otoño. El matiz de vestirse en arco iris ante el deceso.  En mi rutina diaria, salvo el uso casual de la corbata, toda la demás indumentaria omitía los matices encendidos de la luz.

Los últimos años, mi vida transcurría a paso lento entre arbustos opacos. Su silencio sustituía las espinas del nopal, condimento del sueño. De su encurtido al natural, me alimentaba casi a diario para reducir la anemia.  La voracidad suya me carcomía hasta el pétalo.  El vientre hueco imitaba una cueva profunda, inexplorada.  Se hundía en la historia familiar.

Un pasado tan remoto se emparentaba con la Muerte. Entre el recuerdo de la abuela a vientre calado; su marido en las andanzas. Yo mismo deshojado, no temía el sino de la repetición.  En cambio, su presencia la había aceptado como una nueva encarnación semejante a la original.  La convención la llamaba nacimiento. En este lugar placentero, un breve instante, un fulgor en celaje animaba el aliento.

Me sentía renacer en el desdén del páramo. De zarza adormecida, emergía a hoja perenne y fruto amargo.  Sin deleite al paladar, pero suave al tacto.  Así sucedían los días, en línea recta sin intervalo.   De la zanja del nuevo encierro inicial concluía en la gruta del estudio y del servicio.  No había palabra ni lengua que me insinuase el saludo.  Toda frase resultaba inútil.  Aún menos ocurría la conversación diaria. Había de bajar la vista si alguien se acercaba.  Tal era la venia de la cortesía.  Fingía distracción o, al contrario, me absorbía en una tarea falsa.  Simulaba el trabajo.  Saludar era una afrenta; estrechar la mano, insulto grave.  La mirada al suelo la fijaba en la excusa electrónica que establecía la comunicación lejana.  Lo remoto sellaba la única noticia posible.  La distancia marcaba la cercanía.  Vivía el encierro acalorado, en un horno frío.  El trayecto de la rutina lo encauzaba la reclusión solitaria entre matorrales sombríos.

Me absorbía el horizonte sinfín de la estepa desolada, más vasto que el mar.  Un nuevo soplo (ijiyu) en neblina le inspiró aliento a la coraza que lo recubría.  Me sentía recubierto de una doble envoltura.  Arropado e irreconocible.  No sólo en cuerpo vivo —MAL-eta del viento iniciático— sino en el vestido y trasporte diario que lo movilizaban.  Quizás el azar en rima diluía lo dispar.  Insinuaba consonancias de sentido por la identidad de sonido.  El microbús era mi segunda MAL-eta, pensé.  Tal vez la tercera, luego de la ropa y el Mall, el sustituto de mi afición caminante, a camino trazado de antemano.  No lo sabía, aun si reconocía la falta de enlace entre los varios Malls —MAL-etas a tamaño diverso— y el Mal (Evil) que me encerraba en lo material.  Cuerpo-ropa-microbús-Mall,  Las MAL-etas de mi atavío.

El ideal era dormir o callar.  Pasar del ensueño a montaña rapada hacia el silencio en barrancos resecos.  Las estrías de la memoria alzaban el lomerío del olvido.  Apenas reverdecía en pasto por el interés de la acacia, arbusto espinoso en anticipo del humano.  A lado contrario, la planicie empañada y mustia.  El silencio del humo distante diseñaba la recepción ajena.  Tan escindida de lo propio que lo ignoraban el tacto y el olfato.  Junto a mí, sólo brillaba la mudez.  El balbuceo indiferente había volcado en ingenio en ingeniería.  La pasión artística —“la gaya ciencia”— en simple mecánica de los pasos.  Cada quien debía arrinconarse en su MAL-eta y ensimismarse.  Nos envolvíamos todos en papel sin regalía que declarase la vocación de isla.

Empero, por un intervalo fugaz, este día, caminaba por el arco iris florido del recuerdo.  A lo mejor alucinaba al atravesar una cañada sonriente, cuyo río me declaraba el amor eterno por el color en celaje.  Pese a la ausencia de sol.  En su deseo ferviente, latía de habla sin idioma.  Los susurros y tintes imaginaban escritos.  Los glifos cíclicos se sucedían al giro perenne de las estaciones.  Acaso este instante indicaba mi propia temporada.  Abría un breve paréntesis que hacía de mis MAL-etas un estallido en estrella.  Los verdaderos colegas —los árboles que se deshojaban sobre mi tumba— me saludaban con himnos y faroles encendidos.  Al fin, alguien entonaba el réquiem de la nueva Luna.  Desde entonces alimento la noche con igual obstinación que los árboles se nutren de mi cuerpo en lo hondo.  Esta nueva MAL-eta me recubre de arbolario.

Ilustración de Remedios Varo

Ilustración de Remedios Varo