Ignoro cómo se rompió el conjuro. Tenía una vía asignada y todo transcurso proseguía ese trayecto en péndulo. Ida y vuelta entre Aztlán y Cuzcatlán. No había otra alternativa posible. Entre la comarca de la Siguanaba y el país de La Llorona, el afamado Camino Real (Real and Royal) guiaba mis pasos en giro constante. Llegué a creer que se trataba de un sino ineluctable. Se hallaba tatuado en la piel, indeleble como la señal umbilical. La del origen, “al mezzo del camin de nostra vita” corporal.
Los viajes acontecían a manera de reloj. En vuelta inmutable entre los días y las estaciones de la vida —las del año— siempre fluían en círculo. Empero, esta vez sucedió lo inesperado. Quizás una ruptura. Un cambio súbito como el clima natural y social que se tambaleaba hacia la incerteza. En desconcierto atonal. Por un instante, sólo una semana, perdí el balance en secuencia repetitiva. El coro del inicio y su término desentonó el rumbo. Quizás se debía a una escisión, original también. Había dislocado el principio. Fluía hacia un desvío momentáneo, jamás prescrito. Palpaba el azar objetivo en el cual se encontraban versos aún sin rima.
Sin consonancia con mi entorno, la diseminación no la percibía lejana en las estrellas. Su distancia inasible la observaban los telescopios vecinos. VLA (Very Long Array), uno situado aquí mismo, junto a la ciénaga de La Llorona; otro hacia las antípodas, en el desierto de Atacama de Chile. La dispersión la vislumbraba junto a mí. En este entorno árido y silvestre. De la altiplanicie a las montañas, extendían vivencias nómadas, en desafío de la estática sedentaria. Su lema íntimo no lo dictaba el ser estable, Tampoco lo regía el estar inmóvil en un lugar preciso.
Esas vidas distantes carecían de raíces ya que no eran plantas. A lo sumo, si proseguían siendo flora en el arraigo, semejaban enredaderas y trepadoras. Esos arbustos a bulbo distante —a hojas perennes— sólo se erguían lejos, pero muy lejos del origen. Quizás al observar esa vocación vegetal de madeja, se provocó en mí este cambio de rumbo.
A vuelo furtivo, me conducía a un departamento desconocido de mi propio país. Lo llamaban “Departamento 15”, pero yo lo imaginaba Gulag tropical, desplazado hacia el confín del Mundo. Acaso un castigo —una condena, en giros rotatorio—‘ a diario se revertía hacia la certidumbre de la cosecha. Hacia el florilegio albo, brotaba pese al rechazo entre edificios en forma de panales. Florecía en nieve y viento de otoño. En lluvia fina y en hojarasca de abono.