Según el informe presentado por las Naciones Unidas, siete de cada diez jóvenes que no estudian ni trabajan en El Salvador son mujeres. El 68 por ciento de ellas tiene entre 16 y 24 años y el 31 por ciento son amas de casa sin remuneración.
Las cifras indican que en 2017, el 30 por ciento de la población salvadoreña era representado por personas entre 15 y 29 años de edad, pero de acuerdo a esa cifra, casi un 75 por ciento de los jóvenes en edad para trabajar, no cuentan con trabajo decente o es “ni-ni”, es decir no estudia ni trabaja.
Estos datos son preocupantes y explican en parte nuestro atraso económico y la existencia de las maras. Ningún país progresa si la juventud pasa desocupada, sin estudios y sin trabajo.
El Salvador está ante el enorme reto de invertir en su juventud, para que esta pueda ser rescatada del crimen organizado y de la pobreza. Los sectores vulnerables entre los jóvenes están ya identificados, las mujeres confinadas a tareas del hogar, los que están fuera del sistema educativo o en riesgo de deserción, los que no encuentran trabajo, los del área rural sin esperanza de progreso y los que son presionados para que se incorporen al crimen organizado.
El diagnóstico está dado, lo que falta es voluntad. Nuestras autoridades deben entender que invertir en los jóvenes es garantizar el futuro y el progreso de El Salvador.