El debate lo inicia reconocer al menos dos perspectivas divergentes (2+2 = 3+1), sin degradar la diferencia. Tal desacuerdo fundador declara el silencio actual al vetar lecturas alternativas del pasado. Si en 1913 A. Masferrer presupone la inexistencia de indígenas y la raza como claves del desarrollo costarricense (1), la mujer como ama de casa (2), en 1931 aprueba el anti-imperialismo como legitimación del golpe de estado (3). Es necesario “ponerse a estudiar en serio (CGH)”, sin “mente cerrada ni fanática (RA)”, la teosofía que justifica el aspecto social y “los aliados con Martínez” (Otto Mejía Burgos, 2015): “tenemos del general Martínez el más elevado concepto moral” (A. Guerra Trigueros, 1934). En diálogo democrático, sólo una visión del “Tú” (3+1) contrasta con el enfoque de “Yo, el supremo” (2+2), el único válido y totalizador hasta ahora (consúltese también sin borrón: Obras Completas, San Salvador: Tipografía La Unión, 1935). En 2108, no hay debate cultural al excluir la divergencia e imponer una vía exclusiva en el pensar, menos aún hay historiografía al descartar la documentación primaria que no valide la versión oficial.
Masferrer, Alberto. (1913). En Costa Rica.
http://historia.ucr.ac.cr/cmelendez/handle/123456789/1132
Lo primero que se nota cuando se llega a Costa Rica, es aquello que tanto sorprendió a una señora que fue a Europa: “todos los indios son blancos” [Masferrer utiliza una ortografía caduca que se actualiza: “á” en vez de “a”]. En verdad, apenas hay indios, fuera de los degenerados talamancas; salvajes cuyo rey, El rey Santiago, llega de tarde en tarde a San José; pobre diablo vestido de persona, que recibe un pequeño sueldo del gobierno.
No hay, pues, indios. En cambio, la gente negra de África corre abundante y pura en la costa del Atlántico, y aun serpentea bajo algunas blancas epidermis, y forma el ondaje de más de una hermosa cabellera, y hierve en la pupila de muchos ojos cautivantes.
Siete u ocho mil extranjeros, los más españoles e italianos [de nuevo no se acentúan las conjunciones]; un diez por ciento entre indios, negros, mestizos y mulatos; lo demás pura raza española, de Galicia. Así, entre ellos y nosotros hay la diferencia sustancial de la raza. (1)
[…]
Ahora, yo no sé si las ticas son señoras de la belleza; pero respondo que son adorables […] Miradlas en la casa afanadas en dar a todas las cosas el aspecto más elegante y más sencillo. Su mano ha hecho de cada habitación un relicario, en donde las flores son los adornos más preciados […] No la encontraréis empeñada, como entre nosotros, en ayudar a su compañero en la lucha por la vida. No está en la tienda, ni trafica de pueblo a pueblo, ni labora para la industria. Eso, para el hombre, que extiende sus faenas hasta el servicio de las pulperías. Pero cuando éste vuelva del trabajo, allí encuentra esa gracia del hogar, esa compostura y limpieza que tan dulce vuelven el descanso.
No habla de política; no es literata (mi más enhorabuena, señoritas); toca, dibuja, lee, canta lindamente, y piensa siempre, como si fuera una flor o un pájaro, en sus pájaros y en sus flores. (2)
CONTRA EL EXPRESIDENTE ARAUJO
(Diario Latino, 10 de diciembre de 1931)
Interesante hoja suelta que circuló en Guatemala firmada por Alberto Masferrer, Adolfo Pérez M. y Serafín Quiteño.
En las declaraciones categóricas que el presidente don Arturo Araujo ha hecho a los diarios de esta capital (Guatemala) y en los declaraciones complementarias que han hecho a las entusiasmadas personas que le acompañaron en su fuga se ve con claridad que llega a la evidencia, que su único pensamiento, su único propósito fue poner en manos del gobierno de Washington la solución del conflicto que ha estallado entre él y el pueblo salvadoreño.
[…]
Es decir, tan pronto como el Departamento de Estado envié marinos americanos don Arturo Araujo volverá a El Salvadora a asumir sus funciones de Presidente. Se ve que el señor Araujo ni siquiera llega a conocer la patología de su país en lo que tiene de más somero y bien puesto (?) que en su repugnancia invencible a que lo gobiernen los extraños. Se engañó esta vez, como siempre: una simple nota de Washington, no bastará para que los salvadoreños consientan de nuevo en el gobierno a don Arturo Araujo. Sería indispensable la presencia de los marinos y solo haber pensado en ellos, el expresidente Araujo se ha enajenado, seguramente, las escasas simpatías que aún pudieran quedarle.
Sean quienes fueren los que han asumido el poder en El Salvador, nosotros los aceptamos desde ahora, y les prestamos nuestra adhesión, por habernos desembarazado de un hombre que con tanta facilidad acude a la intervención de un poder extraño, que ningún derecho tiene para dirimir nuestras contiendas.
Don Arturo haría bien en renunciar ya su cargo de Presidente. Sería un servicio al país, y quizá bastaría para que sus buenas intenciones levantaran un poco en la balanza el platillo abrumado ahora bajo el peso de sus muchos y enormes errores.
Guatemala, 6 de diciembre de 1931- Alberto Masferrer, Adolfo Pérez M., Serafín Quiteño. (3)