El Salvador
viernes 10 de enero de 2025

Las cosas como son

por Redacción


Una cultura política sana debería ser capaz de fomentar el respeto por el adversario sin perder la brújula de la verdad. Así es como son las cosas o al menos así es como deberían ser.

A lo largo de la histórica política de El Salvador ha habido momentos cruciales para personas que ocuparon cargos públicos, hechos que trascendieron el ámbito de lo individual o de lo familiar. Podemos mencionar, por ejemplo, la manera en que muchos próceres de la independencia centroamericana padecieron toda clase de contrariedades habiendo ofrecido un servicio reconocido por unos y, seguramente, criticado por otros sectores.

Otros ejemplos que se pueden mencionar son los de los generales Francisco Morazán y Gerardo Barrios quienes fueron fusilados por sus contemporáneos y a lo largo del tiempo han tenido un importante reconocimiento patrio.

Más recientemente, es probable que otras personas recuerden el cuadro del expresidente José Napoleón Duarte entregando la banda presidencial al presidente Cristiani en el año de 1989, en medio de un proceso de deterioro de la salud del primero a causa de un padecimiento terminal que luego lo llevaría a la muerte. De ahí que haya sido conmovedora la figura de un ser humano enfrentando uno de los momentos más duros de su vida pero teniendo que asumir el rol delegado por una nación.

La vida pública tiene una connotación que rebasa el ámbito individual y de ahí que ningún funcionario o funcionaria puede aspirar a ocupar un alto nivel de notoriedad y, al mismo tiempo, pretender escapar al escrutinio de la sociedad, algunas veces a favor y, otras veces, de forma adversa.

A pesar de lo anterior, también la imagen pública debería estar regida sobre principios básicos que respeten la dignidad humana, sobre todo en la esfera de lo político, de ahí que se deba fomentar una cultura política sana que refleje un grado de madurez política suficiente para generar confianza entre la ciudadanía.

Pero las discusiones pierden sentido cuando se abordan desde favoritismos personales o desde trincheras ideológicas. Una adecuada cultura política nos debería llevar a ser capaces de identificar dos componentes fundamentales en la vida de los y las funcionarios y funcionarias: Por un lado, las personas y, por el otro, el proyecto político que representan.

Los proyectos políticos se encarnan a través de personas concretas, eso es cierto, pero en el fondo de los proyectos también debemos ser capaces de reconocer a las personas, con sus emociones, sentimientos y los de sus seres amados. Solo de ese modo, seremos capaces de tener el respeto por situaciones que trascienden la esfera de lo ideológico o de lo político partidario.

Decir lo anterior, tampoco significa caer en una actitud ingenua o ignorar los hechos ocurridos, porque al final, los hechos son los que mejor evidencian la actitud de las personas. Pero establecer los hechos corresponde a procedimientos enmarcados en un ordenamiento jurídico establecido. Es a ese ordenamiento al que corresponde determinar el grado de veracidad y la responsabilidad de quienes están señalados en ellos.

No se trata de desencarnar los proyectos porque hacerlo sería ingenuo, se trata de mantener una distancia razonable entre una disputa entre ideas o acciones y la personalización de los conflictos.
De ahí que sentir respeto por el duelo que enfrenta la familia del expresidente Flores es algo válido para cualquier ser humano que tenga un mínimo de valores éticos universales. Pero eso no debería significar ignorar los hechos que giran alrededor del comportamiento y del proyecto encarnado por el expresidente en el uso de su función pública, incluso de otras personas o instituciones involucradas.

Una cultura política sana debería ser capaz de fomentar el respeto por el adversario sin perder la brújula de la verdad. Así es como son las cosas o al menos así es como deberían ser.