El Salvador
viernes 10 de enero de 2025

Tengo miedo de volver

por Redacción


En la estación del bus me parece que estoy en medio de un hormiguero, donde todos invaden el territorio de todos. Me acuerdo del centro de San Salvador y tengo miedo de volver...

Me desperté en medio de un gran silencio en esta calle sin salida. Los mismos perros, los mismos buenos días. Y salí a la misma jornada de siempre. Llegué a la misma parada del bus a la misma hora sabiendo que si tardaba unos minutos más lo perdería. La paciencia del motorista para esperar que hasta el último de la fila atienda su saludo aún me sorprende.

Viajo al centro de Florianópolis desde San José, Brasil, por la orilla de la playa que me trajo desde lo que ahora me parece el otro lado del mundo. Veo a una “menina” de ojos azules con su mochila en la espalda y un dibujo de una princesa de hielo. También a una africana que busca las monedas correctas para pagar el pasaje al cobrador.

Es normal en esta región ver gente de todos lados. De África y las islas del Caribe. Haití. Para ellos aquí hay una oferta de empleo en todos los ramos de la industria. Este estado, junto con Paraná y Río Grande del Sur, mantienen, en gran manera, la economía de todo Brasil. Razón suficiente para evitar el desarrollo del movimiento separatista que tantas veces me almorcé en conversaciones sobre la mesa.

La mayoría de personas que viajan en el bus son jóvenes. Apariencias, marcas, iPhones, estilos. Todos con el celular en la mano. Interactuando en inercia.

Cruzamos el largo puente que conecta la isla con el continente y veo su orilla, no muy lejos. Hay hombres trabajando en alguna construcción. Este puente es el famoso e histórico Hercilio Luz. El viento del verano cambia cuando estoy en ese trayecto. Y me da en la cara. Y me mueve el pelo.

Inmediatamente reconozco la terminal del centro. El movimiento es una cualidad principal de esta ciudad. Buses llegando y saliendo, personas bajando y subiendo. En la estación me parece que estoy en medio de un hormiguero, donde todos invaden el territorio de todos. Me acuerdo del centro de San Salvador en temporada navideña. Pero eso aquí se ve todos los días y a toda hora.

Me llega a la cara el humo de los que fuman parados en fila cerca del acceso a la terminal. Me aproximo a la línea peatonal escuchando que alguien me dice “¡Que mujer tan bonita!”. Sin gestos ni ademanes, sin un doble sentido sexual.

Sigo caminando. Espero el verde del semáforo que me permite atravesar la calle en poco más de un minuto. Unos 70 metros a lo largo de la avenida y 50 metros de lado a lado para un mar de gente. Olores. Conversaciones. Colores. Ruido. Movimiento. Música… Mis oídos se agudizan y detecto a dos cuadras un joven y un violín. Lo que para muchos es sólo más un ruido, para mí apaga el resto.

Mensajes como “droga es para idiotas” y “sea un cocodrilo y vuele también” decoran los muros del centro. Y hay más cosas que parecen contradecirse. Turistas y empleados. Religiosos y homosexuales. Productos naturales y macumba (Culto sincrético afrobrasileño que combina elementos del catolicismo, el candomblé, el ocultismo y elementos amerindios).

Y el movimiento continúa. Aquí nadie está quieto a no ser por los peruanos que tienen en el suelo sus productos de lana hechos a mano y una cesta pequeña. La cesta es por aquello de que si no tienen suficiente para comprar, pueden dejar limosna por favor. Y el hombre de barba y ropas blancas con sus aparatos para medir la presión. Ese es el médico de la calle.

Ahora voy de regreso.

Los espacios del bus se llenan de nuevo a las cinco de la tarde y todos nos preparamos para el congestionamiento del puente. WhatsApp, Facebook. Twiter. Música. Un libro. Cada quien espera a su manera regresar a la calma y dejar atrás eso que a mí me recuerda a San Salvador. Regreso a San José y no encuentro nada agitado. Encuentros en los bares. Mujeres intercambiando novedades. Fútbol en la calle. Los mismos buenas tardes. Los mismos perros y la misma calle sin salida. Todo parece de sueños. En breve voy a despertar y tengo miedo de volver.