Vivimos en una época en la que impera la tecnología de las comunicaciones y los grandes beneficios financieros que alcancen a rendir. Se anuncia y oferta casi todo lo que se puede, ya sea en medios impresos y digitales, en radio, televisión, “redes sociales”, y calles, avenidas y carreteras con una feroz competencia de vallas gigantes y los llamados mupis.
El estrés es, según el Pequeño Larousse, el estado de tensión exagerada a la que se llega por un exceso de actividad, de trabajo o de responsabilidad y que conlleva trastornos físicos y psicológicos en la persona que lo padece.
Clínicamente el estrés es un detonante de ansiedad, fatiga, úlcera gástrica,
eczema y otras. La mayoría de la población se auto diagnostica y lo hace con los demás. Incluso dicen que se van de vacaciones, van al mar o a los ríos y piscinas, para botarlo o desestresarse.
Pero además de lo mencionado, el estrés también sucede sin que las personas se den cuanta, ya sea con el ruido, las vallas publicitarias, el exceso de tráfico vehicular, el viajar en el pésimo transporte público que las ciudades padecen, en particular en la gigantesca mancha urbana del espacio metropolitano del Gran San Salvador.
Pese a las normativas nacionales y las municipales, que supuestamente son de estricto cumplimiento, en cuanto al control de ubicación, tamaños, distancias entre uno y otro de tales espacios publicitarios, las grandes ciudades y las carreteras del todo el país poseen un exagerado número de anuncios, que muchos ya no ven conscientemente, o de lugares ruidosos en las mismas condiciones. Pero están allí causando daño a las personas y algunos especialistas dicen que hasta a los animales.
El término bayunco nos define mucho en cuanto a situaciones como las publicitarias: cada negocio pelea el mayor espacio posible para su rótulo, los buses compiten por el premio al más contaminador del medio ambiente a causa de sus emisiones a la atmósfera, y también cuánto ruido son capaces de darle a los peatones y a los automovilistas.
También hay competencia por el anuncio más vulgar, torpe y con los colores más chillantes. En las campañas electorales abundan y ni quien detenga nada, o luche por la ciudadanía para aliviar el estrés, es más, también hay medallas de oro para quien coloque el peor diseño publicitario, en el que no se aprecia o lee el mensaje que se pretende hacer llegar al público.
El problema de los mupis es que, si hacen las letras o las imágenes pequeñas el automovilista no los ve y se dan hasta choques a causa de la mala ubicación de éstos. Por ejemplo, en las esquinas inhiben la buena o total visibilidad, otros tapando semáforos y la mayoría en angostas aceras de calles y avenidas.
Muchos elementos publicitarios tapan monumentos, o atentan contra su espacio. También inhiben la visibilidaddela arquitectura pública y habitacional, estorban la visibilidad en otras construcciones y tapan señales de tránsito y nomenclatura. A ello le sumamos la inmensa cantidad de postes de cemento de hasta 15 por cuadra.
Todo lo señalado provoca una enorme dosis de estrés. La contaminación visual y auditiva ha sobrepasado todo los límites, por las tardes y noches, cuando las personas trabajadoras, estudiantes, familias, población pues, regresan a sus casas luego de las actividades estresantes del día, ya no toleran las de las noches y el mayor alivio es llegar a sus hogares. Descansan un poco, y toman un poco de sueño. A la mañana siguiente comienza nuevamente el reiterado ciclo.
La civilización contemporánea nos cura de muchos males, pero nos crea otros. A estos hay que aumentarle los altos índices delincuenciales. Ojalá fuéramos capaces de convivir adecuadamente y no sólo de vivir como podamos o casi.