Esta tarde conocí a una mujer que, como si se la llevara la brisa, se muere poco a poco. Tiene cáncer en el estómago. Sus ojos son opacos. Sus defensas corporales parecen meros mascarones.
La cabeza de esa mujer la envuelve un pañuelo rojo. Su nariz la cubre con una mascarrilla blanca.
Esa señora me contó su vida. Me demostró que la memoria es enemiga de la estructura.
En medio de su feroz lucha interna, supe la forma cómo el jefe de la empresa donde trabajaba la violaba periódicamente y abusaba de ella hasta que la embarazó de su tercer hijo. Después la despidió. La tiró a la calle embarazada. La denigró. Mintió y dijo que robaba dinero y la mandó a parir a cualquier lugar lejos de él.
A su lado conocí a un hombre verdadero. Ama a ese hijo que no es suyo y, sobre todo, quiere y llora a su mujer mientras le acaricia el cabello.
Es difícil mantenerse de pie al escuchar la triste historia de esa hembra tan completa que se muere a parpadeos. Se le mira agotada.
Por eso le repetí lo que aprendí de mi madre: También le descubrieron un cáncer de estómago y le dieron seis meses de vida. Vivió quince años más. Le ganó a la ciencia. Su secreto: Jamás se rindió. Los males también son mentales. “No se rinda”, le dije. Jamás me rendiré por mis hijos, me respondió. No recuerdo cómo se llama y sólo tiene 33 años.
Por esas cosas de la vida, llegué luego a la oficina y me informaron que Vanda Pignato, la ex Primera Dama, anunció que tiene cáncer. Que se va para Brasil.
Pregunté y pregunté pero se tiene poca información. No se sabe donde tiene Vanda el cáncer. No se sabe si regresa. Lo que se conoce es muy poco.
Confieso que el anunció del cáncer de Vanda me conmovió. Era paradójico. Como registro de la verdad había pasado tres horas escuchando la historia de una mujer que se muere de cáncer y quiere delatar a su abusador frente al silencio oficial. Después me dicen que Vanda también tiene cáncer.
Conozco a Vanda desde hace muchos años. Cuando todos la apuñalaban para penalizar la imagen de Mauricio Funes, siempre me quedé callado. Era injusto lo que se hacía. Todo aquello eran desgarramientos forzados. Ella no merecía esos ataques que no le llegaban ni a los tobillos a Maquiavelo.
Después, cuando llegó a convertirse en Primera Dama, no me tembló la mano, ni la voz, para apoyarla. Muy rápido comenzó Vanda a heredarle a este país una gigantesca obra que agitó los ánimos de todos, pero sobre todo de los sencillos, de los humildes, de quienes tienen y comen poco.
Desde que conocí a Vanda siempre creí que pertenecía a una tribu aparte. Algunos no la querían por cálculos partidarios. Otros le reconocieron su obra. El primero de ellos fue Salvador Sánchez Cerén. La dejó donde estaba en el anterior gobierno. Eso fue una estupenda decisión.
Precisamente, por esas cosas de la vida, la obra de Vanda, con todas sus “Ciudad Mujer”, está dirigida a proteger mujeres que, como la que conocí ayer, son vejadas y casi aniquiladas sicológicamente a diario.
Y no usemos majaderías: Ese asunto de proteger a las mujeres no es cosa de izquierda o de derecha. Simplemente es y así debe ser. De la política muchos estamos podridos. A veces lo mejor es alabar las cosas simples como el pan y la sal. El resto muchas veces hay que rechazarlo por pudor.
No sé cuál será el futuro de Vanda. Realmente no lo sé. Tal vez ella deba repetir, como lo hizo José Luis Borges, que a su vida le falta vida. No lo sé. En el tema de su salud estoy extraviado.
Pero en lo que no estoy extraviado es en reconocer que muchas veces Vanda siempre fue adelante de muchos que llegamos como extranjeros a El Salvador y acabamos amando este país en medio de misteriosas formas del tiempo.
Sospecho que Vanda siempre tuvo su propio mundo. Lo hizo a su manera. También su Ciudad Mujer, un ejemplo de que nunca existen falsos pretextos cuando se quiere hacer algo bien. Cientos de miles de mujeres salvadoreñas se lo agradecerán siempre cuando repasen su obra. De eso estoy seguro.
Dicen que las obras solo se ven durante las crisis que las ponen a prueba. Las construcciones de Vanda ya pasaron por esa prueba y hasta se han convertido en ejemplo internacional para todos. Siempre he creído que los sentimientos de Vanda están escrupulosamente disfrazados en su obra.
Hace pocos días conducía mi auto cuando escuché una entrevista que un pastor local le hacía a Vanda. Habló de lo que piensa de la política. De su hijo Gabriel. De la esperanza que tiene que llegue a ser un buen político. Conversó de todo como una mujer cauta y civilizada, astuta y sagaz.
Lo que no se vale ahora, como nunca debió valerse, es arroparse con posturas mezquinas. No reemplacemos a Dios con nosotros mismos. Vanda merece respeto.