No cualquier papanatas puede ser juez en una democracia. Mucho menos un corrupto o un empleado o socio de oscuros empresarios o desteñidos legisladores.
A las democracias siempre hay que pasarles, cada vez que se pueda, detergentes sociales. Sobre todo en el Poder Judicial. Repartir justicia desde un estrado judicial es tan importante que no puede quedar en manos de cualquier hijo de vecino. Si eso no lo entienden los diputados, estamos jodidos.
A los jueces, y sobre todo a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, les correponde cambiar la realidad de un país.
Pero, uno de los papeles más relevantes de los jueces es adjudicar la razón jurídica cuando dos partes dirimen un conflicto social, político o económico. El sábado leí la lista de candidatos a magistrados de la Corte Suprema de Justicia que apoyan cuatro de los principales partidos políticos. Debo confesar que unos nombres me gustan: son personas probas, estudiosas, profesionales decentes. Cumplen los requisitos no para ser “señores del derecho” porque eso suena al siglo 18, sino para ser garantes de la coexistencia entre la ley, el derecho y la justicia.
Pero entre todos los candidatos hay por lo menos un par de nombres que, literalmente, apestan. Parecen sacados de la lista de colaboradores cercanos de Al Capone. Uno de esos personajes lo tiene inscrito ARENA como uno de sus principales candidatos a magistrados de la Corte Suprema de Justicia. A otro lo matricularon los periodistas en un partido menor. Pero profundizaré en uno de esos personajes.
Al primero, al que se matricula en ARENA, muchos lo conocemos. Es empleado y socio de un oscuro empresario y también litigante activo de un diputado venido a menos al que pocos tienen respeto. Es famoso por traicionar a sus clientes cuando menos se espera.
A ese abogado y candidato hace muy poco lo pillaron en un avión pidiendo favores donde jamás debió solicitarlos. Por ese solo hecho, yo lo habría arrancado de la lista de elegibles hace mucho tiempo. En estos asuntos o se es decente o no se es. No hay puntos medios.
Al trascender ese vuelo indecente (sí, de poca decencia pública), ese personaje juró que, cuando llegue al Poder Judicial, se vengaría de quienes lo delataron después de encontrar una inmoral e ilegal tutela estatal.
¡Allá él! Pero, sobre todo, allá aquellos que decidan meter una fruta absolutamente podrida dentro del Poder Judicial. Estos últimos serían los principales responsables de un exceso democrático de esa naturaleza.
Si tomamos como cierta que el fin último de un juez, y sobre todo de un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, es repartir justicia, apartar lo justo de lo injusto, no podría imaginarme a ese personaje asumiendo plenamente, o con absoluta honestidad, ese papel.
Si lo vería complaciendo clientes, abanicando intereses de sus patronos, haciendo favores a los diputados que lo han resorteado o hincándose a los peores intereses de un país que jamás ha necesitado de él. Quizá por todo eso es que no es esta la primera vez que quiere ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Hace rato quiere ese hueso apoyado por quienes, precisamente, lo quieren ahí para darle viento a sus truculencias.
Sé que al menos un empresario importante de ARENA le ha confiado casos. No creo que ese empresario no sepa quiénes son los amigos de este abogado. Tampoco creo que ese candidato a magistrado llegara de nuevo a ser candidato por influencia de ese empresario arenero. Más bien estimo que sus padrinos y empujones vienen de la peor oscuridad que pueda mover las aspiraciones de un partido político.
Esto último no lo escribo por oposición a ese partido. Tampoco por razones políticas. Lo que sucede es que me resulta paradójico, injustificable, que diputados que saben quién es ese personaje, qué hace, de quién es socio, a quién le sirve, no le proporcionen una interdicción histórica a un abogado que no merece ser candidato a nada. Y muchos de ellos saben que ese candidato arenero lo único que puede dar son espasmos gastrointestinales.
Este tipo de elecciones de magistrados no deben quedar a la plena voluntad de los partidos políticos. No debe ser una elección puramente aritmética. Te doy dos y me das dos. Y al resto uno, por ejemplo.
Si existe en El Salvador decencia, como la hay, los partidos políticos deben decirle a ARENA:”Ese candidato simplemente no se lo acepto”. No olvidemos que siempre existirá un conflicto ético mientras existan seres humanos que piensen que merecen algo cuando lo único que merecen es el peor desprecio social.
Ya hay, desde hace ratos, suficientes problemas en el Poder Judicial como para meter un intruso, un abotagado que sólo significará una sobrecarga indeseable para la institucionalidad salvadoreña. Un mejor destino nacional no merece un candidato con ese ADN.