El Salvador
domingo 22 de diciembre de 2024

¿Y si le preguntáramos a Romero si podemos entrar?

por Julia Gavarrete


Tengo una pregunta dirigida a usted que dice conocer de Romero, de su causa y de sus acciones, usted que dice ser romerista e, inclusive, cristiano.

La pregunta no me la hice yo, se la escuché a un hombre que defendía su derecho a ingresar a la beatificación de Óscar Arnulfo Romero. Pero estaba desubicado y no lo sabía; pretendía entrar en uno de los accesos laterales a la Plaza Salvador del Mundo donde solo el acreditado con gafete o invitación en mano podía hacerlo.

No sabía que esa estrecha calle, por muy concurrida que se miraba, no era lugar para él. Ahí vi pasar al adinerado, el empresario, funcionario público o aquel que ha maniobrado a su favor para vivir de la política.

«Si tiene acreditación puede pasar», le replicaban unos cuantos jóvenes voluntarios,  y un agente de seguridad, sobre los lineamientos que debía seguir. El hombre insistía, vociferaba: «¿Quién lo dice? ¡Pensamos que este evento era abierto!». Su molestia, o indiginación, era simplemente incontrolable. «¿Y si le preguntáramos a monseñor Romero si podemos entrar?».

¡Poom! Una pregunta aniquiladora. ¿De qué forma responderle? O, mejor dicho, ¿qué le habría contestado Romero? Ahí está el detalle, como diría de forma tan atinada Mario Moreno.

Antes que nada, dejo claro un punto: no critico ni estoy en contra de la logística, de la organización. Esta vez, y pese al percance de la pantalla colapsada, se sacaron buena nota. Lograr el control y la calma de miles de miles de almas hizo que esta ceremonia se escribiera en el libro de hitos salvadoreños.

Despejado esto, prosigo: ¿cómo habría actuado Romero? Mi pregunta, como la de este hombre, va dirigida a usted que dice conocer de Romero, de su causa y de sus acciones, usted que dice ser romerista e, inclusive, cristiano. ¿Se considera digno de llamarse seguidor de Romero?

La ceremonia de beatificación fue un momento único, espiritual. El mensaje, a muchos, nos atravesó el alma y corazones. Pero hay otros muchos que lo tomaron como un compromiso, un encuentro político. Esos otros muchos, que estuvieron cerca del Santísimo, que escucharon la proclamación desde lugares privilegiados, que aprovecharon el mínimo descuido para irse antes de que terminara la ceremonia, les pregunto, ¿conocen a Romero?

Si escribo esto es para que comencemos a darnos cuenta de que hay un Romero que nos dejó su única herencia: el amor por su pueblo. Somos privilegiados, no me cabe duda. Pero, así como el papa Francisco nos mandó a decir, este país necesita de reconciliación.

Lograrla es posible pero solo se puede de una manera: escuchando minuciosamente al Romero, nuestro beato mártir, de justicia, esperanza y amor. Como alguien me dijo hace unos días: «Sé dónde está Romero. Eso me es suficiente: y él está en el cielo… Sé que él está escuchando. Si le piden, no dudo que siempre estará para ayudar».