miércoles 16 de octubre del 2024

Petrogrado huele a ácido

por Redacción


El título no es mío. Es una frase de Ayn Rand. O tal vez debí usar un antipoema de Nicanor Parra: “Hace tiempo fuimos expulsados de a) el paraíso terrenal b) del purgatorio. Hoy estamos a punto de ser exonerados del infierno por cobardes, por viles, por serviles”.

Les escribo a los hombres y mujeres honrados. A la gente buena. A esa inmensa mayoría que quiere vencer a los analfabetas de espíritu. No necesito escribirle a los ruines. Mucho menos a los alacranes o lamerones. A esos les dio sarampión: se les pintó la degradación moral en la cara.

Fui condenado, en primera instancia (la pelea judicial apenas comienza), por un juez que dice que calumnié a Juan Samayoa y a su hijo. No escribo porque llevo una herida adentro. Estoy curtido en estos asuntos aunque jamás había sido condenado. Nunca me ha temblado la mano para combatir lo que creo que debo combatir. Como decía el poeta: estoy mejor que cuando estaba bien.

Todos los salvadoreños saben que a Samayoa, alcalde de Metapán, funcionario público que debe explicar cada extremo de su vida y sus actos, el periódico digital El Faro lo vinculó en el 2011 con el cártel de Texis.

En páginas y páginas, dos o tres periodistas dijeron que Samayoa es uno de los tres líderes principales de lo que el periódico El Faro llamó el cártel de Texis. Al otro que vincularon con esa organización criminal es a Adán Salazar Umaña. Y a este lo declaró el presidente de la nación más poderosa del mundo, Barack Obama, como “capo internacional de la droga”.

Al hijo de Samayoa también aludió El Faro donde dijo que el “capo internacional de la droga”, declarado por Obama, es su segundo padre. Y también habló de la empresa que dirige.

Aquí buena parte del periodismo ni chistó cuando Obama coronó a un nuevo “capo”… En cualquier otro país habríamos sabido hasta cuando hizo la primera comunión Adán Salazar. Aquí no. Ustedes sabrán por qué. No tengo por qué explicarles las razones de la mudez o el silencio.

Cuando me preguntan sobre las razones jurídicas que usó ese juez para condenarme, me basta con repetirles lo que verbalmente dijo, en la sala de juicios, frente a un buen número de periodistas (los más decentes casi se atarugan cuando escucharon esto):

“En ninguno de dichos reportajes (los del periódico El Faro) se mencionan como partícipes en actividades delictivas a los señores Juan Umaña Samayoa y Wilfredo Guerra Umaña”.

El juez dijo eso a pesar de que en unos de los párrafos más suaves del periódico El Faro, Óscar Martínez, uno de sus periodistas, reconoció, en la sala de juicios, esto que escribió:

“Un prominente funcionario de la Policía nos confirmó que José Adán Salazar Umaña, Roberto Antonio Herrera y el alcalde de Metapán (Juan Umaña Samayoa) dirigen actividades delictivas”. Martínez lo leyó con su propia voz. Y esto que únicamente cito aquí solo un párrafo de lo que el propio Martínez leyó en la sala de debates del tribunal de sentencia. Es también apenas parte de lo que El Faro denunció.

Creo que no necesito explicar lo que sucedió con esa condena. Usted sabe qué pasó. Un regalón de parentela borró, frente a todo el planeta, párrafos completos de un diario digital. ¡Patético que se borrara, además, a las Naciones Unidas que tiene como cierto la existencia del cártel de Texis! ¡Patético que borraran a Barack Obama y hasta el sentido común!

Solo espero que el juez explique, el 15 de mayo, su sentencia, para contarles el resto de lo que pasó. Puedo asegurarles no nací mudo. Tampoco me tiembla la mano para describir la pornografía legal.

En la sala de juicios hubo de todo: Desde falsos y flagrantes testimonios hasta torceduras claves en todo aquello que protege la decencia y la libertad de expresión. Dichosamente todo lo que pasó fue grabado.

Métase al sitio web del periódico El Faro, coloque en su buscador el cártel de Texis, y lea lo que encuentre. Usted me dirá si el juez mintió o no. Todavía dos días antes de las elecciones, ese diario le recordó las cuentas pendientes al alcalde Samayoa.

Yo no sé qué hará El Faro. Creo que el juez hasta les dijo que mintieron sin ser sus periodistas a quienes se les juzgó.

El problema es que hace rato siento que a los periodistas no les ha importado una uña que fiscales digan que de un campo pagado en un diario puede transformarse en algo así como una certificación médica o de un auditor, para construir un inexcusable delito de falsedad ideológica. Y entonces nacen supuestos testigos criteriados en casos que tienen tres años de abandono y donde jamás he sido acusado de nada.

La democracia necesita cada vez más demócratas. Si ni siquiera los periodistas pueden defender sus instituciones o la libertad de expresión, lo mejor es que muchos terminen de arrodillarse porque, honestamente, dan pena.

Hay un hedor tan extraño que ahora los periodistas dicen que aquello que llamaron investigación periodística ya no es tal sino que lo que hicieron fue copiar los informes del gobierno, como confesó un periodista en ese estrado judicial.

Respiro fuerte. Sé lo que debo hacer. Sé cuál debe ser el destino de las ratas y alacranes. Y hasta confieso que esto lo escribo con mucha franqueza cínica.

Algunos aplauden lo que pasó. Sé de un periódico digital que solo aceptó comentarios que fueran en contra mía y de los otros acusados. Eso me lo demostraron algunos amigos. También sé nadar en un serpentario donde a cualquiera le compran el alma.

Ya habrá tiempo para contar todo lo que pasó. Narrarlo no me da temor. Denunciarlo tampoco. Yo siempre he podido mirar a los ojos a mis hijos. Otros no. Por eso dije en esa sala de juicios que la honra es como la virginidad: solo se pierde una vez.

Lo que sucedió es apenas el comienzo. La decisión puede apelarse. También puede mediar una casación penal y hasta una acción ante la Sala de lo Constitucional. Incluso, como lo dije, si tengo que llevar este asunto a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, lo haré. Tampoco descarto acciones dentro del propio Poder Judicial. Me sobra carácter para describir el serpentario.

Créanme algo: había oído que en algunas instituciones las cosas no caminan bien. Pero, confieso públicamente, que no sabía que la degradación social llegue a tanto. No les miento: en un sitio huele a ácido fénico. Ustedes sabrán por qué escribo esto. ¡Es más importante hacer una civilización que pensarla! Sé lo que debo hacer. Sé contra qué y quiénes peleo. Repito: en Petrogrado huele feo. Lejos de ese hedor, encontraré gente decente y honrada que coloque primero a su país.

Por eso comenzaré a visitar los pasillos judiciales donde tengo amigos honestos, correctos. Jamás podría decir que en todo Petrogrado huele a ácido fénico. Hay áreas soleadas, llenas de oxígeno puro. A esos les diré la verdad. Sobre todo porque a algunos de ellos también les fumigaron hermosas y trascendentes sentencias sobre el tema que se juzgó en un tribunal de sentencia. Siempre hay gente honrada que distinguir entre el gato y la liebre. Sobre todo en un caso donde hay que hurgar entre las apariencias para encontrar la verdad.