Hace unos días tuve el placer de compartir con más de 120 mujeres que desde la diversidad de identidades, edades, luchas y territorios son todas y cada una de ellas defensoras de derechos humanos, me llené de energía positiva al participar con ellas en el II Encuentro de Defensoras Mesoamericanas, que se llevó a cabo en Suchitoto del 14 al 16 de mayo.
Enriquecedor escuchar a cada una de estas mujeres que nos compartieron sus experiencias, las limitaciones que tienen que superar para ejercer su trabajo, así como los peligros a los que se enfrentan.
En dicho encuentro se buscó tejer redes de apoyo entre las misma defensoras, generar un espacio donde pudiéramos estar en complicidad entre nosotras, además identificar las dificultades, pero sobre todo se buscó que finalmente nos identifiquemos como defensoras de derechos humanos, pues es el primer paso para poder ayudar a las personas o causas donde nos hemos comprometido, pues la conciencia de ser defensora nos permite reivindicar que “tenemos derecho a defender derechos”.
Asumir nuestra realidad nos permite también saber que estamos en situaciones de riesgo porque nos enfrentamos a transnacionales en el interior del país que se dedican a explotar nuestros recursos, dejan la tierra desolada y ríos contaminados. Como comunicadoras de medios alternativos estamos expuestas por el hecho de hacer publicaciones de investigación en temas que los demás no se atreven a tocar, que podemos morir bajo las fauces del fanatismo religioso cuando defendemos el derechos a decidir y abiertamente les decimos: “obligar a una niña, adolescente o mujer que ha sido violada a tener el producto de la violación es una tortura”, cuando pedimos aborto, gratuito y seguro, porque la mujer puede morir o el producto no es compatible con la vida extrauterina.
Porque aunque la iglesia y los conservadores no lo acepten, nuestros cuerpos son nuestra primera propiedad privada y nosotras decidimos sobre ellos, cuando nuestras mujeres trans se atreven a ser voceras de su comunidad y del resto de la población LGBTI poniéndole rostro a las denuncias y a los dos días aparecen asesinadas, habiendo sido torturadas previamente, con el agravante que estos casos no son investigados por la Fiscalía General de la República.
Este de tipo de encuentros te permiten conocer otras experiencias, otros conflictos, dentro de tu mismo país; poco a poco las mujeres se van abriendo a medida que avanza el encuentro y unas con mayor soltura que otras nos van contando lo que han vivido, como el caso de la comunicadora de Cabañas que tuvo que salir huyendo del país porque luego de denunciar a la compañía minera Pacific Rim, hoy Oceana Gold, que estaba contaminando y comprando voluntades para ir adquiriendo propiedades para poder explotar las vetas de oro que ahí se encuentran, sufrió un atentado junto a su hija de tan solo meses de nacida y pasó una noche dentro del horno artesanal, de esos hechos de lodo que son comunes en la zona rural, hecha puño con su bebé y tuvo que salir a las primeras horas del día, escuchando por la radio que habían matado a su jefe.
O la compañera que está trabajando en la organización de las trabajadoras sexuales que se ha vuelto vocera del sector, a la que su propia familia no la recibe ni a ella ni a sus hijos y cuando lo hace no le permiten utilizar los utensilios básicos, le dan platos aparte y no la dejan acostarse en las camas cuando se queda por algún motivo a dormir con ellos; debe dormir en el suelo.
También me conmovió la historia de la defensora del derecho humano al agua, que nos habló de los años de violencia que sufrió a manos de su padrastro y la manera en que logró enfrentarlo a sus 17 años y salir adelante trabajando de empleada doméstica y estudiando por las noches; se tardó más de 5 años en sacar el séptimo grado, pero finalizó su educación y ahora trabaja organizando a mujeres para que luchen por estos derechos en las zonas donde la empresa cementera es acusada de contaminar los ríos y nacimientos de agua que están alrededor de su fábrica. Así escuchamos a la sindicalista que a diario lucha contra la hegemonía patriarcal de ese sector, donde las mujeres son marginadas, a pesar que son más las mujeres organizadas.
Ser mujer es difícil en El Salvador, porque en este país conservador, dogmático y religioso, las mujeres que se atreven a quitarse la etiqueta de lo que se espera de una mujer –sumisa, callada y agradecida− es motivo para recibir represión que inicia en el seno del hogar, desde de donde si una niña cuestiona por qué es ella la que debe ayudar en los oficios de la casa y su hermano no ayuda, su padre y madre le dejan bien claro que esos oficios son propios de su sexo –no en todos los hogares se hace esto, pero sí en la gran mayoría, donde antes de lavar los trastes o tomar un trapeador es imprescindible tener una vulva entre las piernas− continúa en tus relaciones interpersonales en las escuelas donde se refuerza los roles de sexo y desde donde se le infunde a las niñas que ellas deben darse a respetar para evitar que las abusen; en cambio, a los varones no se les enseña que no deben abusar a las niñas y cuando ocurren los abusos la culpable es ella nunca el abusador, así avanza en esa retorcida cultura donde ella debe soportar todo por amor y asumir el rol de esposa y madre abnegada olvidándose de sus ambiciones personales y cuando las tiene esto es calificado como egoísmo, pero si un hombre los tiene se le considera inteligente y visionario.
En este contexto, estas mujeres y muchas más han salido a defender los derechos de los demás, en sus comunidades, por acceso al agua, a la tierra, a la educación, a la sindicalización, a los derechos sexuales y reproductivos, contra la minería metálica, por una vida libre y sin violencia, por la participación de las mujeres en política y acceso a cargos de posición de poder real.
La red de defensoras entregó una serie de recomendaciones a las instituciones del Estado para que estas garanticen la labor de estas mujeres, una labor que no es reconocida por los beneficiados y beneficiadas de estas luchas, pero que estas mujeres van a seguir realizando y como entidades estatales estas deben buscar que esto se dé en condiciones mínimas de seguridad apoyando estas causas que no son otra cosa que derechos humanos consagrado en la Constitución.
Aprendí mucho de la entereza de estas mujeres que desde sus trincheras han ido poco a poco enfrentándose a sus propias familias, a sus comunidades y a la sociedad en general, por el simple hecho de salir y dar la cara por la defensa de derechos colectivos o gremiales, los cuales nadie se atreve a defender, pero no se quedan de manos cruzadas esperando que el Estado las defienda –sabiendo que es su obligación− y salen a exigir respeto.
Espero con ansias el III Encuentro y escuchar cómo han avanzado en sus trabajos, que más mujeres se han sumado. Estos encuentros les permiten a estas mujeres tomar un descanso de 2 días donde hacen un alto en el camino de su lucha, evalúan su trabajo y descansan una vez al año, porque como se los dije el momento que se me dio para hablar “tenemos derecho a cansarnos, enfermarnos, frustrarnos, patalear, reflexionar, llorar… pero no a claudicar y es que no tenemos tiempo para rendirnos somos mujeres y no sabemos