¿Qué le pasó a ese anhelo cultural que emergió con la llegada de la izquierda al Ejecutivo en 2009?¿Qué sucedió con ese ideal de un país que se transformaría desde la cultura, esa que debía “atravesar” todas las dimensiones sociales y políticas del primer gobierno de izquierda en El Salvador?
Está claro que hoy, cuando alcanzamos casi el sexto año desde esa nueva etapa histórica, la gestión cultural gubernamental se sitúa en un limbo del que no puede salir. Y no son pocos los que, con hechos puntuales, señalan incluso mayor estabilidad y claridad en las propuestas que los gobiernos de derecha desarrollaron desde el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura), esa entidad a la que se le criticó tanto cuando la izquierda partidaria era oposición.
Ahora, la cultura desde lo gubernamental parece más coro partidario-oficialista que otra cosa. Se privilegia a las líneas del Ejecutivo más allá de las apuestas independientes. El activismo predomina sobre la gestión cultural real y las voces reflexivas o críticas son aplastadas con cierto dejo de autoritarismo que más parece salido de un guion totalitario de ultraderecha. El disenso es desacreditado a priori desde la fachada ideológica. “Si sos artista o académico y no creés en esta bandera, algo anda mal con vos; quizá sos arenero y por eso andás de resentido”.
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En noviembre de 2013, cuando la Secretaría de Cultura de la Presidencia hacía aguas por el enjambre de desaciertos de Magdalena Granadino y de su senescal, el publicista Alejo Campos, el pintor y director del Museo de Arte, Roberto Galicia, quien fue presidente de Concultura de 1995 a 1999, hacía la siguiente reflexión en el periódico digital El Faro:
“Lejos de estar cosechando los frutos (la Secretaría de Cultura) de este esfuerzo compartido que lleva ya casi cinco años, está perdiendo una oportunidad inédita que bien podría aprovecharse de la mejor manera en beneficio del desarrollo artístico y cultural de nuestro país, del fortalecimiento institucional y de la dignificación de todo el personal de la Secretaría (…) Aún hay tiempo parar actuar y no dejar en el vacío las expectativas que generó la alternancia”.
Esas expectativas de las que hablaba Galicia en el momento del pandemónium Granadino aún siguen sin alcanzarse. Lejos de esto, parece que el gas se le acabó hace unos meses al actual secretario de Cultura. Parece, además, que el desánimo le sobreviene nuevamente a la comunidad artística, a los gestores culturales, a los intelectuales, a todos los que no tienen por dogma más que sus convicciones, y asoman voces que se elevan para empezar, una vez más, a reclamar un nuevo rumbo.
Lamentablemente, las voces de la comunidad artística tienen historia de bulliciosas, pero también de desordenadas y de caníbales.
El FMLN, desde Mauricio Funes, ha tenido de todo menos estabilidad en el tema cultural. Breni Cuenca, Héctor Samour, Magdalena Granadino y ahora Ramón Rivas han sido los secretarios y secretarias de una entidad que sigue empantanada.
Conocí de cerca la gestión de Héctor Samour; trabajé con él. Galicia, en el mismo texto, califica el período de este filósofo de la UCA, experto en Ignacio Ellacuría, como de “calma y estabilidad”. Por otro lado, señala como “audaces” algunas decisiones que trajo consigo la llegada de Breni Cuenca como la primera secretaría de Cultura del gobierno “del cambio” de Mauricio Funes. Lamentablemente, ambos proyectos, el de Samour y el de Cuenca, no continuaron, motivados por decisiones de Casa Presidencial.
Sería hipócrita decir que no hubo errores en la gestión Samour. Los hubo, desde luego. Lamenté, por ejemplo, la decisión de no condenar con mayor fuerza la agresión al patrimonio que perpetró la Iglesia católica y Monseñor Escobar Alas cuando destruyeron el mural de Fernando Llort en la fachada de Catedral Metropolitana. Fuimos cobardes e inconsecuentes. De una primera reacción fuerte que tuvo la Secretaría de Samour, pasamos a un segundo momento blando, ambiguo, con la cabeza bajo ante la Iglesia destructora del patrimonio. Fue ese un claro ejemplo de que las cosas no cambiaban, y de que hay poderes religiosos y económicos que, como en el Medioevo, aún se sobreponen a la manifestación artística libre.
Sin embargo, con todo y esto, la de Samour fue una gestión en donde, más allá de las opiniones de artistas –y de algunos que se dicen artistas-, el camino parecía más claro para todos. Uno podía estar en desacuerdo con sus decisiones, pero no se podía decir que los procesos, desde lo operativo y desde lo estratégico, no estaban lo suficientemente claros. Por ello, concuerdo con Galicia cuando llama a ese período de estabilidad y calma.
En cambio, lo que se recuerda de su sucesora es mucho más negativo. Quizá sea la de Granadino la gestión más criticada de la entidad cultural desde los 90, cuando Secultura tenía otro nombre –sí, solo otro nombre-: Concultura. No obstante, el concepto de “Vive” como espacios para atraer a la gente a la manifestación cultural y el empecinado proyecto de un Sistema de Coros y Orquestas Juveniles tuvieron cierta repercusión y caminaron… aunque sea a trompicones y aplastando otras iniciativas internas.
De enorme decepción resultó, en la era Granadino, el tratamiento del tema del proyecto de ley de cultura. Ahí murieron muchos sueños. Ahí hubo, incluso, rabia desde cooperantes internacionales, que vieron cómo su aporte quedaba en el pantano de la inoperancia.
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El fracaso del gobierno de Funes en materia cultural quedó atrás cuando este dejó de ser presidente el 1 de junio del año pasado. Asumió en días posteriores como el nuevo secretario Ramón Rivas, con quien coincidí en la Secretaría de Cultura. Ramón, en la gestión Samour y en un pequeño período también con Magdalena Granadino, fue director nacional de Patrimonio Cultural. Esta no fue su primera incursión en el gobierno. Ya antes había fungido como asesor de Patrimonio en épocas de gobierno arenero.
Ramón Rivas suele acompañar al presidente, Salvador Sánchez Cerén, a programas y eventos como el llamado Casa Abierta y a iniciativas culturales.
Pero Ramón ha decepcionado al sector cultural del país. A 10 meses, y luego de una pequeña luna de miel con artistas, sindicatos y medios de comunicación, en donde puso el dedo en la llaga respecto de la tanatada de basura que se heredó de Granadino, las acciones de la Secretaría han trascendido más por lo erróneas que por verdaderos cambios esperados.
La transformación de la revista ‘Cultura’, que pasó de ser medianamente respetada en el mundo académico a convertirse en un producto editorial proselitista, asoma como una de las primeras moscas atraídas por el hedor naciente.
El poeta y gestor Miguel Huezo Mixco publicaba, a propósito de este hecho, en enero de este año, un texto de opinión que titulaba ‘Ya no hace falta que cierren la revista Cultura’. Ahí, señalaba:
“La novedad es que este número 113 (de la revista), que recién comienza a circular, contiene suficientes ingredientes para que la revista sea considerada un órgano de propaganda gubernamental vestido como revista intelectual. Para muestra, solo un botón: los editores publican el discurso del presidente de la República en la entrega del Premio Nacional de Cultura correspondiente al año 2014. En cambio, no incluyen el discurso de Roberto Salomón, el artista que recibió el galardón.
No tuve la suerte de estar en la ceremonia donde Salomón dijo algo que viene al caso: ‘Mi herencia salvadoreña me enseña a no sorprenderme de lo impensable, a burlarme de lo imposible y también a darme cuenta (de) que entre más cambian las cosas, más siguen iguales’.
Ya no hace falta que la cierren. ‘Cultura’, como la conocimos, dejó de existir”.
Por otra parte, Ricardo Roque Baldovinos, uno de los investigadores académicos más respetados del país, se refirió también a esa revista en un texto publicado en enero en el periódico Contrapunto:
“Me escandaliza todo esto porque me parece que pone en evidencia prioridades erradas de las personas a cargo de decidir las publicaciones de la Secretaría. En un país donde la industria editorial es precaria, es importante que la editorial estatal y las revistas culturales conserven su independencia y trabajen por difundir material creativo y de reflexión de calidad. Estas publicaciones le pertenecen al pueblo y no están para hacer propaganda de las autoridades de turno”.
Desconozco quién toma las decisiones de la política editorial de la Secretaría. Circula información de una figura que trabaja en las sombras, desde su cercanía con el secretario de Cultura, para maniatar proyectos y para dictar una línea más digna de guerra fría que de un país que lucha por su institucionalidad democrática. Este ‘asesor’ se pone al frente de quien sea con la estafeta de la confianza del funcionario elegido por el presidente, y suele imponer criterios y dictar líneas.
De ser cierto esto, otro senescal, como Alejo Campos en épocas de Granadino, asoma como el nuevo titiritero, pero ahora con boina y con la mente en otra época, en otro contexto, en otra realidad.
A la gestión Rivas se le amontonan hechos negativos:la orden desde CAPRES para que se abriera un espacio en la cartelera del Teatro Presidente a una actividad de un colegio «en el que estudia la nieta del señor Presidente», algo que perjudicó a la Asociación de Músicos de la Orquesta Sinfónica de El Salvador; la renuncia intempestiva de su director de Patrimonio Cultural; el ‘golpe de Estado’ que fraguaron en su contra algunos de sus subalternos; las quejas sobre recortes a los programas de transferencias de recursos para entidades promotoras de cultura de la que ya dan cuenta los medios;la vergonzosa actitud que tuvo la institución respecto del robo de una escultura «cabeza de jaguar» de 2,300 años de antigüedad (lavarse las manos con tanto cinismo no es la respuesta adecuada), entre otras.
Desde luego que sería injusto señalar esto sin plantearnos si la cultura y el arte son prioridades para este gobierno. El tema del deterioro de la imagen de la institución tiene que ver también con una apuesta de nación, que de momento no pasa por una transformación sustancial que apoye a artistas y que se plante como gestora con suficiencia positiva. El rumbo está perdido y cunde el desánimo. No nos mintamos.
La Secretaría de Cultura debería entender que no es el oficialismo el que “hace” a la cultura. La cultura reside en la sociedad, en el pueblo, en los proyectos individuales, en la expresión de los artistas. La cultura ya está ahí, y el arte es tan solo una manifestación de ella. Ni este ni ningún gobierno deberían sentirse con la autoridad divina como para decidir qué es cultura, a quién apoyar de acuerdo a su pensamiento político, a qué darle privilegios y a qué no…
La institución cultural gubernamental no ha entendido que su verdadera labor debería ser generar condiciones para la creación y la manifestación artística sin atavismos ideológicos, sin meter sesgos políticos y sin creer que, por ser el gobierno de turno, tiene el derecho de decir sandeces que rayan lo absurdo, como la que dijo el director nacional de Artes, Augusto Crespín, a la periodista María Luz Nóchez en una entrevista publicada el 10 de marzo de este año: “Lo que sucede es que los teatros, como cualquier teatro que sea del gobierno, hay que darle prioridad a todos los eventos del gobierno, del Ejecutivo, porque nos pertenecen a todos, y el que está de turno puede hacer uso de esos recursos”. Risas grabadas.
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La propuesta del llamado “Eje 9” del Plan de Gobierno del FMLN, que tuvo como origen una consulta ciudadana y específicamente para este tema cultural contó con la participación de artistas, académicos, intelectuales, etc., planteaba:
- El surgimiento de un Ministerio para el desarrollo cultural
- Un Fondo Nacional Concursable para la Cultura y las Artes
- Formación artística
- Instituto Superior de las Artes
- Programa Nacional de Acreditación Docente para Artistas
- Seguridad social para los trabajadores de las artes
- Apoyar con programas especiales la conformación de mipymes de economía cultural como elemento del desarrollo humano
- La Ley de Arte y Cultura
Sin embargo, al parecer, las carretas se le han trabado a la actual administración en la mayoría de estas apuestas. No hay luces claras respecto de cómo marchan, si se consolidaron o no o si debemos empezar a tirar la toalla. Hacia enero de este año, se supo que, por ejemplo, la transformación de Secultura en Ministerio y el nacimiento del Instituto Superior de Artes eran fantasía, por lo menos a corto o mediano plazo.
El presupuesto sale de entre telones como el principal obstáculo, un obstáculo del que siempre se supo cuando se anduvo pregonando a diestra y siniestra que la cultura sí podía ser fundamento del todo en este gobierno. Un obstáculo que no importó para prometer, pero que sí es la bandera que acompaña la justificación para no hacer nada, o hacer muy poco.
Algunos de estos proyectos actúan en paralelo con lo que plantea el Plan Quinquenal del Gobierno de Sánchez Cerén. Aunque ya se percibe que se tomará distancia de algunas ideas que planteó el partido antes de la elección. En ese documento, en el Plan Quinquenal, se lee como objetivo, en el apartado referido a la cultura:
“Impulsar la cultura como derecho, factor de cohesión e identidad y fuerza transformadora de la sociedad”.
De momento, sin embargo, ese derecho se ensombrece ante decisiones que merecen por lo menos una crítica razonable, aunque bien sabemos que en este paisito nuestro se le etiqueta a quien cuestiona al poder, de derecha o de izquierda, como Satanás en la Tierra, de acuerdo a la lógica de quienes se preocupan más por el activismo que por el trabajo real para mejorar el estado de las cosas.
Cambiar al secretario quizá solo nos haga volver a la rueda de caballitos, pero si las cosas siguen así, aparece como la probabilidad más alta, tomando en cuenta el contexto reciente. No obstante, si este país y su gobierno no apuestan por cambiar la actitud y poner realmente a la cultura como fundamento de un mejor futuro, la rueda de caballitos seguirá dando vueltas.
Aquí el problema no es solamente el secretario y quien o quienes lo asesoran. El problema es la actitud de quienes creen que el arte y los artistas son solo la banda que debe llegar a tocar y a bailar y a leer poemitas en los jardines de una casa-residencia-museo-galeríapresidencial y ante las cámaras de los medios estatales y los alineados. Y no son pocos los que creen en eso como un derecho ganado en la elección, tal como lo hizo evidente el nuevo director de Arte. No son pocos los que siguen creyendo que los artistas nacionales solo sirven para amenizar fiestas o actividades oficialistas.
Diez meses son poco para dejar de creer en la capacidad de este gobierno para rescatar este barco. Pero diez meses también nos han servido para entender que, por lo menos de momento, el camino sigue siendo sinuoso, difuso, de vértigo. La cultura, hoy, camina en la oscurana y no hay ni candelas ni fosforitos que alumbren el siguiente paso.
Mientras esto siga así, ese sueño que comenzó en 2009 seguirá diluyéndose, cayendo por el abismo, destruyéndose frente a nuestros ojos.