Aún me siento impactada de la noticia de acusación y vinculación a un proceso penal de un conocido pastor evangélico, por un aproximado de 4 delitos de violencia en contra de una mujer. No soy religiosa, pero tampoco detractora de quienes profesan una fe o una espiritualidad determinada, porque hasta yo he hincado rodillas en momentos de angustia, a ese Ser Superior, al que llamamos Dios.
Con mucho respeto y empatía ante el dolor que pudiera estar sufriendo la familia del hoy imputado pastor, quien al escudriñar las redes sociales está reflejando una gran fortaleza, especialmente su esposa, quien con mucha responsabilidad está cumpliendo sus obligaciones de guía religiosa al frente de una iglesia que cuenta con muchos adeptos, no hay duda que es ese ejercicio de su Fe y espiritualidad la que le permite mantenerse en pie, pese al vendaval que está enfrentando.
Se ha criticado el hecho de que muchos defiendan al ahora imputado (término jurídico reconocido por la ley, a quien está enfrentando la investigación y persecución de un delito descrito por el Código Penal o alguna normativa de corte penal), con la afirmación de que, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, expresión bíblica con la que estoy de acuerdo, pero que no comparto cuando es utilizada como estandarte de una conducta dañosa, que pudo haber sido prevista y evitada, a partir de la simple capacidad de pensar que tenemos los seres humanos, cuando tenemos más de 2 dedos de frente y no adolecemos de enfermedades que obnubilen nuestro pensamiento. Con esto no quiero decir que el resto de la población (incluida yo), no cometamos errores o infracciones, pero entre una equivocación o error y un delito, hay diferencias; son categorías de análisis distintas.
La anterior exposición en ningún momento violenta la presunción de inocencia de nadie, lo cual es un Derecho Constitucional, solamente estoy contextualizando lo que es el meollo de la presente reflexión.
Tratando de ser objetiva, en mi caso particular, a mí lo que me preocupa, va más allá del acto sexual o la doble vida que pudo haber estado viviendo este señor pastor religioso hoy imputado de una investigación penal. Es el hecho de que, si los hechos que se le imputen en el requerimiento fiscal, son ciertos, acerca de las acciones violentas que fueron ejercidas por el imputado pastor, sobre la mujer víctima, me surge la pregunta: ¿son estos los líderes que están llevando la delantera en el proceso de construcción de la espiritualidad de la familia salvadoreña?
El Salvador necesita de genuinos líderes espirituales, de obra y pensamiento, eso es indiscutible, porque si bien es cierto hay una población atea, todavía habremos personas, que necesitamos de ese Ser Superior (real o no), al que llamamos Dios. Para muchos esta figura es solo una muletilla, para otros es la razón de toda su existencia; y para unos menos, representa una ideología que merece ser respetada, particularmente porque existen situaciones de vida, experiencias, que no pueden ser explicadas; sino a través de la existencia de Él.
Después de la firma de los Acuerdos de Paz, una de las grandes deudas de quienes han ejercido la gobernabilidad de este país ha sido la “reconstrucción” de las identidades y bases “míticas” del salvadoreño, de esos elementos de capital simbólico que dan orientación y sentido a la vida, en momentos de crisis y vendavales, espacio que ha sido cubierto por muchas prácticas, entre ellas la religión, herramienta cultural que ha dotado de significancia la vida de muchas personas en el mundo… en El Salvador.
Para el caso de este país que habitamos, los gobiernos que sucedieron la firma de los Acuerdos de Paz se preocuparon por reconstruir calles, casas, edificios, puentes… las relaciones que se crean como consecuencia de reedificar esa “ciudad de piedra”, pero no se preocuparon por reconstruir la significación subjetiva de habitar un espacio, al que llamamos así: El Salvador. Y si a eso le agregamos, que a partir de 1992 hay un cambio de violencia, de la violencia de la guerra por la violencia estructural, en donde la oración se vuelve un refugio ante carencias físicas, económicas, de seguridad, educativas, de salud… resulta muy comprensible el hecho de que la religión o el ejercicio de la espiritualidad en cualquiera de sus formas sea tan vital, para este espacio-tiempo.
La formación cristiana, religiosa o espiritual, es una herramienta de formación de la conducta, que hemos utilizado muchos en nuestra vida personal. De hecho, yo acabo de cambiar a mis hijos, de un colegio laico bilingüe, famosos por su competitividad académica y fortaleza en el inglés, a un colegio cristiano, porque evidencié la urgente necesidad de recurrir a esa formación espiritual como un escudo ante tanta violencia y ataques de un sistema corrupto que enfrentan nuestros jóvenes.
En estos momentos me encuentro medianamente contenta con esta nueva modalidad educativa, hoy mis hijos me piden que nos reunamos y hagamos una “verdadera demostración de nuestro interés por Dios”. Después del caso del imputado-pastor, todavía estoy pensándolo…, ya que suficiente tiene mi familia con lidiar con la violencia del entorno, de la sociedad salvadoreña, la violencia estructural, la inseguridad de todos los días, incluso la violencia consciente o inconsciente que ejercemos nosotros como padres de nuestros hijos, para sumar la posibilidad de un “manoseo” de nuestras psiques o de aprovechamiento de vulnerabilidades. ¿Cuántos líderes religiosos no hay, que aprovechan su situación de superioridad para causar daño, so pretexto de ser seres escogidos por Dios?
Bajo el contexto de investigación penal del famoso Pastor salvadoreño, en este punto de reflexión, me surge otra duda: ¿puedo confiar el proceso educativo de mis hijos o de mi familia, incluida yo, a personas que en algún momento pueden hacernos sus víctimas?, ¿cómo es que la mujer víctima del imputado-Pastor entra en contacto con él y se expone a tanta violencia: moral, psicológica, física, espiritual… acaso no fue a través de la misma iglesia?
Independientemente de las prácticas morales de la mujer víctima del pastor-imputado, este caso volverá a ser emblemático y de interés de quienes seguimos los imperceptibles cambios culturales, del trato a la mujer: ¿se volverá a revictimizar a la mujer?, ¿se interpretará y aplicará la ley de forma homofílica?
En occidente, las mujeres hemos sido un grupo marginado, incluso por el área religiosa-teológica, tan marginado como los niños, niñas y adolescentes, víctimas de pedofilia o practicas impúdicas, por parte de religiosos católicos, evangélicos e incluso Testigos de Jehová, situaciones delictuales que en su mayoría no han salido a la luz de la autoridad, casos en donde no ha habido aplicación de la justicia, porque la misma estructura religiosa no permite que salga de su recinto.
Pero entonces, aquí es donde vienen para mí las preguntas más críticas: ¿quién regula el ejercicio de un oficio-profesión-arte, tan noble como es el de encaminar o tranquilizar corazones y mentes atribuladas, inquietas y desvalidas, a través de la espiritualidad? ¿Cómo se vigila y controla al sujeto que ejerce como modo de vida, el pastorado o sacerdocio, de que éste tenga al menos un mínimo de sanidad mental y que no sea afectado por el ejercicio mismo de encauzar problemas, crisis, desvaríos, errores, infracciones… delitos?
En otros países existen secretarías o ministerios que regulan este noble ejercicio, que vigilan a quiénes llevan la delantera de un grupo de personas que están juntas por alguna razón espiritual… y por sobre todo cuando estos guías también lideran procesos de formación pedagógica-espiritual en colegios o escuelas, sean estos de corte católica o evangélica, luterana, anglicana, musulmana… etc. De hecho en otros países estas profesiones u oficios, no pueden ser ejercidas si no media una licencia estatal.
Desde el punto de vista de la sanidad mental, de la seguridad colectiva, ¿seguirá el imputado-pastor, dirigiendo o ejerciendo la labor de orientación bíblica, sin que se le someta a un tratamiento médico-psicológico/psiquiátrico, en caso de salir sobreseído?
La situación de El Salvador es vulnerable en cualquier sentido. Los salvadoreños somos semejantes a árboles caídos: en nuestra economía, identidad, recursos naturales, estructura física de espacios públicos… educación, relaciones sociales, espiritualidad…, en donde la violencia estructural actúa cual leñador, que busca eliminarnos o hacernos leña, es por ello que la parte espiritual-teológica es crítica, y en ocasiones vital, porque ante momentos de crisis, locura, colapso o debacle emocional es el último espacio donde, la mayoría, buscamos refugio, consuelo, esperanza… Incluso puede significar la diferencia entre seguir luchando por la vida y el suicidio.
Entonces, ¿cuánto tiempo más pasará para que se regule el ejercicio del pastorado, sacerdocio, o formador de líderes religiosos y que en consecuencia se ejerza un control como en las profesiones?
¿Quién es entonces el verdadero árbol caído del que todos hacen leña?