Las últimas elecciones prueban que los salvadoreños quieren una democracia a la inglesa, con goteras, sin lo fofo y acorchado de los británicos y sin parlamentarismo.
Eso significa que quieren dos partidos grandes. Eso sí: al bipartidismo le agregan, como si fuese una paella, una buena dosis de tercera fuerza.
Los votos confirmarían, si algunos números son ciertos, que a la par del bipartidismo cada vez más fuerte se consolida una tercera fuerza política constituida por GANA que, como si fuera un perro, a la hora de buscar votos orina primero su territorio, y pide votos a base de una eficiente organización y cierta dosis de liderazgo local.
En esa democracia a la inglesa −que la repiten algunos países latinoamericanos− los restantes partidos políticos cuentan poco. Los salvadoreños no respetan mucho a las agrupaciones menores, ni por número ni por ideas. Les importa poco que estén ahí intelectuales o graduados de Harvard.
Todo eso muestra que esta democracia se ha vuelto una veinteañera cada vez más interesante. Tiene dos piernas. Dos manos. Pero se autoconstruyó un tercer miembro que será el que terminará decidiendo en las votaciones simples.
En estas elecciones también han sucedido otras cosas: muchos se hartaron de aquellos que quieren hacer del poder una dinastía al mejor estilo de los Kennedy o de quienes querían prolongar su poder a pesar de su reducido catálogo de obras públicas.
En medio de eso sobraron aquellos que pasaron cantando por las calles que el poder no es, ni debe ser, eterno. Al final, sus coplas se cumplieron para derrocar a muchos alcaldes cuyas barbas les crecieron tras muchos períodos edilicios.
Desde niño me gustó analizar las ideas políticas, los liderazgos y los ropajes de la democracia. Pero El Salvador me está enseñando que, en algunos tramos, lo que aquí ocurre debe escribirse en nuevos cuadernos y con mucha malicia.
No sé si todo eso es producto de quienes mueven la historia, o es resultado de una vieja combustión democrática. Pero, la primera razón casi aritmética que debe extraerse de estas elecciones es que, al igual que en las elecciones presidenciales, ARENA y el FMLN se reparten el electorado, en mitades.
Por algo el gobernante Salvador Sánchez Cerén ganó por apenas 7 mil votos. Por las mismas razones, Nayib Bukele dice haber ganado por la misma cantidad de votos en San Salvador. Y si, por ejemplo, San Miguel le ha dado diferencias al FMLN de hasta 60 mil votos, ARENA compensa en otros territorios. El asunto está tallado casi con pinzas.
La última vez que San Miguel votó abrumadoramente arenera fue con Elías Antonio Saca. Con Francisco Flores no fue lo mismo.
Se podría decir que el país está dividido, políticamente, en dos partes. Lo poco que queda se lo lleva GANA y otra dosis el PCN.
Por eso yo no creo en milagros ni en grandes ventajas. El mazo martilló la misma materia: las distancias entre ARENA y el FMLN huelen a empate, desde hace algún rato.
En la estrechez, lo que permite a un partido colocarse sobre el otro, por escasa diferencia, es la eficiencia para recolectar votos.
Otras reservas
Por lo que se observa sin tener a mano resultados oficiales, se pueden hacer algunas consideraciones.
La primera: cuantitativamente ARENA ganó más alcaldías que el FMLN. (133 contra 86, según sus números). Pero el FMLN puede responder que ellos gobiernan al 67 por ciento de los salvadoreños. Y eso también es cierto.
Lo más simple es repetir la tesis del empate. Esa es una forma de avanzar en política y en carácter. Así nos despojamos de euforias y depresiones.
Pero ARENA debe encender sus alarmas. Sus dirigentes deben detenerse, al menos un rato. Deben dejar de jugar al artista como todo buen político.
Tradicionalmente las elecciones salvadoreñas daban resultados del 60% (ARENA) Y 40% (FMLN). En las últimas dos elecciones, se registran dos mitades. Los residuos se los lleva GANA y otro pequeño tanto el PCN.
Esto tiene otra interpretación: quien más ha avanzado, en los últimos años, es el FMLN. Viene de atrás para adelante. Y ahora se repite el empate, en medio de un gobierno del FMLN de no mucha popularidad, según las encuestas, y de finanzas públicas muy debilitadas para hacer obras públicas.
Como si eso fuese poco, por muchos meses los opositores del FMLN se engordaron reventándoles el Sitramss en la cara, una obra que convirtieron en un picnic de tribus.
Por eso es que tengo la impresión que, en este nuevo empate (donde, además, un partido grande aventajará al otro en solo uno o dos diputados), quien más puede celebrar es el FMLN. Viene de atrás y su segunda administración gubernamental no le pasó ninguna factura. O al menos ARENA no fue eficiente para pasar esa nueva factura.
Otras visiones
Los partidos políticos pequeños que, esta vez retroceden, deben entender también que el revolcón se los han dado esas dos grandes bazas en las que se han convertido ARENA y el FMLN.
Hay que aceptar, entonces, porque así lo quieren los electores salvadoreños, que el sistema político salvadoreño ha construido dos dragones de Komodo, dos animales caníbales que devoran a los más débiles.
GANA está alejado de esa canibalización por algo que solo tiene una respuesta: crearon su propia isla electoral y cuidan, con eficiencia, aunque con menos recursos que los demás, sus corrales.
Parece que ahí ni siquiera aparece el zorro come huevos. Las aves estarían bien cuidadas. Los dirigentes de GANA llevan seis años impidiendo, con mucho éxito, que le pastoreen el poder para luego tragárselos desde adentro.
Si los números se confirman, GANA al menos mantendría 11 diputados a pesar del feroz intento de destrucción que durante seis años le ha enderezado ARENA desde que los tuvieron como primos descarriados. A los de GANA les han dicho de todo: desde huele pegas hasta misioneros del mal. Pero los ataques no pegan.
ARENA hizo esta vez otra jugada: se acercó al PCN, se hermanaron, financiaron jugadas, hicieron alianzas electorales pero nada salió como pensaron. El otro pequeño aliado de ARENA habría sido el PDC que todavía estaría en ascuas para saber si saca un diputado.
La jugada era destruir a GANA, potenciar el PNC y lograr, juntos, la minoría simple en la Asamblea Legislativa. Pero el cachiflín les estalló en las manos. Sobre todo porque el PNC habría retrocedido, según las cifras de algunos.
¿Es bueno el bipartidismo?
Soy originario de un país en el que una reyerta, una charamusca (no una verdadera guerra civil), lo partió en dos, en 1948. Al igual que en El Salvador, fueron odios los que quebraron el país en dos. La gran diferencia es que aquí sí se produjo una cruenta guerra. Allá las balas vacilaron y fueron inmensamente más escasas.
Costa Rica, mi país de origen, estuvo partido en dos credos políticos por muchísimo tiempo, a raíz de esa confrontación, hasta que los políticos rateros, los cínicos, los ladrones y los sinvergüenzas se ahorcaron solos. Entonces se quebró el bipartidismo. Si eso no hubiese ocurrido, Luis Guillermo Solís no sería el actual gobernante de ese país.
Fue la corrupción la que empezó el apocalipsis del bipartidismo costarricense. Al menos dos casos de corrupción (que mandaron a dos ex gobernantes a la cárcel y otro se refugió en España perdonado por quienes no debieron perdonarlo jamás), que dinamitaron la historia costarricense.
Lo que haló el gatillo en Costa Rica y encendió la mecha fue un régimen de prensa fuerte que, al menos en esa ocasión, no le calló nada a los poderosos ni a ningún político. La verdad es que ahí sobornaron hasta la Madre Teresa.
Después aparecieron otras evidencias de lo que todos los costarricenses sabían: que el bipartidismo había servido, entre otras cosas, para que los dos partidos más grandes se pusieran de acuerdo para robar, cada uno, una tajada a su gusto. Cuando le tocaba a uno engordarse, el otro le pasaba la mayonesa y los salchichones.
Todavía recuerdo la forma cómo, hace muchos años, fui testigo de uno de esos grandes acuerdos entre el bipartidismo costarricenses.
Resulta que el día que eligieron a una magistrada a la Corte Suprema de Justicia que pertenecía al PLN (socialdemocracia costarricense), me encontraba en la oficina de un influyente diputado de los demócratas cristianos.
El legislador alzó el teléfono, me dijo que me callara y me hiciera el loco, y le dijo al padre de la nueva magistrada, quien también era diputado: “ya ves… todo salió bien. Felicitaciones. Eso sí, recuerda que estos favores se cobran y se pagan…”.
El bipartidismo en una democracia no siempre es bueno. Hay que vigilarlo. Y no porque aquí existan malos políticos. El problema es que, con el tiempo, muchos acaban como socios para no enfrentarse a la corrupción, como sucedió en Costa Rica.
Otro problema es el ejemplo que puse. El bipartidismo es dañino, en una democracia, cuando los dirigentes “colonizan”. Eso es porque, entre otras cosas, se reparten los otros poderes del Estado, eligen magistrados del Poder judicial matriculados con los partidos y, al final, hasta se dividen las grandes resoluciones.
La “colonización” vuelve el estado inútil. También la fiscalización.
A las democracias hay que dejarlas respirar. De lo contrario, se ahogan entre acuerdos que jamás debieron existir.
Además, a las democracias no hay que quitarles las bisagras. Si se les quita, terminan enyesadas, con férulas y con sus piernas inútiles.
Por eso es que, cualquiera que sea la tercera fuerza política en el país, esta no debe ser apéndice de nada ni debe llegar a pagar favores. Una tercera fuerza debería jugar como péndulo que solo tenga un imán: lo que importa para redistribuir sin lisiar libertades públicas.
Pero hay un hecho sobre lo que el país debe reflexionar a la hora de examinar el bipartidismo que apoya: muchas veces aquí no se hace política para entenderse con el contrario. Se hace política para exterminar el contrario. Eso agrava la buena salud del bipartidismo en una democracia.
El bipartidismo es bueno cuando se tienen grandes entendimientos entre dos partidos sobre lo que debe ser la visión y la ruta que debe seguir un país para conseguir progreso, libertad y justicia social.
Si eso no sucede es que aquí faltan demócratas. O tal vez eso también sea una muestra de que poseemos materiales ideológicos viejos para entendernos. No lo sé. Lo que sí sé es que sin grandes acuerdos, el bipartidismo puede acabar en una tremenda confusión que no lleve al país a ningún sitio seguro.