Cuando el embajador de un hermano país centroamericano llamó por teléfono al director de un medio de comunicación para pedirle referencias bibliográficas sobre lo bueno de nosotros, los que habitamos el centro del continente americano, éste no logró ayudar al diplomático que se lamentaba de no disponer de esa documentación, que utilizaría para hablar bien de una región que se debate todos los días entre la vida y la muerte.
Esa plática de viejos – y muy conocidos amigos – como la describe el colega, me invitó a pensar en muchas historias que he conocido de salvadoreños y guatemaltecos, por mencionar algunas, que han tirado al cesto de la basura las expectativas o predicciones de sociólogos, antropólogos u otro tipo de intelectuales que profetizan apocalípticamente que no hay nada bueno en nosotros.
Un día conocí a una mujer de 50 años mutilada de sus manos por jóvenes delincuentes que pensaron haberla matado; no solo sobrevivió al ataque, sino que todos los días se levanta a trabajar y ya lleva dos hijos graduados de la universidad y empuja al éxito a otros dos. Es salvadoreña y centroamericana.
Otro día me encontré con un joven de 25 años; hace unos siete se graduó de bachiller y aun no pierde las esperanzas de empezar una carrera universitaria. Está ahorrando con lo que recibe en un empleo de medio tiempo y lo que le deja un acto de malabarismo en los semáforos. Algunos automovilistas piensan que pide para drogas, pero no, es de escasos recursos, se considera un ganador sin el trofeo por el momento. Es salvadoreño y centroamericano.
En Guatemala vive una amiga y colega comunicadora que, cuando quedó huérfana de padre, tenía cinco años. Su madre se desveló cada noche vendiendo comida para mantener a cuatro hijos. Todos estudiaron y ella ahora es gerente de compras de una empresa centroamericana, luego de haber pasado por varios medios de comunicación de ese país. Cambió su rumbo, ese que algunos funcionarios creen que no existe y que por eso no invierten en educación. Es guatemalteca y es centroamericana.
Imagino – y estoy seguro – que mi colega cree y, también su amigo diplomático, que sí somos buenos, que hay algo bueno en medio de la muerte y la desidia con la cual algunos contemplan los días. Hoy vemos la violencia como ver salir el sol, no nos asombra. Los tiempos son duros, estamos de acuerdo, pero aun hay muchos que no han endurado su corazón, ni su fe y todos los días intentan cambiar las cosas porque un día, como dice el colega y lo cito textualmente “nos daremos cuenta que, en un enorme porcentaje de nuestras vidas, hacemos actos más importantes y justos que las malandradas de minorías”.
Esas minorías que se esconden en las mayorías empobrecidas, en las necesidades afectivas y materiales de almas jóvenes que creen todo y quieren todo rápido, a pesar que muchos de sus progenitores luchan de sol a sol para dar lo que pueden en una sociedad que les niega mucho.
El diplomático – según el colega – es un hombre que quiere hablarle de lo bueno de nosotros a un país envidiablemente desarrollado, como es Alemania. Y como no encontró bibliografía, reflexiono de nuevo, menuda tarea la que tenemos los periodistas de hacer periodismo social investigativo, ese que le da voz, responsablemente, a las bocas que en silencio hablan de la otra Centro América, la que aun cree que Dios no ha quitado su mirada de la región, ni de los que son luz en medio de la oscuridad haciendo de la fe una inspiración y de la actitud un modo de vida.