Debemos aceptar que usted y yo somos protagonistas de una era diferente a la de nuestros padres. Puesto que la vida hace apenas cuarenta años atrás, era más tranquila, las cosas eran menos complejas. Las familias estaban más integradas, pasaban más tiempo juntas, acostumbraban la sobremesa. Y aunque el trabajo era más duro, puesto que se ganaba menos dinero, invirtiendo mucho más esfuerzo, la gente parecía ser más feliz aún con menos recursos. Las personas disfrutaban más su cotidiano vivir, porque parecía que había tiempo para todo.
En aquellos días los roles estaban más claros, las mujeres se quedaban en casa y los hombres en su mayoría asumíamos solos el rol de proveedores del hogar. Los hijos permanecían por mucho más tiempo sujetos a sus padres, se dedicaban a estudiar lo básico y a aprender competencias técnicas para insertarse rápidamente a la vida social productiva. Todo en general era más sencillo. Hablar de cambios, era casi un mito, porque la vida estaba anticipadamente casi planeada.
Tomar decisiones de calidad era más fácil, como por ejemplo, escoger lo que deseábamos estudiar, era algo naturalmente obvio desde pequeños, porque las vocaciones personales se definían desde temprana edad. Incluso el decidir con quién casarse no era mayor problema, porque eso estaba únicamente supeditado o acondicionado al amor correspondido mutuamente entre una pareja. Claro disponíamos de menos opciones y eso nos hacía más prácticos en nuestras determinaciones.
Ahora en la presente década, las cosas son bastante diferentes; cada vez nos cuesta más tomar decisiones acertadas. Son tantas las opciones a nuestra disposición que los errores o desaciertos son más frecuentes y están a la orden del día. Como que el acelerado estilo de vida que llevamos en el siglo XXI, nos empuja a correr precipitadamente, sin considerar las consecuencias de nuestras acciones.
Las demandas actuales para hombres y mujeres son cada vez mayores, los roles y responsabilidades individuales de cada uno de los géneros ya no están muy definidas como antes. Incluso los jóvenes adolescentes enfrentan desafíos más grandes y más complejos que los nuestros. Ellos están más expuestos de lo que estuvimos nosotros en el pasado, nuestros hijos son más propensos a extraviarse de la ruta correcta para su sano desarrollo.
Su vulnerabilidad se debe a la enorme cantidad de información y mensajes publicitarios a los que ellos están expuestos. Ya que existen tantas opciones a su alcance, que los muchachos ya no distinguen la diferencia entre lo bueno y lo malo, entre lo conveniente y lo que nos es muy conveniente para sus vidas.
La era de los cambios ha sido muy mal interpretada. Ya que los cambios son saludables porque nos hacen crecer y adquirir nuevas habilidades, y sobretodo madurar emocionalmente a través de los mismos. Pero por el contrario, la actual generación está evitando los cambios, llenándose de temores e incertidumbres, se resiste a someterse al proceso del cambio.
Hoy por hoy nadie quiere arriesgarse más de lo necesario. Las personas no desean incursionar en lo nuevo, para no tener mayores responsabilidades. Todo mundo se limita a probar opciones, asumiendo muy poco compromiso. Los adultos contemporáneos de 30 a 35 años todavía no planean casarse, ellos están esperando primero comprobar ser compatibles con su pareja, practicando cortas relaciones informales que les permitan conocerse íntimamente, a expensas de poner en peligro su propia autoestima, o autovaloración de sí mismos.
De forma similar, hay una nueva generación de trabajadores contemporáneos, desde obreros hasta profesionales calificados, que se resisten a comprometerse con la empresa donde laboran, más allá de lo normal o necesario. Ellos no quieren correr la milla extra, ni echar raíces en sus lugares de trabajo; por el simple hecho de estar siempre a la expectativa de recibir nuevas o mejores ofertas salariales.
Esta clase de trabajadores andan en busca de la gratificación inmediata y por consiguiente, no están dispuestos a pagar el derecho de piso, que se requiere para construir confianza y hacer carrera dentro de una sola organización. Lo cual es una actitud equivocada, producto de una idea errónea de lo que significa el cambio.
Siendo para muchos el cambio un sinónimo de “nada es seguro” o “no te aferres a nada”. Cuando en verdad el cambio hoy en día es una constante con la que todos debemos aprender a lidiar, sin importar mucho la posición que tengamos; ya sea como empleados, o empresarios. Esto es sí realmente esperamos alcanzar logros significativos, en el campo donde nos estamos desenvolviendo actualmente.
Los cambios que llegan a nosotros simplemente son obstáculos que debemos rebasar, en la pista de la carrera que es la vida, llámese vida personal, laboral o empresarial; los que a su vez, se convierten en grandes oportunidades para aquellos que queramos tomarlas. En cualquiera de estas tres dimensiones anteriores, la ruta debe estar bien trazada por nosotros, el destino final debe ser muy claro, con nuestros ojos puestos en un mismo y único objetivo.
Aprender a vivir con el cambio es la primera invitación que le hago mi estimado amigo lector. Entendiendo que nuestro entorno puede sufrir alteraciones, nuestros planes por igual, tal vez tengamos que ajustarlos en algún momento dado, pero nuestra visión personal, de familia y de negocios, debe permanecer a través del tiempo.
La única manera de garantizar eso, y que se cumpla conforme a nuestros deseos, es que usted y yo, nos mantengamos vigilantes y bien despiertos. Siendo flexibles al cambio, pero radicales en nuestras convicciones y propósitos.