De pronto sonó mi teléfono celular. Miré la pantalla. Me llamaban desde un número telefónico con muchos dígitos. Interpreté que era una llamada de algún país lejano. Respondí y, como si hubiese entrado una ventisca por mis oídos, alguien me preguntó: “¿Dónde están las cosas buenas de Centroamérica? ¿Dónde están? Ayúdeme a encontrarlas”.
-Aló, quien habla, respondí. Estaba sorprendido por lo que me decían. Entonces escuché una sonrisa partida por un par de labios y después escuché su nombre: “Te habla José Joaquín Chaverri”.
José Joaquín es, actualmente, el embajador de Costa Rica en Alemania. Fue compañero mío en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Costa Rica. Es periodista pero ha dedicado, casi toda su vida, a la diplomacia.
José Joaquín es uno de los mejores diplomáticos que he conocido en mi vida. Es listo, inteligente, honrado (ahora hay que repetir esa cualidad), pero, sobre todo, es un hombre bueno y un perfecto cristiano.
De José Joaquín no se puede esperar más que buenas acciones. Es listísimo en ese mundo diplomático que siempre sirve para encontrar contribuciones para su país. Y sospecho que Alemania le facilita las cosas porque su segundo apellido es Siever, su madre es de origen alemán y habla, perfectamente, ese idioma.
La última vez que vi, personalmente, al embajador José Joaquín Chaverri fue en El Salvador hace muchos años. Pero, siempre nos comunicamos. Sé que él se preocupa por mis cosas y yo por las suyas.
Un buen día después del segundo terremoto sucedido en El Salvador me llamó desde San José. “Alístese, amigo, porque te voy a llegar”, me dijo. Una semana después estábamos los dos, junto con varios médicos costarricenses voluntarios, en una zona costera de este país, atendiendo niños y mujeres. Yo no sé cómo lo hizo José Joaquín pero traía, en un avión, hasta cajas de medicinas que regalamos a quienes las necesitaban.
Ese es otro arte del embajador Chaverri: en una hora alista una cruzada para ayudar a los pobres, a los excluidos, a manos llenas.
Ese día sudamos como locos. Trabajamos como buenos voluntarios y después, exhaustos, nos sentíamos mejor que nadie porque habíamos pasado, todo el día, dándole una mano a quienes la necesitaban. Los médicos que consiguió José Joaquín se desbordaban en solidaridad para atender a decenas de niños, en poco tiempo. Yo asumí el improvisado puesto de boticario y regalé hasta la última medicina, como me lo ordenó José Joaquín.
Pero hace un par de días, el embajador Chaverri, cuya obra en Alemania es extensísima y muy alabada, me sacudió los oídos. Me pidió ayuda para encontrar un libro sobre las bondades y las mejores cosas y conductas de los centroamericanos. No pude darle un título. No pude.
Pero, como conozco muy bien a José Joaquín desde que tenía dieciocho años, sé interpretar cada uno de sus vocablos: creo que, en el fondo, lo que quería decirme era más o menos lo siguiente: estoy harto de escuchar cosas malas de Centroamérica y no hay un ser humano que compile, o reúna, en una obra de buena calidad, lo mejor de los centroamericanos. Así hay que interpretar a José Joaquín. Y no sé si el regaño era para mí, o para todos los centroamericanos, incluido él.
José me dijo algo más: “estoy hasta el copete que de Centroamérica sólo se hable, en Europa, de muertos, extorsiones, pandillas, asesinatos y de todo lo malo que hacemos. Quiero dar una conferencia y no encuentro nada que reúna las muchas cosas buenas que hacemos. Dame el título de un libro, dame algo que me ayude. Qué vergüenza no poder reunir, de cada país centroamericano, lo mejor de nosotros”.
El embajador Chaverri, amigo de décadas, defensor de la vida y de los mejores vocablos católicos, tiene razón: afuera se nos define por lo malo. Jamás por lo bueno. Y no hay un alma humana que recorra Europa, o cualquier país del mundo, narrando la otra verdad, lo que en el fondo somos.
Es muy probable que el mayor pecado se origine en nuestros gobiernos y en todos aquellos que no han podido dar la pelea mediática donde se tiene que dar. En todo esto hay una inmensa verdad: la mayoría no somos asesinos, ni narcos, ni lavadores, ni narcotraficantes, ni mareros, ni extorsionistas, ni violadores.
Los centroamericanos somos buena raza. Compartimos el ADN y muchas cosas más. Somos luchadores y cada quien entiende su Dios a su manera, pero lo entiende. Los problemas son comunes y las soluciones también. Los extraviados son los menos. Los ladrones son minoría. Los inescrupulosos también.
Si reparamos un día cualquiera, nos daremos cuenta que, en un enorme porcentaje de nuestras vidas, hacemos actos más importantes y justos que las malandradas de minorías.
Llevo dos días buscando en las bibliotecas de Centroamérica un libro de lo bueno que hacemos los centroamericanos y todavía no lo encuentro. ¡Hasta en eso pecamos!
Ahora creo que el embajador Chaverri no me pidió un favor: me regañó. Y tenía todas las razones para hacerlo: desde estar harto que le digan que viene de una región de matarifes y rateros.