Karl von Clausewitz decía que la política es la continuación de la guerra por otros medios, pero no estoy cierto a contrario sensu, si la guerra es también la continuación de la política. Todos los ingredientes de nuestra preocupante realidad nos provocan a diseñar escenarios y surge la interrogante que se repite a la saciedad, ¿qué va a hacer el gobierno ante el presente escenario convulso de inseguridad e impunidad que afecta tanto a la sociedad salvadoreña?
El reto mayor del Estado en el presente nos remite al viejo Leviatán de Thomas Hobbes: ¿cómo garantizar un mínimo de seguridad en el marco del respeto a los derechos humanos y de la democracia, ¿cómo hacer compatible la protesta popular cada vez más desbordada con la función de las instituciones para permitir la convivencia pacífica?
La vigencia de un auténtico Estado de Derecho será el tema central de los próximos años. La gente está harta de escuchar discursos con reiteradas promesas cuando cada vez es más profunda la brecha entre norma jurídica y conductas y actitudes. Qué crisis más compleja la de El Salvador, cuya solución es tan sencilla —aplicar la ley—, como tan difícil por todo lo que ese desafío significa.
El pueblo está a la espera de una propuesta viable. No se trata de reinventar ni de seguir incurriendo en llamativas reformas jurídicas que cuidan las apariencias y se olvidan de los hechos. Se debe conformar una política pública congruente que no deje ningún cabo suelto, desde el aspecto familiar-educativo hasta el tema económico-cultural.
El brutal y confuso drama de nuestra realidad ha calado hondo en el ánimo nacional e indignado a la opinión. La cada vez más airada sociedad urge explicaciones y rigurosa aplicación de la justicia. Lo que debe quedar claro es que el salvajismo no se combate con salvajismo, pero eso sí, el mandato para las fuerzas del orden consiste en ser persuasivas en tiempos de paz y decisivas en tiempos de guerra.
Como ya viene la Teoría de las Ventanas Rotas, la cual sostiene que desde un punto de vista criminológico, el delito se produce mayormente en zonas de descuido, donde la sociedad, el desorden y el maltrato imperan. Si se rompe el vidrio de la ventana de un edificio y nadie la repara, pronto estarán rotas todas las demás. Si toleramos la violencia como actitud en los jóvenes, ésta se desbordará en la edad adulta. Si parques y otros espacios deteriorados son progresivamente abandonados por la comunidad, dichos espacios serán ocupados por la delincuencia.
La actitud de quienes deciden sobre el uso constitucional de la fuerza pública, no puede ser permisiva, so pretexto de ser señalada como represora o peor aún, por un supuesto acuerdo ensombrecido de dejar hacer, dejar pasar, que ha sido justificado como cautela, tolerancia o prudencia; esto envalentona a belicosos alborotadores, que se han atrevido a ir más allá matando a miembros del orden, conscientes que el peor escenario será pagar una pena en un reclusorio, con la misma conducta y proceder antisocial y criminal.
De seguir la política de dejar hacer, dejar pasar, se consuma más la ingobernabilidad, la anarquía, y el caos. Lo destruido será irremplazable, incluyendo el respeto y temor a la ley y a la autoridad, la cual es electa para ser ejercida, para garantizar paz y orden, observancia difícil de cumplir simplemente con buenos deseos.
Debemos aplicar la ley, cumplir el mandato y clamor de la sociedad, y garantizar que el largo brazo coercitivo del Estado se extienda hasta el alcance y captura de criminales, en una acción coordinada con la legalidad y la justicia, que genere respeto y orden social.
Desde luego que hay salida. Desde luego que existe respuesta. Es el mínimo compromiso de optimismo que la clase política debe ofrecer a la sociedad.