Como ya se ha dicho, la paz no es solamente ausencia de guerra o que, al menos dos grupos o bandos contrarios, dejen de disparar armamento de distintas clases.
El 16 de enero del presente, se cumplieron 23 años de la firma del acuerdo de paz que finalizó la presencia de guerra civil en nuestro país. Se acordaron 9 numerales, que iban desde la revisión del articulado constitucional, a la desaparición y/o reconstrucción de instituciones que dejarían de ser represivas como la Policía Nacional, la de Hacienda, la Guardia Nacional, las fuerzas armadas y los grupos paramilitares; desarrollándolas con visión nueva y positiva.
Habría protección y respeto para los derechos humanos, se desarmaría el ejército guerrillero y se integraría a la institucionalidad nacional y otros tratados.
Veintitrés años después se ha logrado mucho, pero siguen faltando asuntos que complementar: los niveles delincuenciales alcanzan superlativos sin precedentes; las instituciones anteriores y posteriores funcionan con deficiencias. Los sistemas educativos y de salud se detuvieron como en una fotografía de hace cuarenta años, y lo mayor a evaluar: quienes hicieron la guerra han gobernado y/o gobiernan y se continúa la confrontación en los tres poderes del estado, sólo que en democracia, como acostumbran decir los actores del proceso.
Dialogar y debatir es necesario para todas las sociedades, pero como en todo hay niveles. En este caso: nivel ideológico, educativo, político-partidario, de carácter y personalidad. En el diálogo y el debate se cede y accede, ¿por qué nos ha costado tanto?
Pese a que los avances son palpables, siempre se corren riesgos de no hacerlo adecuadamente. Existen personas rencorosas que convierten el rencor en una forma de accionar y/o de vida; acompañada con la frustración. Todo lo del bando contrario es malo y dañino per se; no se admiten puntos medios. La autoestima colectiva está lastimada y muy baja.
Por otra parte hay optimismos y optimistas. Pero también indiferentes, a quienes ni les va ni les viene. Sin embargo después de 23 años algunos se niegan a aceptar, en ambos grupos, que todos los salvadoreños que dispararon y les dispararon a ellos -problemas de las confrontaciones civiles- merecieron el honor de ser héroes, si bien con ciertas distancias, pero no cabe la menor duda que todos fueron hijos, padres, hermanos, madres, amigos, etc., de alguien. Después de todo, los héroes llegan a alcanzar la muerte por y a causa de sus ideales.
Al ser dos bandos confrontados, cada uno considera a los suyos como muertos valiosos. ¿No lo serían más que estuvieran todavía vivos o hubiesen fallecidos de manera natural? Tan valioso es un gran personaje como un humilde soldado raso de esos dos bandos.
En este vigésimo tercer aniversario se celebró con un lujo de invitado de honor: el Secretario General de las Naciones Unidas, quien vino, dijo discursos, participó de eventos protocolarios y, pero por supuesto, ofreció lo esperado por muchos: 70 millones de dólares para lograr una nueva paz o mejorar la actual.
Pero el pueblo llano solamente comenta que comió pupusas con curtido en Olocuilta: son los hechos que se adhieren más rápido al imaginario colectivo. Por ello, todo se vuelve metáfora del sentir social y de su acercamiento al fenómeno celebración de la firma del acuerdo de paz. Uno de los líderes del mundo come el plato nacional y ya.
Aún con las correspondientes deficiencias humanas, los odios y rencores todavía vivos, más las confrontaciones convertidas ya en atavismos; la esperanza debe permanecer. El Salvador lo merece.