Son dos mujeres menudas. Si miras sus ojos, te convences que son parte de una colmena en plena actividad. Aunque apenas sobrepasan los veinte años, esas universitarias tienen cerebro, valor y estilo. No caminan de puntillas frente a los problemas del país. Tampoco toman la vida con plácidas imaginaciones.
Muy pronto te das cuenta que hay algo en esas dos mujeres que las mueve, como si tuviesen una mano imaginaria. Ellas no andan buscando culpables ni salvadores de esas cosas que afectan la realidad o las esperanzas de los salvadoreños.-Tampoco andan detrás de utopías. Saben que estas son patrimonio de los ángeles.
Por el contrario, tienen en sus manos sanos proyectos y unas enormes ganas de ayudar a su país. Por eso es que no se muestran como mujeres que suelen quedarse sentadas en las aulas para habituar sus oídos a las voces de sus profesores. Sospecho que tienen una calidad renacentista y poseen un arrollador amor por la vida y las buenas experiencias sociales.
A Rocío y Carmen Elena las conocí, este lunes, en la embajada de Costa Rica. El Cónsul General de ese país en El Salvador, Manuel Núñez Lizano, nieto de un sobresaliente líder empresarial costarricense ya fallecido, me pidió que las escuchara. A él lo impactaron. A mí también.
Una estudia Derecho. La otra tecnología de alimentos. Una lo hace en una universidad privada. La otra en un centro estatal. Ni siquiera son compañeras de estudio. Pero ellas se atrevieron, junto con otros amigos y amigas, a fundar un grupo de voluntariado social que llaman “pensamiento orgánico”.
Cuando preguntas por qué le llamaron de esa manera a su grupo, responden que no querían crear oponentes heréticos . Dentro de ellos caben todos: desde los ateos hasta los más profundos religiosos, desde quienes creen que un pesebre es siempre una solución, hasta los críticos o lamerones. Ambas piensan que de lo que se trata es de usar la tolerancia para ayudar a quienes necesitan que los saquen de los vacíos y escondrijos sociales que siempre crean los malos demócratas.
No sé cuando fundaron esos jóvenes su “pensamiento orgánico”, pero si todos los miembros de ese núcleo social piensan como ellas, este país tiene garantizado una buena parte de su futuro. No habrá mareros, ni políticos marrulleros, ni nadie que le rompa el espinazo a sus proyectos y a sus voluntades. Sus ideas y acciones no tendrán jamás interdicciones históricas de los malos demócratas.
Rocío y Carmen Elena conocen tan bien sus ideas que eso me permitió conocerlas sin pausas ni interrupciones.
De pronto me mostraron, en una computadora, una serie de fotografías de una escuela de enseñanza primaria de El Salvador que juntan todas las aflicciones.
La escuela está localizada en el caserío La Reforma, en Antiguo Cuscatlán. Tiene 70 alumnos y una sola maestra que atiende a todos los niños: desde los más pequeños hasta los más grandes. Enseñar ahí es una epopeya creada por el Ministerio de Educación y no sé cuántos planes de políticos que nadaban en sandeces.
Pero lo peor no es eso: al lado de la escuela hay un gigantesco basurero que también es hijo del espiritismo político. Y no digo eso porque los escolares siempre tengan la tentación de vomitar, por lo mal que huele ahí, cuando les enseñan el abecedario. Tampoco trato de embadurnar a la alcaldesa Milagro Navas porque casi nunca manda un camión a recoger la basura a ese vecindario.
Es cierto: cuesta entender por qué en una escuela no hay suficientes pupitres, ni llegue el agua potable, ni existan sanitarios decentes, como me lo probaron Rocío y Carmen Elena.
Mucho menos se logra comprender por qué algunos políticos toleran que se junten el estiércol o los perros muertos con las primeras letras para amordazar setenta pequeñas imaginaciones.
Pero, aunque a mí me de rabia ese tipo de teatro social de la educación para niños que crecerán creyendo que el silabario sólo se debe interpretar entre la podredumbre y las hienas, a esas dos mujeres lo que les importa es la solución para los problemas de esos 70 niños.
Como la alcaldesa no recoge la basura, entonces le pidieron ayuda al Cónsul para que les consiga biodigestores en Costa Rica. Eso les permitiría, con la ayuda de su trabajo voluntario, transformar los desechos en energía que no sólo ilumine la escuela sino también el vecindario. Esa es la mejor forma de acabar con la basura y el mal olor sin esperar que la alcaldesa de Antiguo Cuscatlán se conmueva.
Pero a la escuela también hay que arreglarle los sanitarios, los pupitres y darle materiales de estudio nuevos a los niños. Y como no quieren que un niño se desmaye en medio de algún aprendizaje, hasta un comedor quieren crear para que ahí nadie se muera de hambre.
¡Tampoco esperarán que a algún funcionario público se convenza que esa escuela necesita de alguna ortopedia mental!
Por eso buscan ayuda de empresarios amigos que apadrinen sus sueños que no son más que remedios para sus amarguras íntimas.
Si todos pensaran como los miembros de “pensamiento orgánico” no tendríamos estos espectáculos “democráticos” de enseñar al lado de la boñiga y de lo que nadie quiere en su casa. Esas dos mujeres han logrado pulir su carácter humano: no se trata de pegarle un balazo a un político incapaz. Si nadie busca los remedios, ese par de mujeres, y otras más, están dispuestas a sembrar un nuevo camino.