miércoles 16 de octubre del 2024

No sean mezquinos, el arreglo es digno

por Lafitte Fernández


Cuando todo empezó, creí que los honrados, los justos, los patriotas, los que batallarían por este tema, serían muchos. Pero me equivoqué.

El final de esa batalla me enseñó que podemos tener esperanzas: A pesar de todos los problemas, esta no es una democracia paralítica. Tampoco Dios estuvo esquivo.

Cuando empezó esta batalla perdí a un par de personas que creía amigos. Otros me quitaron el saludo. No volvieron a invitarme a sus debates donde nacían monstruos y anacoretas.

Después me censuraron. Debido a que sé cómo lo hacen, me quedé callado. Ellos querían que me pusieran un bozal. No les gustaban mis puntos de vista sobre el caso CEL-ENEL. Pero siempre encontré aunque fuese un mínimo espacio para decir, o escribir, lo que pensaba.

Lo dije de frente, sin bajarle los ojos a nadie: Una y otra vez mencioné, al menos en la televisión, que estaba al lado del expresidente Mauricio Funes, en este tema. Afirmé que la entrega de acciones de LAGEO a un grupo italiano fue siempre una descarada privatización que no tocó la puerta de la Asamblea Legislativa como debió suceder.

No soy la quintaesencia de nada. Pero peleé duro por ese tema. Y debo confesar que me siento orgulloso de lo poco que hice para que el país recuperara la soberanía accionaria de la geotermia nacional.

Cuando todo empezó, creí que los honrados, los justos, los patriotas, los que batallarían por este tema, serían muchos. Pero me equivoqué.

Al final quedamos en esto cuatro o cinco locos que siempre estimamos que todo lo que pasó alrededor de la privatización de la geotermia nacional era una chanchada, una sinvergüenzada, una indecencia.

Frente a un negocio público en el que se miente descaradamente, donde buena parte de los hechos son turbios y nadie los puede explicar razonablemente, donde muchos creyeron que LAGEO era la réplica del festín de Baltazar, nada puede legitimarse tratando de lavarse los párpados o callando la impertinencia de las cigarras.

La forma cómo un grupo de inversionistas italianos llegaron a apropiarse un poco más de un tercio de la geotermia estatal fue un descaro nacional.

Quienes defendieron ese negocio de burdel, quienes exigieron que se cumpliera con firmas estampadas por hombres no correctos, y con un método donde la memoria era enemiga de la decencia, se agarraron del más insensato razonamiento.

Construyeron algo más o menos así: Como una ley dice que las ciudades deben ser modernas, pues entonces vendamos los parques públicos, con todo y árboles, a empresarios privados, para que las cosas marchen mejor.

Así fue el desaguisado: Como una ley pedía la modernización del sector eléctrico, alegaron que con una ley general CEL quedó autorizado para entregar la geotermia estatal. Sospecho que, de esa forma, algunos pensaron que todo el país está poblado de bobos.

Lo peor de todo es que en ese negocio público que parecía más una tortilla española que muchos querían malbaratar, participaron exministros, gerontocracia que aprendió a que se le temiera para impedir que se le abrieran los libros, abogados pendencieros, un dueño de un medio de comunicación y no sé cuántos más. ¡Nadie alzó una voz ni siquiera para decirnos que, en ese tamal, sólo se hablaba italiano! Esto fue lo más vergonzoso de todo. Y sabemos que se enojan cuando se les dice esto.

No menos desagradable fue ver que quienes se dicen honrados se quedaron callados ante lo que sucedió.

Frente a las denuncias sólo escuché dos tipos de voces: La de los revanchistas que jamás condenaron ese negocio pero que sí decían que se investigaran otras actuaciones de funcionarios. Esa fue la peor de las formas de evadir son seriedad lo que ocurrió en el 2001.

Los otros decían, simplemente, que Funes lo que intentó hacer fue criminalizar una política pública. De acuerdo con eso, si la alcaldía de San Salvador decide vender los parques sin pasar por la Asamblea Legislativa, entonces hay que quedarse callado porque se debe respetar una política pública. ¡Qué lenguas más filosas y desbordadas!

En todo esto hay que decirlo sin banderías políticas: Elías Antonio Saca les paró el negocio a los italianos y en ese momento comenzaron a odiarlo algunos de los que estaban acostumbrados a tomar el Estado de portaviones de sus negocios. Fue él quien dijo que no le entregaran ni una sola acción más a los italianos porque aquello olía muy mal.

Luego fue Mauricio Funes quien mandó a la Fiscalía General un camión repleto de documentos para que se actuara contra ese negociado público. Funes fue más allá y empujó la causa penal más grande de la historia salvadoreña. Y todos sabemos cómo lo trataron por denunciar las nupcias entre algunos salvadoreños e italianos para entregar la geotermia nacional, lo poco natural que tenemos para producir energía.

Ahora se sabe que el estado salvadoreño recuperará el 100 por ciento de las acciones de la geotermia. Creo que El Salvador recobró su dignidad en ese negociado.

Saca les paró el negocio. Funes los acusó penalmente. Sánchez Cerén recobró las acciones y la dignidad nacional. ¿Por qué ser tan mezquino y no reconocer eso? Eso no es ideología. Ya no sigamos en esa esquizofrenia de creer que todo el que no piense como lo hago yo, es malo, imbécil o no jamás acomete un acto bueno para el bienestar de todos.

Lo primero que hay que reconocer es que la recuperación del 36.2 por ciento de las acciones de LAGEO se paga en cinco años, con las ganancias que dejan esos títulos.

Pero, sobre todo, se encontró un camino que, aunque nadie lo quiere reconocer, ya nadie puede decir que aquí se incumplió una firma o se leñateó a un inversionista extranjero que, no tengo la menor duda, fue parte de un entramado que debe avergonzarlos a los italianos mismos.

Cuando recuerdo que al país se le mintió, se le dijo que existían tres empresas interesadas en participar en una licitación pública para encontrar un socio para CEL, y sólo fue una (los italianos), es suficiente para aplaudir lo que el presidente de CEL, David López, y Roberto Lorenzana, le han heredado al país. El resto es mezquindad.