El Salvador
viernes 10 de enero de 2025

Cuba (o el vértigo del cambio)

por Redacción


Hay muchísimo de valiente en la decisión de Obama que parece −en esta última etapa de su segundo mandato− tomar una serie de acciones corajudas y audaces por las cuales será recordado.

La decisión de Barack Obama y de Raúl Castro de restablecer relaciones diplomáticas 51 años después de su rompimiento tiene que ser celebrada: no es sólo es la noticia más importante del año para el continente americano, sino, además, significa el fin de la Guerra Fría en esta parte del mundo. Es una decisión correcta, ampliamente esperada. Abre el espacio de libertades para el pueblo cubano de la isla, único víctima y perjudicado de este escenario en medio siglo.

El embargo fue un contrasentido y un absurdo histórico. Por un lado, no le sirvió en este último medio siglo a EEUU para debilitar a Fidel y Raúl Castro ni para cambiar el estado de cosas en la isla. Todo lo contrario: sirvió básicamente al gobierno cubano para justificar su modelo político sobre el argumento del «enemigo externo». El autoritarismo ideológico de La Habana medró y encontró justificación a partir de ese factor. El principal damnificado fue el pueblo cubano.

Por otra parte, sirvió también para que un grupo ultraconservador de exilados cubanos en Miami (los que ahora insultan a Obama en forma airada) montara un modus vivendi a partir de ello, creando una red de poder e influencia que llegó hasta Washington por muchas décadas. La votación e importancia electoral del Estado de Florida (y la dependencia de ese voto del partido Republicano y también del Demócrata) impidió que Washington cambiara de decisión en estos 51 años. Sin embargo, es un grupo que ha perdido poder paulatinamente en la propia Florida y en el resto de los EEUU, como ha indicado una encuesta de progresión histórica de Florida International University. Poco más del 50% de cubanos-americanos hoy apoya el embargo.

Hay muchísimo de valiente en la decisión de Obama que parece −en esta última etapa de su segundo mandato− tomar una serie de acciones corajudas y audaces por las cuales será recordado: la legalización de más de 5 millones de indocumentados; esta reapertura de relaciones con Cuba, etc. Y vendrán otras probablemente. También hay mucho sentido común y coraje en Raúl Castro, al hacer este giro. La actual situación de Cuba, el contexto internacional y varios otros factores, incluido el declive y la casi quiebra económica de Venezuela (principal financista de la isla en los últimos años) le han hecho tomar la decisión más correcta para su gobierno y para su pueblo. El levantar el embargo tomará un tiempo más, y será −desde mi punto de vista− resuelto por el Congreso de los EEUU en pocos años como resultado de la presión social y comercial de ambos países.

En todo caso, veo tres consecuencias y efectos en el corto y mediano plazo. Todas implican un vértigo para Cuba, que, con esta apertura, se verá expuesto al mundo y al mercado:

1.- ¿Hacia un modelo de apertura económica a la China? En este momento ya existen casi 700,000 personas en Cuba que realizan actividad privada directa o indirecta. Significa que la economía informal mueve ya muchos recursos en la isla. El fortalecimiento de la inversión turística, comercial y de diversos emprendimientos de los EEUU en Cuba cambiará, en el mediano y largo plazo, la lógica económica centralista Estado-Partido de las últimas cinco décadas. Me parece que es una buena noticia: el pueblo cubano ha sido históricamente muy bien educado y, con seguridad, rápidamente podrá entroncarse en procesos productivos mucho más complejos que la maquila, y entrar rápidamente a una economía de servicios y de ensamblaje tecnológico. Tiene la ventaja adicional de estar a 90 millas de suelo estadounidense. Cuba, que ya es un paraíso turístico para los europeos, lo será ahora para los cientos de miles de viajeros estadounidenses.

2.- Las relaciones EEUU-Cuba cambiarán la lógica de la OEA. La confrontación de los últimos años de países como Argentina, Brasil y algunos otros (reclamando la inclusión de Cuba) será resuelta en el corto o mediano plazo. La entrada de Cuba en la OEA es previsible y está bien para hacer más fluidas las relaciones interamericanas. Viene a corregir un anacronismo absurdo de la Guerra Fría, el cual era poco justificable hoy día. Muchos de los antiguos países comunistas estuvieron toda la vida dentro de la ONU (empezando por la vieja URSS, el resto de los países de la vieja Europa del Este, o la China comunista de Mao y sucesores), y algunos de ellos compartieron, incluso, sillones durante varias décadas en el Consejo de Seguridad con EEUU, Francia y los otros países aliados. A partir de 1989 se transformaron en las sociedades de hoy, no sólo por sus contradicciones y crisis internas, sino, justamente, por su exposición constante y creciente con Occidente.

3.- El vértigo del cambio político.- La entrada de bienes, mercancías y viajeros significará una exposición para el pueblo y la cultura cubana actual. No hay nada más ideológico que las cosas (los bienes y las mercancías), dice por allí un ensayo del viejo Marcuse, y también lo dijo Foucault en una de sus conferencias en el Colegio de Francia. Quizá este sea el principal factor para un cambio político en la sociedad cubana que tendrá que ir buscando una transición entre medio siglo de cultura e ideología en una cierta dirección, y una realidad económica que transformará leyes, instituciones e ideología. Algunos países lograron una transición perfecta, como la República Checa, la más fluida y elegante de todas las transiciones de la Europa del Este. ¿Encontrará Cuba su Vaclav Havel? ¿Será el propio Raúl Castro?