Nagoya, Capital Simbólico, Culturay Alimentación en El Salvador.
“Dime lo que comes y te diré lo que eres”.
Jean AnthelmeBrillat-Savarin
“Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina.»
Hipócrates
16 de octubre, Día Mundial la Alimentación, cuyo tema principal para el año 2014 ha sido el de la agricultura familiar, con el eslogan “alimentar al mundo, cuidar el planeta”. En el marco de esta fecha, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), organizó una serie de actividades que, centraron la atención en el importante papel de la agricultura familiar en la lucha en contra del hambre y la pobreza, la garantía de la seguridad alimentaria y la mejora de los medios de vida. Así, en una celebración cultural alusiva a dicho día, realizada el 22 de octubre del corriente año, en el Teatro Presidente, el representante de la FAO EL SALVADOR, señor Allan González reconoció que, la agricultura familiar coadyuva a la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible.
En ese mismo evento del 22 de octubre, resultó interesante oír las palabras de inauguración del acto por parte del Secretario de Cultura, el antropólogo Dr. Ramón Rivas, quien de una forma muy didáctica explicó la interrelación que existe entre los temas de: alimentación, consumo y cultura, y fue precisamente el señor Secretario, quien citó las palabras, atribuidas al jurista francés Jean Savarin, además de reflexionar sobre el valor simbólico de la milpa, el maíz, el ayote, el pipián y el frijol, solo para mencionar algunas especies comestibles, consumo que está siendo sustituido por la ola de “alimentos chatarras”, que la misma globalización ha propiciado, especialmente en los últimos años.
Tres puntos en común es posible encontrar al asociar ambas intervenciones antes dichas: la agricultura como una forma de contribuir al medio ambiente, como medio de vida y como valor simbólico.
Toda forma de agricultura es una expresión de la Madre Naturaleza, una manifestación de todas las formas de vida, que se conoce como “diversidad biológica” o “biodiversidad”, categoría que en 1992 el Convenio de Diversidad Biológica o CBD definió como: “la variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otras cosas, los ecosistemas terrestres y marinos y otros ecosistemas acuáticos y los complejos ecológicos de los que formas parte, comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y de los ecosistemas” (Art. 2 del CBD).
Es altamente conocido que, otros de los efectos de la globalización en el campo agro-alimentario, es el de la manipulación genética de diversas especies de la biodiversidad, a través de lo que se conoce como biotecnología, que no es más que la aplicación tecnológica a ese material genético que se encuentra en los ecosistemas, en la forma de cualquier organismo vivo, a fin de crear otros nuevos o modificarlos. La base de la biotecnología, es el acceso a los genes de los productos naturales (animales, vegetales y de otros reinos), muchos bases de nuestra alimentación y que, como lo refiriera el Secretario Ramón Rivas, no solo son la base de una dieta alimentaria; sino que también, son parte del capital“simbólico de la región que, los antropólogos han llamado Mesoamérica”.
Desde la biotecnología se puede acceder no solo a la información genética de una especie de maíz, frijol, pipián, ayote, zapote, níspero, loroco, achiote… sino también a lo que se deriva de sus composiciones genéticas, que es la parte bioquímica, es decir a los activos que conforman la parte nutricional y medicinal de dichos alimentos, de allí que: cuando alguien que está anémico le sugieran que tome sopa de frijoles, que el zapote en ayunas es un desparasitante natural, que el loroco crudo es excelente para la presión arterial alta, o incluso que, el agua de achiote o el ayote crudo, deben consumirlo aquellos caballeros que tienen problemas de “cumplimiento” con las damas, o para decirlo en términos médicos, para quienes padecen de “disfunción eréctil”.
Resulta obvio que, las aplicaciones medicinales y nutricionales antes dichas, se derivan de un conocimiento tradicional milenario de dichas especies, que han sido un capital simbólico y real de generaciones de agricultores, pueblos locales y poblaciones indígenas, al cual el CBD llama “conocimiento tradicional” (Ver Art. 8 j). Al respecto, uno de los problemas suscitados ha sido la “biopiratería”, que es el acceso a ese conocimiento que tienen los pueblos indígenas, originarios o locales sobre su biodiversidad, por parte de empresas o sociedades biotecnológicas, quienes al final se lucran exponencialmente de ese conocimiento, sin ningún tipo de reconocimiento al portador de ese “capital”, quienes generalmente viven en condiciones de precariedad.
Como consecuencia de lo anterior hace aproximadamente 7 años, los países partes del CBD entraron en sendas discusiones para regular e implementar el tercer objetivo del Convenio sobre la Diversidad Biológica, en cuanto a que, entre otros puntos, los beneficios que se obtengan de los recursos genéticos de la biodiversidad, sean compartidos con las comunidades indígenas y locales, propietarias de ese conocimiento, de una forma justa y equitativa.
Finalmente, el 29 de octubre de 2010 se adoptó el “Protocolo de Nagoya sobre Acceso a los Recursos Genéticos y Participación Justa y Equitativa en los Beneficios que se Deriven de su Utilización al Convenio sobre la Diversidad Biológica”. Este documento señala que, los países deben tomar medidas legislativas, administrativas y de política, para asegurar que los beneficios que se deriven de la utilización de conocimientos tradicionales asociados a recursos genéticos de la biodiversidad.
Al respecto, El Salvador forma parte de los tres países de la región CAFTA-DR, que no ha querido ratificar aún el citado Protocolo de Nagoya, solo lo firmó el 1 de abril del 2011, pero a la fecha se desconoce cuál es su estado en la Asamblea Legislativa, a diferencia de Guatemala y Honduras, quienes ya lo ratificaron y por lo tanto el Protocolo forma parte de sus marcos habilitadores, el cual a nivel internacional, entró en vigencia, para todas las partes ratificantes, el 12 de octubre de 2014.
Se ha difundido por una gran cantidad de medios de comunicación, las consultas que el GOES está haciendo de sus planes quinquenales, en diversas áreas como agricultura, ambiente y cultura, desconozco si dichos planes están tomando en cuenta la necesidad de discutir Nagoya-compartimiento de beneficios, como un elemento y necesidad ineludible del conocimiento tradicional vinculado a la agricultura, el medio ambiente y los medios de vida. De la lectura del anteproyecto de la Ley de Cultura y Arte y de la Política Pública de Cultura 2014-2024, se desprende que, el tema no ha sido vinculado a estos instrumentos de política pública.
Si bien es cierto, a partir de la publicación del Diario Oficial del 19 de junio de 2014, tomo 403, No. 112, entró en vigencia la reforma del artículo 63 de la Constitución de la República, sobre el reconocimiento de los pueblos indígenas, todavía sigue habiendo una enorme deuda con ellos. El conocimiento tradicional necesita instrumentos jurídico-políticos para su proyección. El acceso al recurso genético, la agricultura y el medio ambiente, son ámbitos donde el conocimiento de estos Pueblos y de las comunidades locales está permanentemente presente. Las políticas, planes y estrategias públicas no deben ser islas desde donde estos temas son abordados de forma fraccionada y “remota”.
El incorporar Nagoya-compartimiento de beneficios, en el marco habilitador salvadoreño puede ser una forma de iniciar el cumplimiento de los compromisos adquiridos, frente a los indígenas de El Salvador, en la reforma del artículo 63 de la Constitución, en cuanto a adoptar políticas “… a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad.”. Se trata entonces, no solo de reconocer con palabras el valor del conocimiento tradicional, de su valor simbólico o de su aporte a la protección del medio ambiente; sino de habilitar que este sea una vía de desarrollo para ellos (poblaciones indígenas, familias agricultoras y comunidades locales) y para todos aquellos quienes después de 500 años seguimos alimentándonos de su “capital”.