El Salvador es un país rico en historia, leyendas y mitos. Creo que es tiempo que todos los salvadoreños hagamos un ejercicio en el cual podamos transparentar la verdad de lo que es leyenda, mito, fantasía o idealismo.
Esto lo digo porque nosotros los salvadoreños siempre hemos dicho que queremos el bien para nuestro país, sin embargo, a veces tomamos rumbos que no son los adecuados para llevar el bien común, y hablo en este sentido de que necesitamos cambios urgentes a todo nivel, con el firme propósito de que podamos tener verdaderamente el país que todos queremos.
Todos tenemos necesidad de una mejor seguridad, tanto física como jurídica, que seamos país donde las leyes se cumplan, y lo más importante, que tengamos una mayor y más acelerada creación de fuentes de empleos de calidad a fin de que la pobreza no sea una condición en miles de connacionales, sobre todo en los jóvenes que hoy por hoy no tienen acceso a un entorno económico decente.
Los salvadoreños tenemos la obligación de exigir que se aplique la ley a quien la transgrede, exigir; no olvidemos que un país pleno de derecho es un país libre, justo, en paz, con progreso y certidumbre; ese es el país por el que luchamos, un país férreamente apegado al Estado de Derecho y ampliamente respetuoso de nuestras instituciones democráticas.
Urge colocar a nuestros niños y sus escuelas, justo en el centro del sistema educativo. Sólo así se logrará que las nuevas generaciones desarrollen su pleno potencial, ayuden a incrementar la productividad laboral, la competitividad y el crecimiento de la economía. Por consecuencia, entre otros cambios, se deben establecer estándares claros para los maestros, asegurando programas de formación profesional de alta calidad, además de atraer a los más preparados hacia la profesión magisterial, lo que implica también profesionalizar el reclutamiento, la selección y evaluación docente.
Reactivar la producción y el consumo interno regional significa aprovechar el poder de compra de más de 50 millones de centroamericanos; capitalizar sus alcances, intercambiar los productos y servicios que nuestra región produce, aprovechando el esfuerzo del mercado común centroamericano y el libre tránsito de sus mercancías. Esto es clave para mejorar los índices de calidad y encontrar los nichos de mercado que nuestros países han perdido a raíz de las crisis recurrentes globales.
Para esto se necesita pasos decisivos en la integración. No podemos jactarnos de ser competitivos y atractivos si no tenemos el marco jurídico indicado para hacerle frente a los retos y oportunidades que nos impone un mundo globalizado. La unión aduanera es la base de todo, y se debe trabajar fuerte e inclaudicablemente dentro de la institucionalidad centroamericana para lograrla.
Nadie crece y sale adelante sin ofrecer a cambio proporcionales sacrificios y esfuerzos para juntos progresar; el sagrado binomio que produce riqueza es integrado por la fuerza laboral de empresarios y trabajadores, ambos en sus circunstancias y condiciones, alcanzando acuerdos equitativos y justos para honrar sus capacidades y potenciales, sin convencionalismos fatuos, ni posicionamientos ideológicos irreconciliables.
Muy especialmente en El Salvador, disponemos de una inmensa riqueza que perfectamente puede aprovecharse en equilibrio y sustentabilidad al servicio del progreso y desarrollo: su fuerza laboral. Por ello, invirtamos en el capital humano potenciando e impulsando el talento y la creatividad, el arrojo y el compromiso.
Recordemos que El Salvador tiene prisa de consolidar todas las reformas que hacen falta para convertirnos en un modelo a seguir por la armonía entre sus factores de producción y crecimiento, en la convicción de que así tendremos la certeza que la única fórmula es precisamente que todos trabajemos para sacar adelante nuestro país.