El Salvador es un país con un trasfondo social duro, donde todos los días somos testigos de la falta de educación, cultura y de las múltiples necesidades y males que aquejan a la mayoría de sus ciudadanos. Vivimos en un país que es el cuarto más violento del mundo, donde se cuenta con una tasa de pobreza del 45%, con la mayor tasa de embarazos adolescentes en Latinoamérica, además es considerado uno de los más vulnerables al cambio climático y donde aproximadamente sólo el 4% de la población logra tener acceso a estudios superiores. No podemos negar lo desalentador que es este panorama, y lamento comenzar este escrito haciendo referencia a estos datos; sin embargo, quisiera saber, ¿cuántas veces hemos sido nada más que espectadores frente a esta realidad?, quedándonos como testigos, esperando que algo pase un día, o quejándonos sobre lo mal que tiene las cosas el Gobierno, como si la realidad social dependiera únicamente de éste.
La realidad social no es nada más que una construcción que depende de nosotros mismos, personalmente, la veo como una situación cíclica, producto de las acciones que realizan las personas que conforman una sociedad: Comienza a formarse con cada una de nuestras decisiones y acciones, estas moldean todos los contextos en los que nos desenvolvemos (social, cultural, familiar), los cuales tienen como consecuencia incidir sobre nuestra forma de pensar y por ende en el actuar. En palabras sencillas, la realidad que vivimos es la que nosotros hemos construido y perpetuado.
Si la realidad de un país es construida, no hay excusas para no poder cambiar las situaciones injustas e incidir positivamente en los problemas y necesidades que se tienen. Lastimosamente, esta visión de responsabilidad se ha visto opacada, llegando a creer que es deber únicamente del Gobierno y organizaciones sin fines de lucro, el velar por la transformación de la sociedad. Me gustaría reflexionar en este último punto desde la perspectiva de las Organizaciones sin fines de lucro: he tenido la oportunidad de trabajar en ARANI (Asociación al Rescate de los Animales) por más de dos años, y he sido testigo de primera mano del impacto positivo que hemos causado en la sociedad salvadoreña. Sin embargo, también me ha permitido contemplar la falta de responsabilidad social que presentan muchos salvadoreños.
Un ejemplo de esto, es la falta de cultura de voluntariado en el país, donde muchos aún tienen la idea que es una “pérdida de tiempo”, por el hecho de no tener un incentivo económico asociado. Una de las razones de este pensamiento es debido a que el trabajo que realizan las ONGs y centros de servicio social es difícil de medir, y la mayor parte de las veces, el impacto se vuelve tangible en el largo plazo. Por esto mismo, es justo decir que el trabajo de voluntariado y cualquier otro tipo de responsabilidad social que ejecute un ciudadano tiene un resultado mesurable en la sociedad, no es una actividad que represente un medio para obtener un beneficio propio, pero sí representa un impacto en el desarrollo económico y de la sociedad.
Estoy de acuerdo con la premisa de que cuando uno deje este mundo, ojalá haya sido un agente de cambio y lo deje un poco mejor que como lo encontró. Pienso que viviendo en un país como El Salvador, no puede ser considerado un ciudadano responsable alguien que busca vivir de forma egoísta, ignorando las consecuencias de sus acciones. Todos los salvadoreños debemos reflexionar, comenzar a aportar y comprender que los privilegios que se han recibido (educación, experiencias, oportunidades) son un reto, porque conllevan a una responsabilidad de usarlos como herramientas que beneficien a la sociedad.
En conclusión, si no le gusta el país donde vive, ¡cámbielo usted mismo! Tomando decisiones éticas y desarrollando un compromiso social que le induzca a pasar de ser espectador a actor. El Salvador necesita gente consciente, capaz de tener una mirada crítica, con el fin de iniciar un compromiso personal del que nazcan ideas capaces de transformar nuestra sociedad.
Todos, sin importar el status económico, estatus social o edad, debemos reflexionar seriamente sobre nuestro papel en la sociedad y entender lo vital que es la colaboración de cada uno de nosotros. Se puede comenzar desde pequeñas acciones como informarnos sobre las distintas necesidades que tiene nuestro país, ser éticos en nuestros hábitos de consumo o servir como voluntario en una ONG; hasta acciones con más trascendencia, como desarrollar un plan de emprendimiento social o impulsar proyectos de ley para crear un marco legal que nos lleve hacia una sociedad más justa.
Los salvadoreños, especialmente las nuevas generaciones, tenemos un reto grande, puesto que debemos planificar con la idea de mejorar nuestro país; básicamente, redefinir el sentido del éxito, donde este se trate de convertirnos en lo mejor que podemos ser para el mundo y transformar la realidad social. En palabras de Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo”.