Ese flaco, alto como un chilillo, con bigote en permanente rebeldía y dientes saltarines y afilados se sentaba en la silla y parecía un pianista que preludia la ejecución de una obra delicada.
Ricardo González, el “flaco”, se concentraba unos instantes, estiraba los brazos hacia abajo y luego agachaba la cabeza.
Un segundo después, como si fuese uno de esos grandes pianistas que necesitan tiempo de suspensión para acallar los murmullos de la sala, dejaba luego caer sus manos, violentamente, sobre las teclas de la máquina y comenzaba a escribir como alma frenética y desgarrada.
No recuerdo cuándo conocí a Ricardo González. Fue hace bastante tiempo. Pero aunque a la memoria la vencen las resistencias y la edad, sé que trabajamos juntos en algún medio costarricense. No lo recuerdo.
Pero sí recuerdo aquellos tiempos en que gastábamos mucha suela de zapato caminando por las calles mientras reporteaba con gente como Carlos Jiménez, Hubert Solano, Carlos Longhi, Danilo Arias, Marcia Watson, Fernando Fernández, Wílmer Murillo, Óscar Castro Vega, Vilma Ibarra, Edgar Fonseca, Rodolfo Martín y mejor no sigo porque dejaría a muchos amigos fuera de la lista.
Pero no me cuesta repetir el ritual que cumplía Ricardo antes de teclear la máquina de escribir.
No sé por qué (tal vez me equivoque), pero también veo a Ricardo corriendo por los pasillos de la escuela de Periodismo de la Universidad de Costa Rica, haciendo política interna con Roxana Zúñiga y no sé si con Tomás Zamora y algunos otros más.
Al “flaco” le sobraba liderazgo. Siempre lo tuvo. Por eso fue hasta presidente del Colegio de Periodistas de Costa Rica durante un par de años.
Ricardo fue, y es, un buen periodista, apasionado como pocos y siempre dispuesto a ponerse adelante en la épica periodística. Sin duda un periodista de primera línea.
Después se metió a trabajar con el cooperativismo y luego le perdí la pista. Y perder los rastros profesionales de hombres como Ricardo González Camacho es precisamente el costo que pago al largarme de mi país natal, hace veinte años.
Hace mucho que no lo veo. Me conecté con él hace algún tiempo por medio de Facebook.
De pronto recibí un mensaje que simplemente decía: “Lafitte, un abrazo de tu compañero Ricardo González Camacho. Destacado defensa central de nuestro glorioso equipo del COLPER y la Escuela de Periodismo, y de tragos en el viejo club de prensa en San José, por la CCSS-qué tiempos aquellos-. Un gran abrazo”.
Lo que decía el mensaje era cierto: juntos jugamos fútbol en la Universidad de Costa Rica. También cuando nos juntábamos para lesionar el césped de alguna cancha con una camiseta que nos daba el Colegio de Periodista.
Ricardo no mentía en su mensaje. Es cierto: cuando comenzábamos en el periodismo éramos tremendamente bohemios.
Lo éramos porque, de muchas maneras, prolongábamos el aprendizaje del periodismo en algún bar: juntos pasábamos horas tratando de descifrar la realidad costarricense, o recordando alguna hazaña periodística de cualquiera de nosotros.
Yo creo que no era un asunto de tomar ron o cerveza. Era un camino que nos reunía a muchos. Aunque no lo crean, el bar era un espacio de crecimiento, reflexión, voluntarismo y de creación colectiva disciplinada.
No sé- y perdónenme por la distancia- de qué enfermó Ricardo. En algún otro mensaje, el “flaco” me escribió que el “tapis” y el “cigarro” le “pasaron la factura”.
Pero, hace dos días una fotografía me sorprendió en el Facebook: miré en ella al presidente costarricense, Luis Guillermo Solís, junto a Ricardo González, en una cama de un hospital.
Al “flaco” se le mira mal. Tiene una manguera de oxígeno en su nariz. No sé si las cosas han empeorado, o mejorado para él, pero al mirar esa fotografía lo único que le pude escribir fue : “mira hacia el cielo…penetra los ojos en él”. La verdad es que, en esos trances, ante los amigos que se quieren, uno no sabe cómo actuar. Lo único que se desea es que se mejoren. Y eso es lo que genuinamente quiero para Ricardo.
Pero, hay otro Ricardo González(pero Aguilar), que también sé que está enfermo. Es otro Ricardo que me coloca frente a un enorme caudal de recuerdos.
Este Ricardo también es periodista, aunque se dedicó a los deportes con extraordinario talento.
A “Richard” lo miré, en otra fotografía, mientras le hacían un homenaje. ¡Nadie lo merece más que él!.
A este Ricardo González lo conocí hace cuarenta años, cuando ambos no teníamos ni para comernos un casado de dos pesos. Yo trabajaba en radioperiódicos Reloj al lado de Rolando Angulo. Ricardo colaboraba con Felo Ramírez en sus programas de deportes. Por ahí andaba Pilo Obando, con quien pasaba, algunas noches, jugando ajedrez. Pilo era locutor de Radio Capital y trabajaba en un banco de Cartago.
Aunque yo no tenía ni veinte años, a Pilo (QEPD) y a mí siempre nos sorprendía Ricardo González Aguilar: no le importaban las horas, ni los tremendos esfuerzos que debía hacer para informar sobre deportes. Mucho menos lo paraba un fin de semana. ¡Qué clase de pasión llevó siempre consigo este Ricardo González Aguilar!.
Ricardo siempre fue uno de los buenos, de los destacados, de los mejores en el periodismo deportivo.
Voy a lo mismo: no sé qué padece Ricardo, pero todos los periodistas de deportes jóvenes deberían quitarse el sombrero ante él y ante un gigante como Javier Rojas ¡Ricardo es uno de los grandes!. Y a Javier ni siquiera hay que presentarlo: lleva consigo una historia personal que siempre quise escribir.
Ambos Ricardos deben tener, de todos los costarricenses, un refrendo social. Por eso me gustó que el presidente Solís visitara a uno de ellos. Al otro deberían hacerle un reconocimiento más vasto y ruidoso aunque sé que es un hombre humilde que no nació para que le encrespen las crines. Eso sí: el refrendo ético y profesional lo consiguieron, ambos, desde hace muchos años.