El Salvador
miércoles 15 de enero de 2025

Los andamios y el buen camino que se sigue en la playa El Tunco

por Lafitte Fernández


Si se hiciese ahí una encuesta, es fácil saber el resultado: la gente está feliz, menos malhumorada y con una economía local que permite, a cada uno, construir sus propios sueños.

En la playa El Tunco huele diferente desde hace rato. Lo feo, lo sucio, lo desordenado ya no es tal. Tal vez lo que faltan son flores. Pero ahora el lugar es diferente porque se entendió cómo deben hacerse las cosas.

Antes aquello era una postal barata. Ahora es otra cosa. Algo muy distinto. No sé a quién se le ocurrió la idea de transformar esa área pero el resultado es genial, ejemplarizante, aunque todavía falta mucho por hacer.

A los lugareños no les pregunté mucho sobre la paternidad del nuevo pueblo. Un vendedor de minutas me dijo, mientras raspaba el hielo, que todo se debe al alcalde de Tamanique. Otros dicen que el alma de aquello es el Ministro de Turismo, Napoleón Duarte. Conozco sus afanes con el turismo y sí lo creo capaz de empujar esa obra. O tal vez los responsables son los dos y alguien más.

Pero lo que antes era un barreal, un promontorio de basura, un desorden de mal gusto relleno de perros flacos y hambrientos, y a veces hasta una guarida de vagos y borrachos, comienza a ser hoy una joya turística.

La última vez que viajé a la playa El Tunco fue hace un par de años. Pero el pasado y lluvioso domingo me empeñé en tomar un libro y almorzar en ese lugar como peregrino de buena fe. Al principio creí que me encontraría con lo mismo pero no fue así: la playa de El Tunco es otra cosa. Ahora está al lado de las altas virtudes.

Aunque ahí se puede entrar a un baño y soplar el olor a marihuana que alguien dejó botado, los pecados que encuentra el turista no le hincan a nadie los dientes, ni hay que llevar compresas para que se deshinchen los ojos. Los pobladores le han agregado al mar el buen gusto, los restaurantes limpios, aseados y hasta nuevos y modernos. Da gusto llegar ahora a la playa El Tunco. Y no creo que todo eso nuevo, bien pintado, alegre y retador que se mira ahí, sea sólo herencia de un ministro o un alcalde: cualquiera puede adivinar que si los hoteleros y los pobladores no se hubiesen organizado, nada de aquello hubiera podido nacer. Apuesto lo que sea que todas las nuevas indulgencias de la playa El Tunco no pudieron nacer sin el empuje de toda la comunidad.

Tengo que confesar que, refunfuñando, pagué $1 para entrar con mi auto por la carretera principal que lleva a esa playa. No me gustó el cobro. No por el dinero. Lo rechacé por principios y por mi formación legal: esos impuestos territoriales me parecen inconstitucionales, sobre todo cuando los adopta una alcaldía.

Por lo menos conozco de jurisprudencia constitucional de otros países que así ha declarado esos impuestos. Y no creo que cambie de idea en ese tema. Tampoco mi manera de enjuiciar esos tributos especiales adoptados en algunos territorios para lesionar la libertad de tránsito. Y mucho menos puedo estar de acuerdo con esos tributos cuando quien lo recibe, ni siquiera entrega, a cambio, un recibo. Pero, eso es sermón de otra misa.

Pero luego de que traspasé el punto de cobro, me sorprendí, conforme volteaba la vista. Para empezar, el camino, aunque angosto, es nuevo y limpio. Religiosamente se debe recoger, en ese lugar, la basura. Ya eso significa un cambio y una anunciación a para quienes no creen que todo sitio se puede embellecer si hay empeño y buena voluntad.

Si antes los pobladores y pequeños hoteleros de El Tunco preferían ir al paso, como otras comunidades turísticas salvadoreñas, ahora están a la vanguardia. Ese pueblo orillado al mar parece estar en construcción continúa y llena a andamios. Los pobladores enhebran caminos, políticas y acciones por ellos mismos. Y hasta creo que no saben lo que es imposible.

Y no se sorprenda si entra a un restaurante bonito y aseado y el chef le muestre sus propias recetas y su mejor talento, como también sucede en Juayúa.

La verdad es que es refrescante lo que pasa en la playa El Tunco. Es otro el pueblo que encontramos ahí. El lugar es también nido de surfistas de pelo desordenado de todas las nacionalidades y eso le entrega otra particularidad: mirar a quienes ejercen ese deporte es un valor agregado que permite explorar infinitas posibilidades creativas.

Aunque sólo almorcé ahí, estoy seguro que todos los hotelitos que operan en ese lugar saben cuál es el secreto que siempre buscan los extranjeros: camas con sábanas extremadamente limpias y un buen aire acondicionado. Y si a eso le agregan una buena comida que no enferme a nadie, El Tunco tendrá siempre su mejor seguro.

Si se hiciese ahí una encuesta, es fácil saber el resultado: la gente está feliz, menos malhumorada y con una economía local que permite, a cada uno, construir sus propios sueños.

En un país donde muchos se empeñan en ver todo malo y con pulsos arrebatados, a veces hay que escribir de grandes esfuerzos que siempre dibujan el mejor camino para salir adelante. Y la playa El Tunco es un laboratorio que nos muestra que no todo está perdido en el país. Además, ahí hay cada más gente que sabe que, hace rato, van por el camino adecuado. Hasta el vendedor de minutas que ahora tiene la cara alegre.