El Salvador
miércoles 15 de enero de 2025

Ser artista en El Salvador: eligiendo el camino de la miseria

por Redacción

M. es un artista de otro mundo. Un talento fuera de serie, disciplina y más de 20 años de práctica lo han convertido en un músico de primerísimo nivel. Tuve el gusto de conocerlo recientemente, aunque hace algunos años había tenido la oportunidad de escucharlo en un evento privado.

Cualquiera pensaría que una persona con ese talento estaría todo el tiempo asediado por personas que desearían escucharlo tocar. La realidad es mucho menos glamorosa y mucho, mucho más sombría.

Me quedaba ayer literalmente horrorizado cuando M. me contaba lo difícil que le es encontrar trabajo en estos tiempos. Y no es que nadie quiera escucharlo. Con frecuencia recibe solicitudes para “toques”, con la salvedad de que buena parte de esas solicitudes son para que “colabore” para tal evento, para que “se dé a conocer” y cosas por el estilo. Me contaba con amargura cómo, en uno de los restaurantes más exclusivos y prósperos de la ciudad, en el cual fácilmente se encuentran platillos arriba de los $20.00, le ofrecen pagarle $15.00 por hora de concierto.

El caso de M. no es algo excepcional. Todas las personas que nos ganamos la vida en actividades relacionadas con las artes creo que alguna vez hemos vivido situaciones similares. Empresas, iglesias, instituciones públicas, organizaciones no gubernamentales, partidos políticos y un largo etcétera, con frecuencia nos buscan para “dar colorido” a sus eventos, para atraer clientes, para realizar actividades con las cuales recaudar fondos, apelando a nuestra solidaridad, a la amistad o, simplemente, ofreciéndonos la oportunidad de que las personas conozcan nuestro trabajo. Los argumentos son siempre parecidos: “No nos alcanzan los fondos para pagarle”, “No nos autorizan que paguemos a artistas”, “Te ofrecemos refrigerio”… Y no es raro que al terminar los eventos, los organizadores muchas veces ni siquiera agradezcan por el apoyo brindado.

Luego de conocer muchos casos y de haber vivido muchas experiencias de ese tipo, he llegado a la conclusión de que no se trata de un problema de falta de fondos; la verdadera causa es que las personas que planifican los eventos y quienes asignan los presupuestos no valoran las actividades artísticas como trabajo o ven a los artistas como personas “de menor categoría” y que deben conformarse con lo que se les ofrezca. Profesionales y empresarios que perciben altos ingresos muchas veces piensan que el artista es un vago con talento que no está a su altura y que con una “colaboración” se dará por bien pagado.

Por otro lado, no adhiero a la idea de que las expresiones artísticas deban responder exclusivamente a las relaciones económicas que rigen a la sociedad capitalista. El arte y las actividades relacionadas tienen un valor mucho más profundo y más útil que el de meras mercancías que respondan a la oferta y la demanda. Personalmente me encanta tener la oportunidad de poner lo poco que sé al servicio voluntario de personas que lo necesitan, de las personas a quienes quiero, de las causas por las que lucho. Allí es donde encuentro la verdadera razón de explorar, de aprender, de expresar ideas, de traducir la realidad a un lenguaje estético. Y espero, por sobre todas las cosas, ser útil a quienes lo necesitan y brindar mi minúsculo aporte para la transformación de nuestra sociedad en una sociedad en la que todas las personas podamos realizarnos plenamente.

Son dos cosas absolutamente diferentes: la solidaridad y el servicio a los demás deben ser parte integral de todo lo que hacemos; pero cuando se trata de realizar un trabajo para empresas e instituciones que cuentan con recursos de sobra para otras cosas, lo mínimo que debemos esperar es que se nos pague con justicia.

Si usted está al frente de una empresa, de una institución pública, de una iglesia y planifica eventos en los que requerirá servicios artísticos, no olvide asignar lo necesario para un pago justo y digno para quienes le prestarán ese servicio.

El caso de M. y de muchos amigos que sobreviven a duras penas realizando actividades artísticas es un desincentivo al perfeccionamiento y al desarrollo de las artes en nuestra sociedad. Sin un apoyo decidido de parte del Estado, a merced de las leyes del mercado e inmersos en una cultura que concibe el arte como un “extra” sin valor, los artistas se ven obligados a buscar otros trabajos para hacer llegar la comida a sus hogares, no tienen capacidad para invertir en capacitación, en mejores equipos, en profesionalización de su actividad y, en todo caso, a morir en la pobreza y el olvido.

En este país, en el siglo XXI, optar por el arte como medio de vida, en la mayor parte de los casos, significa, entre todos los caminos que la vida nos ofrece, elegir el camino de la miseria.