El Salvador
miércoles 15 de enero de 2025

No es teología, no es una fábrica de salchichón: es mucho más que eso

por Lafitte Fernández


Desde muy joven aprendí que si la libertad de uno hiciera cosas no permitidas respecto a la libertad de todos, mi libertad sería ilegítima y por eso prohibida.

En este país algunas personas toman ciertos asuntos como si fuesen teologales. Creen que sus posiciones políticas son casi obra de Dios. En sus iglesias no caben más ideas que las suyas.

Yo no sé si eso ocurre porque la clase política salvadoreña es relativamente joven en el ejercicio de sus ideas, a pesar de que sus materiales ideológicos son viejos, en todas partes. No lo sé.

Tal vez sea porque el pueblo salvadoreño es apasionado y por eso aquí todo debe ser caliente y extremo.

Cuando eso sucede en los pueblos, lo menos que se hace es construir una democracia: se fabrican trampolines hacia el poder y nada más.

Lo caliente y extremo siempre divide los países en dos campamentos donde los cabrones se huelen desde lejos. Estos no llegan ni a aprendices de demócratas. Ese es uno de los problemas más dramáticos de los salvadoreños: hay una democracia a la que le faltan demócratas.

Por eso es que lo escribo como si tirara dardos. Les guste o no les guste, el expresidente Mauricio Funes ha hecho un enorme desprendimiento democrático al renunciar a acusar penalmente a dos diputados de ARENA, Ana Vilma de Escobar y Roberto d´Aubuisson.

Conozco a los tres. Ninguno de ellos es venal. Tampoco llegaron a la política para convertirse en estatuas de sal. Pero en todo este asunto del honor mediaron algunas insensateces que no eran más que sonoros disparates.

Parte de los grandes problemas de la democracia salvadoreña es que su dialéctica se basa en la descalificación. Con eso en la mano poco se edifica.

El Salvador es particular. Aquí están las almas más escogidas pero también las más perdidas. Se reúnen los espíritus más desinteresados pero también los más egoístas. Aquí hay santos y endemoniados.

Yo sé que eso ocurre en todas partes pero no en semejantes dosis como en este país. Eso lo aprendí hace rato. Conozco bien a unos y otros. Los distingo a kilómetros. Por eso es que en algunos momentos estallan todos a la vez y se quieren despedazar. A veces creo que Dagoberto Gutiérrez tiene razón. Aquí no hubo luto ni tiempo para una tregua que llevara a la paz. Faltó un entretanto.

El expresidente Funes dice que ha levantado los muros de dos demandas penales para ayudar a construir el diálogo. Y eso es precisamente lo que necesita el país: avanzar en la política pero de calidad. Tal vez así se deja de ser violentos, mínimos y casi tribales.

Si algo se necesita aquí es avanzar en la política y en el carácter. Y el carácter no se sazona si no hay clima para grandes entendimientos. Sobre todo en un país donde cada campamento tiene el 50 por ciento de los apoyos, como se demostró en la última elección.

La oportunidad del diálogo que tiene ahora El Salvador es vital, dramática.

Sospecho que Salvador Sánchez Cerén está entendiendo las cosas mejor de lo que algunos creen. Pero aquí falta también eliminar alguna resistencia al Estado y a la organización de la sociedad. Y quizá hay que desmontar hasta la desconfianza. Juan Domingo Perón lo decía hace mucho tiempo: cuando se tiene un amigo de confianza hay que pedirle a otro amigo de confianza para que lo vigile. Pero si para hablar hay que encontrar a cien amigos de confianza, hagámoslo. Las demoras para hablar y entenderse se pagan carísimas en las sociedades actuales.

Si alguien todavía no ha entendido lo que pasa en El Salvador, no hay que descerebrarse para comprender que antes se decidían las grandes cosas de arriba hacia abajo.

Ahora se quieren tomar las grandes decisiones de abajo hacia arriba. Y posiblemente eso es producto de un El Salvador que nunca ha sido un pueblo quieto, parado.

Ahora hay un pueblo en trance de centrifugación donde los acercamientos siempre serán vitales.

Por eso es que pienso que Mauricio Funes ha hecho una enorme renuncia personal para allanarle el camino al diálogo democrático.

Funes es hoy un político maduro. Sabe que la prudencia es tragarse cosas, sofocar pasiones, es callar más que hablar. Un político prudente es siempre un gran político.

Pero en este tema de renuncias, pasiones, griterías, también hay que abrir las puertas para que entre el aire de las calles, como decían los abuelos.

Estos son los temas que creo están relacionados:

1. Creo que es groseramente inconstitucional el hecho que un diputado deje de serlo porque una ley dice que si le quitan la inmunidad parlamentaria, debe irse para su casa. Eso significaría que un diputado sin fuero no es diputado. Traducido así, me suena a chabacanada, a desquicio, en una democracia constitucional como la salvadoreña.

La ley que dispone esa pérdida de rango es un adefesio y sospecho que Ana Vilma caminaba directamente a tener una conquista constitucional de sus derechos como diputada, si su caso seguía en manos de los magistrados constitucionales. La sensatez obliga a pensar que en la Sala de lo Constitucional, Ana Vilma jamás habría perdido.

2. Creo que a Ana Vilma de Escobar y al propio Roberto d´Aubuisson se les fue la mano con las atribuciones que le hicieron a Funes, a propósito de un vehículo de lujo.

Estoy metido en esto del periodismo desde hace cuarenta años. ¡Toda una vida! Y siempre aprendí que en periodismo no existe otro método que el necesario para probar la verdad.

Por eso, y no por peleonero irreverente, siempre he sido atrevido y nunca me han callado.

Desde los 19 años fui acusado penalmente de cometer supuestamente delitos contra el honor y jamás he perdido un juicio. Ex presidentes de Costa Rica, militares, mafiosos y toda una gavilla han intentado mandarme a la cárcel y jamás han logrado ganar ni el primer round.

Todavía un par de descarados que en Washington saben a qué se dedican, intentan hacerlo aquí. Eso no me quita ni una pestaña en el sueño.

Desde muy joven aprendí que si la libertad de uno hiciera cosas no permitidas respecto a la libertad de todos, mi libertad sería ilegítima y por eso prohibida.

Pero nadie debe usar la libertad para poner un cóctel molotov en el tórax de un ciudadano. Mucho menos de un gobernante. La libertad de cada uno está en relación con los derechos de cada quien.

3. Escudarse en que lo que se puso fue un aviso para que los fiscales investigaran quizá habría bastado, siempre y cuando Ana Vilma no le hubiese agregado otras conductas a Mauricio Funes que fueron verdaderamente desalmadas e impropias. Ahí se le fue la mano a una Ana Vilma a quien conozco desde hace tiempo.

Ella es una buena política, goza de buena salud moral y no usa el patíbulo para deshacerse de sus adversarios políticos. Sospecho que Ana Vilma sabe reconocer que cuando se quiere ser artista de la política debe entenderse que el piquete verbal es un método de violencia que casi nunca debe usarse.

Sobre Roberto sé que quizá su pecado fue menor y que, aún donde no acicala votos ni apoyos, había gente que no estaba dispuesto a destruirlo porque, de muchas maneras, sus ataques a Funes fueron episódicos y, quizá, hasta más simbólicos.

Quizá porque he hecho de la libertad de expresión un campo de estudio y de acción durante casi toda mi vida (mi primer periódico me lo censuraron en el colegio donde estudiaba, cuando tenía 15 años y sólo pudo circular dos números), es que no creo que los diputados deben usar sus manifestaciones y fueros como escudo para dañar el honor de otros.

Incluso, aunque aquí no se ha hecho, valdría la pena estudiar las más recientes interpretaciones constitucionales y jurídicas que mencionan que la libertad y el fuero de los diputados deben restringirse a sus actuaciones dentro del Parlamento pero no valen para hacer política partidaria u otros menesteres. Y creo que esta posición es justa y correcta.

4. En Costa Rica hay un debate intenso porque un juez regional absolvió a un hombre que escribió, en las redes sociales, que la expresidenta Laura Chinchilla se había enriquecido ilícitamente, y que había comprado propiedades en millones de dólares.

La pobre exmandataria demandó a su disidente después de que un influyente periodista, amigo mío por muchísimos años, y quien falleció hace pocas semanas, escribió en una columna que si no perseguía penalmente al acusador de redes sociales, debía renunciar a su cargo.

En una sorpresiva resolución, el juez absolvió a quien hizo la denuncia tras alegar que los funcionarios, y sobre todo un gobernante, deben estar abierto a la crítica pública.

El debate apenas comienza. Si bien es cierto que los funcionarios deben estar abiertos a la crítica pública, creo que al juez se le fue la mano: una cosa es criticar a un servidor público y otra es atribuirle hechos supuestamente falsos a una mandataria.

La democracia no da para tanto. La filosofía política de una democracia no puede estirarse tanto para que yo pueda escribir que un gobernante es jefe de un grupo de narcotraficantes, sin que pruebe eso.

Lo mismo pienso del caso de Funes. Si lo digo, lo pruebo. Y antes de atribuir una conducta, encuentro las pruebas. Los caminos son los mismos en ese tema. La verdad exige pruebas. El resto pertenece a las fábricas de salchichón.