Tengo curiosidad por saber de qué hablan los diputados en privado. ¿Qué dicen? ¿Qué piensan? ¿Cómo traman sus pasos? ¿En qué momento vienen y acuerdan silencio para alcanzar un objetivo? ¿Cómo discuten su interpretación, su actuación con pompa coloreada de partido e ideología?
Quisiera, y no lo digo por decirlo nada más, saber cómo fingen frente al público para hacer una guerrita dialéctica (no nos metamos a calificarla); y, tras las puertas, amigarse, platicar, acordar fiestas de casi 100 mil dólares, partidas millonarias para viajes, aumento exagerado de su presupuesto, plazas innecesarias, puestos y funcionarios de instituciones públicas?
Quizá yo los sobrestime y realmente van a la loca, a lo que salga, a lo que les diga ese instinto político cuscatleco de alta estirpe y de poca monta. Quizá todo les vaya natural, quizá esté en su genética, y no haya tramas oscuras ni andamios intelectuales. Quizá yo los respete tanto, y por eso supongo que todo lo razonan.
Me gusta verlos en el pleno −¿han notado que la foto del lugar siempre sale bonita?−. Algunos recostados sobre sus guapos sillones, sobre palabrejas como “solidaridad”, “pueblo”, “democracia” y “libertad”. Otros queriendo argumentar defensa a la Constitución, a los derechos de los pobres mientras acarician sus relojes caros y sus bigotes y peinados ochenteros.
Hay panzas que sobresalen, trajecitos de diseñador, tacones de cientos de dólares, llamadas que generan sonrisas, modernos equipos electrónicos, conversas entre pasillos, reuniones privadas de alta escuela, corbatas pendulares de seda coloreada… Todo un mundo digno de cuento, solo que no sé definir bien aún de qué género.
****
En los últimos días, he acudido a una sensación rara. Esa misma que a uno le da cuando pasa cerca de un animal muerto hace ya ratos. O la que uno asume estoicamente cuando tiene la desgracia de un basurero en el vecindario peleado con la alcaldía (o con la alcaldesa). Uno pasa a diario por ahí, y piensa: “En esta colonia (aquí en este basurero) vivo yo”.
Esa sensación de la que hablo tiene también otra imagen: ¿alguna vez ha sentido usted ese olorcito a rata muerta que queda en los rincones tras el paso del veneno? Hay quien no lo aguanta y se lleva la mano a la nariz, o saca el pañuelo con el mismo objetivo. Hay quienes, los más quisquillosos, se desmayan o simplemente aturran la cara. Eso.
Tanta basura, tanta podredumbre no pasa inadvertida. Y cuando la rata está muerta, usted sabe bien qué se debe hacer para que el hedor no atraviese hasta las paredes: meter en una bolsita al animal y sacarlo rapidito de la casa.
La sensación me la han causado algunas acciones relacionadas con la actitud de los diputados.
Primero, aquel señor legislador al que le gusta que le digan “presidente Reyes” hace un berrinche mayúsculo, y más allá de la opinión pública emprende un viaje al Oriente Cercano. Poco sabemos de ese viaje. No sabemos si se está atribuyendo funciones de política externa salvadoreña que no le corresponden. No sabemos si se ha puesto camiseta de canciller. No sabemos si va representando a su partido, al país, a la comunidad palestina en El Salvador…
Creo que por lo menos ese desorden y la poca transparencia deberían preocupar al Ejecutivo, pues las fotos y tonitos de Sigfrido lo revisten de representante del Estado. ¿O acaso es emisario del canciller o de Salvador Sánchez Cerén como para reunirse con la Autoridad Palestina? ¿Cuál es su papel real allá?
A lo mejor nuestro gobierno (de izquierda) no se siente agraviado con esto. La amistad, la paz, el diálogo, el yoga político, el budismo revolucionario y la tranquilidad son características esenciales en lo que del presidente nos están mostrando los medios públicos. Quizá por eso lo toma con calma.
Hay más hedores: 1.8 millones de dólares de viajes en 2013 para los padrastros de la patria; 92,000 dólares para la festividad navideña de 2012; “7,000 dólares en compra de regalos como pulseras de plata con baño de oro de 18 quilates, con plaquita de la Asamblea Legislativa y corbatas con el escudo nacional, elaborado también en plata con baño de 18 quilates”, según describía ayer mismo La Prensa Gráfica…
La sensación también me la ha causado la mancha de la aprobación de una reforma tributaria necesaria (pero incompleta) que ya se empieza a anegar de supuestos acuerdos debajo de la mesa; una mancha vieja, de dame que te doy, de prebendas… En fin, como decía mi abuela, “tanta babosada cansa”.
Y después de todo, sucede que nosotros nos callamos. Vemos el desfile podrido de acciones que nos afectan, pero contra las que no guerreamos. Y solo nos da para un post, para una puteadita en Twitter o para una opinión visceral (¿como esta?). Y seguimos pasando los días en nuestra cotidianidad soporífera. No nos da para organizarnos, para pensar, para salir ni siquiera a protestar.
¿De dónde salió nuestra paz, nuestro borreguismo, ese que nos manda a aceptar lo que dicen los líderes políticos solo porque nos creemos afines a una ideología? Y no nos equivoquemos, que ideología no es lo mismo que partido. Y político, desde luego, no es lo mismo que líder.
Ser ovejas en algún momento de la vida no es un pecado capital. Mea culpa. Pero serlo para siempre es un atentado contra nuestra inteligencia.
Si fuéramos consecuentes con el descontento, deberíamos plantarnos ya mismo, todos, en los alrededores de la Asamblea, para gritar y protestar como podamos. Pero como no lo somos…
Y no hablo de violencia ni desórdenes, sino de una protesta seria, organizada, que le grite al mundo la rabia que solemos salivar en nuestros muritos feisbuqueros. Rabia que ocasiona, en los menos tolerantes (como yo), que la izquierda parlamentaria cada vez parezca más derecha pedregosa. O la misma rabia que da ver a diputados de derecha, como Enrique Valdés, en fotos abrazando a señoras que chinean chompipes. Ya se imaginarán ustedes lo que nos espera mientras más se acerca la elección del próximo año.
Hay razón para el descontento, para pegarnos en la cabeza contra una pared y echar espuma por la boca ante tanta desvergüenza. Y no hay razón para seguir callando aunque hayamos marcado una banderita roja o tricolor o anaranjada.
Usted, amigo militante, o usted, que se dice (o le dicen) “voto duro”, tenga la certeza de que tiene todito el derecho de cuestionar a esos que juegan debajo de la mesa, que se gastan su dinero en tonteritas bañadas en oro.
Usted no traiciona a nadie cuando piensa, pero sí se traiciona a usted mismo cuando deja de hacerlo. Deje ya de creerse propiedad de un partido. Tiene el derecho a exigir a sus líderes políticos, por llamarlos de algún modo, que no se aprovechen del dinero que no les pertenece. Sépalo bien.
***
Quisiera, reitero, saber cómo tejen sus ideas los diputados. Me encantaría comprobar si sus acciones son producto del método o del azar.