El Salvador
miércoles 15 de enero de 2025

Las fiestas al Divino Salvador del Mundo

por Redacción


El Capitán General Gerardo Barrios, cuando gobernó el país en 1861, decretó que las fiestas se cambiaran al mes de diciembre. La Iglesia se indignó, pero aceptó. Llueve mucho en agosto justificó el mandatario. Después regresaron a ese mes.

La celebración de los santos patronos en sus respectivas jurisdicciones parroquiales y/o poblacionales, son de añeja tradición, pero han cambiado con los tiempos. Indudablemente que los cambios vienen de afuera, provocados por el clima, la tecnología, los caprichos autoritarios de gobernantes y el crecimiento de los centros de población. Sin embargo mantienen la esencia que los creó: la veneración a los santos asignados por la Iglesia en el día de las fundaciones o por los milagros de alguna imagen religiosa y la necesidad de la comunidad de comerciar, descansar y recrearse en alguna época particular del año.

La carga espiritual y moral que representan las celebraciones patronales están condicionadas por las prácticas aprobadas por la tradición y mantenidas por éstas.

Acentuadas en la época medieval, por las particularidades que tuvo, las fiestas al santo patrono fueron, y en muchos casos todavía lo son, prácticamente el único momento en que todos los habitantes de una comunidad, independiente de su tamaño, se ven afectadas con el recordatorio de los festejos, participen activa o pasivamente, salgan por esta razón o lleguen por la misma. Los rasgos de formalidad que indican su carácter de especial, marcan estos hechos religiosos y de diversión.

Por supuesto que constituyen un importante elemento de identidad social, local y nacional muy fuerte. Es inevitable después de casi quinientos años de sincretismo y mestizaje tomar en consideración para estudiar la historia como hecho y no como solo un proceso en el que éste se fue dando. Gústenos o no, seamos creyentes o no, es un resultante; no solo una causa para entender lo que somos ahora.

La combinación, a veces mezcla, de prácticas y actividades actuales o recientes con algunas  ancestrales, se reflejan en los rituales religiosos y en los sociales o culturales, considerados por algunos como paganos.  Pese a ello me parece que el folclor, por esencia popular, ya que significa en alemán “actividad del pueblo”, es esencial para  mantener la cohesión de la sociedad o de amplios sectores de ésta y construir y mantener las identidades nacionales. Despreciarlas solo puede significar una pobre actitud política (de polis y de la partidaria) ignorancia, esnobismo o fanatismo de variada índole.

Nuestra actitud frente al fenómeno “fiestas patronales” será la de nuestro particular marco de referencia y el imaginario colectivo que nos haya formado o, ya en extremo, deformado.

La colectividad asume  las fiestas patronales. No es la masa con pensamiento corto o gratuito, tampoco las autoridades civiles o religiosas. La fiestas son del pueblo, por eso se dice que son populares. ¿Hay alguno que no pertenezca al pueblo?

El Divino Salvador del Mundo

Símbolo de la ciudad Capital y de todo el país, el Santo Patrono de San Salvador no lo ha sido siempre ni de manera única. Actualmente comparte el patronazgo con su madre en la advocación de Nuestra Señora del Rosario cuya festividad se celebra en octubre y mayo.

Hasta 1777, aproximadamente, era más fuerte la celebración a la Santísima Trinidad. La Feria comercial y las fiestas se volvieron fuertes en el siglo XVIII. Por eso el fraile franciscano Silvestre García, también artista plástico, esculpió la imagen que actualmente sale en procesión y procuró intensificar la celebración a San Salvador, pagándola él mismo y organizando los festejos.

La feria de la ciudad de San Salvador fue muy importante desde el siglo XVII, a ella llegaban comerciantes de Guatemala y Honduras, también del sur de México. Se incluían productos agrícolas, artesanales y ganaderos, también metalúrgicos. Aparte variada gastronomía y la ingesta de bebidas alcohólicas en bailes y posadas llegaba a niveles tales que el Arzobispo de Guatemala, Pedro Cortez y Larraz, en su visita a la ciudad en 1770, muy molesto, dijo que era una ciudad de viciosos. Cuestión de enfoques.

El Capitán General Gerardo Barrios, cuando gobernó el país en 1861, decretó que las fiestas se cambiaran al mes de diciembre. La Iglesia se indignó, pero aceptó. Llueve mucho en agosto justificó el mandatario. Después regresaron a ese mes. En el año de 1917, a causo del infausto terremoto de junio, se suspendieron las festividades y se reanudaron hasta 1923.

A partir de entonces se han celebrado ininterrumpidamente. Se inventaron la elección de una reina a la manera de los carnavales europeos y las ferias estadounidenses, en una imitación de las monarquías  y dejaron, en los 1960, de llevar a cabo las entradas de los barrios con sus capitanas.

La mezcla de personajes precolombinos con religiosos, las bandas municipales y luego las estudiantiles con sus cachiporristas y las carrozas, marcaron losdesfiles populares  llamados del Correo y  el del Comercio. Paulatinamente dejaron de participar las autoridades gubernamentales estatales y las municipales tomaron protagonismo en su organización. El pueblo se volvió espectador y consumidor, pero sigue sintiendo que son por él y para él, aunque participe poco en los procesos organizativos.

La festividad religiosa de mayor trascendencia es el montaje de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor, llevada a cabo hoy frente a la Catedral, primada y metropolitana, en una torreta fija. Anteriormente se llevaba a cabo frente al templo de El Rosario, en la plaza Mayor en un carro alegórico usado también para la Procesión. Los semáforos de látigo colocados en el Centro Histórico obligaron a cambiar esta parte de la tradición. Todo esto pasa el cinco de agosto.

El propio día, el seis, se lleva a cabo la misa especial concelebrada y presidida por el Arzobispo Metropolitano con invitados especiales que incluyen a los presidentes de los tres órganos estatales (aunque no siempre asisten) y, siempre, a las autoridades municipales.

Para muchos de los capitalinos y los salvadoreños no importan la lluvia ni el lodo de los campos de la feria que a casi quinientos años de festividades todavía no tienen un lugar fijo. Importa la procesión que el año pasado superó los doscientos mil asistentes y fue visto por millones a través de  la televisión.

También se considera el comer tostadas de yuca o plátano sazón, tomar atoles y refrescos, comer pupusas, panes con pollo, gallina o chumpe, algodón dulce, seudohotdogs, seudotortas mexicanas y los desfiles y carnavales además de subirse a las “ruedas”, como llaman a los juegos mecánicos. Las Fiestas Patronales, pues. Las de hoy en el siglo XXI.