El Salvador
jueves 9 de enero de 2025

Sin servicios sanitarios no autoricen empresas

por Lafitte Fernández

Esta historia es real: hace un par de semanas me encontré a una señora, en Multiplaza, llorando. Lo hacía como si le hubiesen roto una buena dosis de la dignidad que llevaba adentro. Era una anciana aunque todavía se movía sola. Maneja. No necesita ayuda. Se mira sana. Es independiente. Por lo que supe, no es una mujer pobre. Tampoco adinerada. Sus hijos son profesionales, según me contó. Sospecho que no vive mal.

La señora se miraba mal. Me angustió verla así. Caminaba hacia los parqueos lentamente, sin dejar de llorar. Me le acerqué porque lo menos que se puede hacer, cuando se mira a alguien en ese estado, es ofrecerle ayuda. Creí que la habían asaltado. O tal vez, pensé, le habían dado una mala noticia a su teléfono celular. Pero no era tal.

Con mucha pena, casi con angustia, me contó lo que le pasó: se había orinado en ese centro comercial. Dice que estaba en un banco privado. Por su edad, le sobrevienen varias veces al día las ganas de liberar orina. Preguntó si tenían un baño público y le dijeron que no. Que era exclusivo para empleados.

Entonces trató de llegar a un sanitario del centro comercial, y no pudo contenerse. Se sentó en un sillón de un pasillo y mojó casi toda su ropa. “Mire, mire, que pena siento”, decía la señora llorando mientras buscaba su auto y se comunicaba con su hija por teléfono.

Desde entonces, comencé a pasar revisión y a solicitar el uso de baños en sitios públicos. El recuento es revelador: en ningún banco, por más afamada que sea su marca, hay sanitarios para los clientes. Tampoco donde se pagan servicios públicos. En un banco le hice un comentario a un vigilante. Le dije que no es posible creer que si un banco atiende público, no tenga baños para sus clientes.

El vigilante me respondió que no tienen porque alguien se puede meter a diseñar un asalto. La respuesta me pareció tan inútil, que solté una carcajada. “¿Y usted cree eso que me está diciendo?”, le pregunté, cortésmente, al vigilante. Él también se rió.

Confieso que debí empezar por lo primero: estudiar si las leyes de salud, o las ordenanzas de las alcaldías, exigen que los sitios que atienden público posean servicios. Creo que si somos sensatos, esas disposiciones deben existir. No sé si es una obligación. Quisiera que me dijeran que sí.

Pero, si las leyes no contemplan esa disposición tan sencilla, cualquier diputado sensato debe correr a proponer una reforma legal para regular los establecimientos comerciales en ese sentido.

Esa debe ser una disposición inviolable: si usted abre un establecimiento comercial, oficina pública estatal, o lo que sea, donde atienda público, debe, obligatoriamente, crearle al sitio servicios sanitarios.

De lo contrario, nadie debe autorizarle el funcionamiento del lugar. Usted no puede, ni debe, recibir público sin cumplir ese requisito.

Bancos, líneas aéreas, telefónicas, centros de ventas, sitios comerciales, oficinas públicas, en ningún lado hay sanitarios. Las lágrimas de esa señora me llevaron a hacer un inventario por donde quiera que pasara. En un centro de FOSALUD, adonde llegué a vacunarme, existía un solo baño como para 300 personas que estaban ahí. Entrar al estrecho sitio era un acto casi heroico por la insalubridad del baño.

Si camina por el centro de San Salvador, la carencia es absoluta. Quizá por eso no es difícil observar a una persona hacerlo ante las miradas de todos.

Repito: si la ley exige la tenencia de servicios sanitarios en sitios donde se atiende público, pues con el garrote en la mano hay que hacer cumplir esa disposición, aunque se enojen banqueros o quien sea. Si la norma no existe, hay que elaborarla ya. Y los primeros que deben vigilar este asunto son las autoridades de salud y los funcionarios municipales. Basta con hacer un simple censo, para ver la realidad.